Marcel Duchamp
y el rechazo al trabajo
Mauricio Lazzarato (*)
(Traducción de David De los Reyes **)
Marx
dijo que las revoluciones son la Locomotora de la historia mundial. Pero quizás
las cosas se presenten de otra manera. Puede que las revoluciones sean el acto
por el cual la humanidad que viaja en
ese tren tire del freno de urgencia.
Walter Benjamin
No se permite ser un hombre joven que no
haga nada. ¿Qué es eso de no trabajar más? No se puede vivir sin trabajar, es
algo afrentoso. Me acuerdo de un libro que se llama El Derecho a la Pereza,
ese derecho no existe más
“¿Usted prefiere la vida a el trabajo de artista? Responde MD.: “Sí”.
Marcel Duchamp
“John Cage se
envanece de haber introducido el silencio en la música, yo me enorgullezco de
haber celebrado la peresa en el arte”, ha dicho en alguna parte Marcel Duchamp.
La “gran pereza” de Marcel Duchamp ha transformado el arte
de forma más radical y duradera que la desbordada actividad y
productividad de un Picasso con sus 50000 obras.
Duchamp ha rechazado obstinadamente el trabajo, trátese del
trabajo asalariado o del trabajo artístico.
Rechaza someterse a las funciones, a los roles, a las normas de la
sociedad capitalista. Tal rechazo no
interroga solamente al artista y al arte
en su diferenciarse del rechazo
del trabajo de los obreros. Teorizado por el operatítas italianos en los años sesenta, la actitud de Duchamp
poco nos ayuda a interrogar el rechazo que se expresa luego del 2008 sobre múltiples regiones y en las calles del
planeta (Turquía, Brasil, España, Estados Unidos, etc.).
De una parte se alargado su dominio de acción, porque
concierne no solamente al trabajo asalariado, sino a toda función o rol al
cual nosotros somos asignados (mujer/hombre, consumidor/usuario,
comunicador, parado, etc.). Como la gran mayoría de estas funciones, el artista
no está subordinado a un patrón, sino a
una panoplia de dispositivos de poder. De la misma manera que el capital humano, el artista se ha
convertido en modelo en el neo-liberalismo; debe sustraerse a esos poderes externos, pero también al mantenimiento
de su ego (creador para el artista o
emprendedor para el capital humano) que da a uno y otro la ilusión de ser
libres.
Por otra parte, permite pensar y practicar un rechazo al trabajo a partir de un principio
ético-político que no es el trabajo. Nos
hace salir del círculo encantado de la producción, de la productividad y de los
productores. El trabajo ha sido a la vez la fuerza y la debilidad de la
tradición comunista. ¿Emancipación del trabajo o emancipación por el trabajo?
Ambigüedad sin respuesta.
El movimiento obrero
ha existido únicamente porque la huelga era, al mismo tiempo, un
rechazo, un no-movimiento, un des-obrar radical[1],
una inacción, un parar la producción que suspendía los roles, las funciones y
las jerarquías de la división del
trabajo en la fábrica. El hecho de
problematizar un solo aspecto de la lucha, la dimensión del movimiento, ha sido
una gran minusvalía que ha hecho del
movimiento obrero un acelerador de productividad, un acelerador dela
industrialización, el canto del trabajo. La otra dimensión de lucha, implicó el
rechazo al trabajo, el no-movimiento
o la desmovilización ha sido abandonado o insuficientemente problematizada en
el neoliberalismo.
El rechazo al trabajo obrero conduce siempre, en la
perspectiva comunista, a alguna otra
cosa que a ella misma. Conduce a lo político, según una doble versión, el
partido o el Estado, mientras que Duchamp
nos sugiere ir sobre el rechazo, sobre el no-movimiento, sobre la
desmovilización, e implementar y experimentar todo eso que la acción perezosa
crea como posibilidad para operar una reconversión de la subjetividad,
inventando nuevas técnicas de existencia y de nuevas maneras de habitar el
tiempo. Los movimientos feministas, luego del rechazo a ejercer la función (y
el trabajo de) mujer, parecen haber
seguido esta estrategia, antes que la opción política clásica.
La antropología del rechazo obrero contiene, de todas
maneras, una antropología del trabajo, la subjetivación de la clase es siempre
subjetivación de los productores, de los trabajadores. La acción abre a
toda otra antropología y toda una
ética distinta. Al minar el trabajo
en sus fundamentos, agita no solo la identidad de los productores, sino también
sus asignaciones sexuales. Lo que está en juego es la antropología de la modernidad: el
sujeto, la libertad, la universalidad todas conjugadas con lo masculino.
