David De los Reyes
Universidad de las
Artes, Ecuador - UCV
Música y silencio son dos eventos que, según C. S. Lewis, no pueden ser encontradas en el infierno, o lo que es lo mismo decir, dentro de nuestras vidas urbanas actuales. Nos sorprendemos cuando leemos la reunión de esas dos palabras: música y silencio. ¿Qué relación pueden tener? ¿Acaso la música no es lo contrario del silencio? ¿La música no vendría a ocultar el inaguantable silencio que para algunos individuos representa un estado de total desesperación? ¿El silencio, no es angustia muda para muchos escuchas? El silencio se convierte, pareciera, en suplicio para el hombre de sonoridad electrónica y mecánica del mundo actual. La soledad se oculta tras una ráfaga de sonidos rítmicos repetitivos para vidas repetitivas sin sonido originales.
Sin embargo,
bien es sabido por la humanidad pasada, música y silencio eran dos fenómenos
que se complementaban, se emparejaban. Una sin la otra es imposible su existir. Todo silencio está ocupado por
sonidos y todo sonido tiene que tener de base ese territorio aéreo que, como espuma
callada, casi un espacio inmóvil, es la dimensión del silencio. Pensándolo así se nos hace más perceptible el
corazón de esta materia frágil; sus
vibraciones se hacen de este modo cada vez más presentes. Obviamente, Lo que aquí se entiende por silencio
es quietud. El silencio es algo muy diferente a comprenderlo
como una ausencia maligna, palabras que ya en nuestra actual existencia pareciera conformar un paquete de condenación.
Y al referir al silencio con la música, no es difícil imaginar que en el
imaginado Infierno estaría tomado por el Ruido, "ruido
infernal", pandemonium. Bajo esta apreciación, casi imperceptible, nos
encontramos con otro aspecto de la cuestión, de donde emerge, a saber, que la
música y el silencio están, de hecho, ordenados uno junto a otro, de una manera
única.
Tanto el ruido
como el silencio total destruyen toda posibilidad de entendimiento mutuo,
porque destruyen tanto el hablar como el oír. Y es precisamente en medio de una
era de insaciable y de permanente sonoridad, que el mutismo ilimitado de las personas
pueda reinar. De la misma manera, en la medida en que tales vibraciones sonoras,
en un constante tejido vivencial dentro de cualquier espacio privado o público,
sea aceptado como un entretenimiento de la modernidad y sus
tecnologías del sonido, la cual termina siendo intoxicante
como un ruido rítmico cacofónico. La música, en su estado original, es casi el único fenómeno que puede crear una especie de silencio, ¡aunque de
ninguna manera sin tener la capacidad de emitir sonido! Haciendo posible, por la
atención y concentración prestada, que un silencio se
escuche; de un silencio que se siente y oye más que presente, independiente del sonido y la melodía. (Como condición básica, cualquier
persona debe estar quieto si quiere percibir el sonido del latido del corazón
de otra persona o las palabras en un diálogo). Más allá de esto, la música, como arte y
fenómeno acústico, abre una gran dimensión
espacial de silencio, que, cuando las cosas suceden aparece felizmente esta realidad
casi inefable, que nos absorber en un punto más alto que la excelsa música.
Para finalizar
esta reflexión tomemos las palabras que nos dice Kafka al respecto:
“Todo lo que vive fluye. Todo lo que vive
emite sonido. Pero sólo percibimos una parte de ella. No escuchamos la
circulación de la sangre, el crecimiento y la descomposición de nuestro tejido
corporal, el sonido de nuestros procesos químicos. Pero nuestras delicadas
células orgánicas, las fibras del cerebro, los nervios y la piel están
impregnadas de estos sonidos inaudibles. Ellos vibran en respuesta a su
entorno. Este es el fundamento del poder de la
música. Podemos liberar estas profundas vibraciones emocionales. Para ello,
empleamos instrumentos musicales, en los que el factor decisivo es su propio
potencial sonoro interior. Es decir: lo decisivo no es la fuerza del sonido, ni
su color tonal, sino su carácter oculto, la intensidad con que su potencia
musical afecta a los nervios. La Música debe ... elevar a la conciencia humana
las vibraciones que de otra manera son inaudibles y no percibidas ... llevar el
silencio a la vida ... descubrir el sonido oculto del silencio. (Gustav Janouch,
"Conversations with Kafka")
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