El movimiento comunista ha tenido la posibilidad de producir
otras antropologías y otras éticas que las de la modernidad trabajadora y de
otros procesos de subjetivación que aquellos centrados sobre los productores. El derecho a la pereza, redirigido por
Paul Laforgue, yerno de Marx, respondía al Derecho
al trabajo de Louis Blanc, y buscaba sus orígenes en el Otium (ocio) de los antiguos, que él repensará en relación
con la democratización de la esclavitud, operado en el trabajo
asalariado. Pero los comunistas no han
visto las implicaciones ontológicas y políticas a las cuales obraban a la
suspensión de la actividad y de las órdenes. Perdieron la posibilidad de salir del modelo
del homo faber, del orgullo de los
productores y de la promesa prometeica de amaestrar la naturaleza que contenía.
Regresa con Duchamp al desarrollar su
radicalidad por el derecho a la
pereza, un derecho que no exige ni justificación
ni ningún intercambio[2],
ataca a tres fundamentos de la sociedad capitalista. En principio al
intercambio. ¿Qué ha inventado el intercambio de la igualdad de valor, que ha devenido una ley con policías en las
relaciones del individuo con el individuo en la sociedad actual? Inmediatamente,
más profundamente aún, a la propiedad, condición preestablecida del
intercambio: Posesión – Por otra parte la
idea de intercambio presupone la posesión
en el sentido propio de la palabra.
Y finalmente al trabajo. En Marx
el trabajo es el fundamento viviente de
la propiedad, esta última no es sino el trabajo objetivado. Vemos que se da un golpe mortal a la
propiedad, dice Marx, con el hecho de combatir no solamente como en su
condición objetivada, sino también como condición activa, como trabajo. El derecho a la pereza deshace el
intercambio, la propiedad y al trabajo, pero haciendo de lado la tradición del
marxismo.
1.- El rechazo al trabajo
La acción perezosa duchampiana se toma en una doble lectura. Ella funciona a la vez como crítica del
dominio socio-económico, y como una categoría filosófica que permite
repensar la acción, el tiempo y la subjetividad, descubriendo nuevas
dimensiones de la existencia y de las formas de vida inéditas.
Comencemos por la función de crítica socio-económica:
La pereza no es simplemente un no-actuar o de un actuar mínimo. Es una toma de posición
por relación a las condiciones de existencia en el capitalismo. Expresa, en
principio, un rechazo subjetivo que vicia al trabajo (asalariado) y todo
comportamiento conformista que la
sociedad capitalista espera de usted.
El rechazo de todas
esas pequeñas reglas que deciden que usted no tiene por qué comer si usted no muestra los signos de una actividad
o de una producción, bajo una u otra forma. Beuys a denunciado el silencio sobrevaluado de Duchamp
respecto a las cuestiones sociales, políticas y estéticas. La mayor parte de críticas consideran que Duchamp no es
contradictorio. El mismo, por otra parte, afirma que no ha dejado de
contradecirse al no fingir aceptar un
sistema, un gusto un pensamiento establecido. Pero si hay alguna cosa que ha rechazado sistemáticamente y en la
cual ha permanecido fiel es el rechazo al trabajo y a la acción perezosa que,
juntas, han constituido el hilo a seguir ético-político de su existencia.
¿Será posible vivir como inquilino solamente? ¿Sin pagar y sin poseer? (…) Esto nos regresa al derecho a la pereza sugerido por Paul Lafargue, un libro que me había afectado mucho en 1912. El me parece aún muy valioso hoy en relación a los asuntos del trabajo forzoso al cual está sometido cada recién nacido.
En la historia de la humanidad
ninguna generación no ha sacrificado
tanto tiempo al trabajo que las
generaciones que han tenido la mala
suerte de nacer bajo el régimen capitalista. En el capitalismo (y en el comunismo
centralista chino), la humanidad está condenada
a los trabajos forzados, sea cual sea el nivel esperado. Toda invención
técnica, social y científica, en lugar de liberar del tiempo, no
hace sino intensificar el dominio del
capital sobre nuestras temporalidades.
Sin ser fascista, pienso que la democracia no ha aportado una gran
dosis de sensatez (…) es
vergonzoso que seamos obligados aún de
trabajar simplemente para vivir (…)
estar obligado trabajar con el fin de
existir, eso es una infamia.
El hospicio para los perezosos (Hospicio de los Grandes Perezosos/ Orfelinato de pequeños perezosos) que
Duchamp quería abrir, o mejor dicho, estaría prohibido
trabajar, presupone una reconversión
e la subjetividad, un trabajo sobre sí, porque la pereza es otra manera de
habitar el tiempo y el mundo.
Creo, por otra parte, que no habría tantos pensionados como podría imaginarse, porque, en efecto, no es justamente fácil ser
perezoso y de no hacer nada.
A pesar de una vida muy sobria, a
veces llevada al límite del desenlace,
Duchamp ha podido vivir sin trabajar
porque se ha beneficiado de una pequeña
renta (anticipación de su parte de herencia
familiar), de la ayuda ocasional de ricos burgueses coleccionistas, y de alguna
pequeña venta de una obra de arte o de otros arreglos, siempre precarios.
Duchamp es completamente consciente de
la imposibilidad de vivir en la pereza
sin una organización de la sociedad radicalmente diferente.
Dios sabe que ha colocado suficientes alimentos sobre la Tierra para
que todo el mundo pueda comer sin tener que trabajar (…) no pregunta quién va hacer el pan o quien
deba hacerlo, porque hay bastante vitalidad en el hombre en general para que
no se mantenga en pereza. Había muy pocos perezosos en mi casa, porque
no soportaban permanecer perezosos por mucho tiempo. En una sociedad como
aquella, tal cosa no existía para nada, y los mejores habitantes recogerían la
basura. Esa sería la forma de actividad
más elevada y noble (…) tengo miedo que eso se parezca algo al
comunismo, pero ese no es el caso. Estoy seria y profundamente arraigado en una
sociedad capitalista.
El arte es tomado en la división social del trabajo
como cualquier otra actividad. Desde ese
punto de vista, ser artista es una profesión o una especialización como cualquier otra y es precisamente esa orden de
ocupar, con su cuerpo y con su alma, un trabajo, un rol, una identidad, lo que
ha sido objeto de rechazo categórico y
permanente en Duchamp. Con el artista,
sólo las técnicas de subordinación cambian, ellas no son más
disciplinarias. Pero los dispositivos de
las sociedades de control son muchos, si no más cronófagos que las
técnicas disciplinarias cuando se trata
de la actividad artística.
No hay el tiempo necesario para hacer un buen trabajo. El ritmo de la
producción es tal que ello deviene en
otra forma de curso desenfrenado, que
regresa a la feria de juegos de la
sociedad en general.
La obra debe producirse lentamente, no creo en
la velocidad en la producción artística que es introducida por el capitalismo. Teeny,
la segunda esposa de Duchamp, relata que él
no trabajaba como un obrero, sino en alternancia, en el mismo día, de cortos
periodos de actividad con largas pausas.
No podía trabajar más que dos
horas por día (…) Aún hoy no puedo
trabajar más de dos horas. Es realmente difícil trabajar todos los días.
De forma más general, el rechazo
al trabajo artístico significa rechazar
producir para el mercado, para los coleccionistas, para satisfacer las
exigencias estéticas de un público de
mirones más y más numeroso; rechazar someterse a sus principios de evaluación
junto a sus exigencias de cualidad y cantidad.
El peligro está en adentrarse en las filas de los capitalistas, de
hacer una vida cómoda en un género de pintura que se repite
hasta el fin de sus días.
Duchamp describe de manera muy
precisa y penetrante los procesos de
integración del artista en la economía capitalista y la transformación del arte
en mercancía, se compra arte como se
compra espaguetis.
¿El artista está comprometido con
el capitalismo? , le pregunta William Seitz (Vogue) en 1963: Es una capitulación. Parecería
que el artista hoy día no pudiera vivir sin un juramento de lealtad al buen
viejo todo poderoso dólar. Esto muestra
hasta dónde ha llegado la integración.
La integración en el capitalismo
es también, y sobre todo, subjetiva.
Si el artista no tiene como el obrero un patrón directo, está todas las
veces sumido a unos dispositivos de poder que no se limitan a definir el cuadro
de su producción, sino lo equipan con
una subjetividad. En los años ´80 el
artista se ha constituido en modelo de capital
humano, porque encarna él la libertad de crear. Coubert ha sido el primero en
decir: acepten o no mi arte, yo soy libre. Era en 1860. Desde esa fecha,
cada artista ha tenido la sensación de que ha llegado a ser más libre que el
precedente. Los puntillistas más libres que los impresionistas, los cubistas
aún más libres, y los futuristas y los dadaístas, etc. Más libre, más libre,
más libre –ellos llaman a eso libertad. ¿Por qué el ego de los artistas debía
arrojar y envenenar la atmósfera?
Una vez libres de las exigencias
del rey, de los señores, el artista piensa ser libre, entonces paso de una
subordinación a otra. El artista, como el obrero, es expropiado de su saber hacer, porque la producción es
estandarizada y ella pierde, igual en el arte,
toda singularidad. Desde la
creación de un mercado de la pintura, todo ha cambiado radicalmente en el
dominio del arte. Miren como producen. ¿Creen ustedes que aman eso y que tienen
el placer de pintar cincuenta veces, cien veces la misma cosa? Para nada. No
hacen cuadros, hacen cheques.
El rechazo al trabajo artístico
no es una imple oposición. No constituye
la negación de una pareja de términos solidarios (arte/no-arte) que se oponen a
causa de su parecido. Duchamp es muy claro sobre este punto, su rechazo no
expresa sino la oposición dadaísta que en su
oposición, deviene la cola a eso que se opone (…) Dada literal, puramente negativo y acusador es hacer la parte más bella a eso que estamos
determinados a ignorar. Un ejemplo, si se quiere: con la paralización de mi hacer quería dar otra
idea de medida. Hubiera podido tomar un metro en madera y quebrarlo en un punto
cualquiera, eso hubiera sido dada.
El rechazo introduce una
heterogeneidad radical. Nada está más lejos del trabajo capitalista que la acción
perezosa, incluyendo el despliegue del potencial político existencial
que hace al arte también más que una
simple negación.
Estoy contra la palabra anti,
porque es muy parecida a la de ateo, comparada con un creyente. Un ateo es algo más cercano a lo religioso que un
creyente, y un anti-artista alguien más cercano que un artista (…) Anartista,
sería mucho mejor. Podría cambiar de término más que el de anti-artista.
Si Duchamp rechaza la condición
de ser artista (se define como un excomulgado
del arte), el no abandona, por tanto, las prácticas, los protocolos, los
procesos artísticos. El anartista pide una reubicación de sus funciones y de sus dispositivos
artísticos. Se trata de un posicionamiento sutil en el que el rechazo no se
instala en lo exterior, ni en el interior de la institución del arte, sino en
su límite, en sus fronteras, y que, a
partir de ese límite y de sus fronteras, ensaya de hacer desplazar la oposición dialéctica del arte/anti-arte.
2.- El molino de café entre el movimiento (futurista) y lo estático
(cubista).
Tratemos ahora de comprender
ahora cómo la acción perezosa y su no-movimiento permite repensar la acción, el tiempo y la
subjetividad.
Duchamp declaró muchas veces la
importancia de un pequeño cuadro. Molino
de café, pintado en 1911 (Usted ha
dicho que el Molino de Café es la llave
de toda su obra. Duchamp: Si (…), se remonta al final del año de 1911).
Que le ha permitido, muy pronto, de
salir de las vanguardias a las que nunca se adherió totalmente. Duchamp, como
muchos de sus contemporáneos, estaba fascinado por el movimiento y la
velocidad, símbolos de la modernidad ruidosa.
Desnudo descendiendo por la escalera había intentado de representar el movimiento inspirándose en las técnicas cinematográficas
de Etienne-Jules Marey, pero se trataba de una representación indirecta del
movimiento. Por medio del Molino de café
encuentra una forma de salir de la oposición entre el movimiento y su celebración
modernista por los futuristas y la estética estática de los cubistas (Estaba orgulloso de su estatismo, por otra
parte. No se permite de mostrar las cosas
bajo distintas facetas diferentes, no tenía movimiento),
descubriendo otra dimensión del movimiento y del tiempo.
El descompone en el Molino de café todos sus
componentes y eso que los historiadores
del arte consideran como la primera tela
maquinista, introduce el primer signo
diagramático de la historia de la pintura, la flecha que indica el movimiento
del mecanismo.
Hice una descripción del
mecanismo. Ustedes ven la rueda dentada
y ven más allá la manija rotativa; también me he servida de la fecha para
indicar en qué sentido la mano debe dar vueltas. Ello no es un momento sólo, sino todos los posibles del molino. No es como un
dibujo
Lo posible, el devenir y el
evento abren a regiones no gobernadas en el tiempo, ni el espacio, animadas por
otras velocidades (de velocidades infinitas, diría Guattari) o por la más
grande velocidad y la más gran lentitud (Deleuze)
Eso que la filosofía trata de
teorizar en su época (Bergson), la remoción del tiempo con el movimiento,
Duchamp lo descubre durante la
realización de esta pintura, pero agregando una condición fundamental,
descuidada por los filósofos: la pereza como otra forma de vivir esos tiempos,
y la acción perezosa como una nueva manera de explorar un presente que está
durando, que es posible, que es un evento[3].
Para Deleuze el acceso a esta temporalidad, a los movimientos que siguen al
tiempo, es el privilegio del vidente,
para Duchamp los perezosos.
Permanece y permanecerá siempre
interesado por el movimiento, pero
esta nueva razón de concebirlo es, propiamente hablando, irrepresentable y no
solamente presentado en las Notas que
acompañan al Gran Vidrio y que
constituyen una parte de su obra: En cada
fracción de duración se reproduce todas las fracciones futuras y anteriores (…) todas esas fracciones pasadas y futuras
coexisten, por tanto, con un presente que no es ya más eso que se llama
ordinariamente el instante presente, sino una suerte de presente de extensiones
múltiples.
El tiempo es dinero, dicho capitalista, mi capital no es el dinero sino el tiempo,
ha dicho Duchamp. Y el tiempo del que habla no es el tiempo cronológico que
puede mesurarse y acumular, sino ese presente que, conteniendo a la vez el
pasado, el futuro, es un hogar de producción nueva.
Terminado el movimiento, termina el cubismo, dirá en una entrevista
en 1959, hablando de esa época. En su primer Ready-made hay aún el movimiento, pero el rin de bicicleta que da vueltas era un movimiento que me gustaba, como un fuego en la chimenea.
Serguei Eisenstein explica de qué tipo de movimiento se trata: el fuego es capaz de suscitar en su más
grande plenitud el sueño de una multiplicidad fluida de formas. Lo
atractivo del fuego está en su eterna
variabilidad, en la modulación de sus
incesantes imágenes en devenir.
El fuego representa una contestación original de la inmovilidad
metafísica, sin conceder nada a la velocidad futurista. El rechazo de la forma fija de una vez por
todas, la libertad por relación con la rutina, la facultad dinámica de tomar no
importa qué forma, que Eisenstein nombrará plasticidad se adapta perfectamente a la concepción de Duchamp.
El posible descubrimiento gracias
al Molino de Café, Duchamp le da
también otro nombre: Lo ultra-delgado (L´inframince).
Lo ultra-delgado es la dimensión
de lo molecular, de pequeñas percepciones, de diferentes infinitesimales, de la
co-inteligencia de los contrarios donde no vale sino las leyes de la dimensión
macro y notablemente aquella de la causalidad, de la lógica de la no
contradicción, del lenguaje y sus
generalizaciones, del tiempo
cronológico. Es en lo ultra-delgado que el devenir tiene lugar, es en los
niveles micro donde se hacen los cambios.
Lo posible implica el devenir – el pasaje de uno al otro en el lugar de lo ultra-delgado.
Y para tener acceso a esta dimensión la condición es siempre la misma, inventar
otra manera de vivir: Habitando en lo ultra-delgado
perezoso.
(*) Maurizio Lazzarato, sociólogo y filósofo, vive en París, donde realiza investigaciones sobre el trabajo inmaterial, el estallido del salariado y los movimientos «postsocialistas». Ha publicado, entre otras obras, La fábrica del hombre endeudado. (**) Traducido del francés en: http://www.cip-idf.org/IMG/pdf/le_refus_du_travail_aujourd_hui.pdf
[1]
El descubrimiento del rechazo al trabajo no es el des-obrar que Giorgio Agamben entiende. Este último nos refiere a
la naturaleza humana, mientras que el
rechazo del trabajo renvía a la lucha (política) contra las asignaciones
capitalistas para ocupar un lugar y una
función. El no hacer, como demuestra Jacques Raciere (Estética, Escenas del régimen estético del arte, Galilee, 2011) a
propósito de Stendhal, es un producto de
la Revolución, otra cara de la acción
revolucionaria, poder todo y, en
consecuencia, no hacer nada. Según Ranciere el arte está obligado a
confrontarse con lo nuevo principio
plebeyo, eso que podría constituir
una genealogía posible de la pereza
duchampiana que lo desplaza de la
literatura y de arte.
[2]
Todas las citas en bastardilla son originales de Marcel Duchamp.
[3][3]
El evento viene como una ruptura por
relación a las cordenadas del tiempo y del espacio. Y Marcel Duchamp puso el
punto determinante para mostrar que hay siempre en relación respecto de
discursividad temporal, un index posible sobre el punto de cristalización del evento fuera del
tiempo, transversal a todas las medidas del tiempo. Feliz Guattari.
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