La
Poética de la lectura (IV)
Una
aproximación a la obra de Jorge Luis Borges
David
De los Reyes
Observación:
Esta es la última parte del ensayo, el cual ha sido publicado sus otras secciones
en los tres meses anteriores a éste.
VI
En el
transcurso de la aventura del pensamiento humano hay escritores y filósofos que
pudiesen emparentarse con la actitud estética de Borges. Uno de ellos creo que
puede ser Plotino para quien la verdadera contemplación no requiere,
precisamente de creaciones y es autosuficiente. Encontramos en ello el sentido
de pobreza y de indiferencia y despersonalización hacia la autoría de las
obras, cosa presente en Borges en relación a la de él. Para el egipcio Plotino
lo sensible podrá ser un instrumento por medio del cual se alcance lo
inteligible y, con ello, esa felicidad completa que sólo le es dada al sabio
que sabe cómo retirarse y “dónde” retirarse, recordándonos a lo dicho por
Aristóteles antes; en Borges, el ocio, la paz, está en el caminar por los
arrabales de Buenos Aires a la caza de una esquina rosada o en la tenue luz de
un crepúsculo arribando a su ocaso final. También, para aquel mediterráneo,
toda exteriorización es un debilitamiento y comprende que ni el más grande
artista crea algo. En toda acción productiva hay inferioridad. La visión
estética se reduce a la contemplación y “theoria” (que en griego significa
“contemplar vistas”). Un éxtasis místico que desemboca en una estética del
esplendor, donde en la contemplación de las cosas se encuentra la comunión con
el todo, quedándonos enlazados a una concepción panteísta del universo. “Recojo
crisantemos al pie de la haya/ y contemplo en silencio las montañas del sur; el
aire de la montaña es puro en el crepúsculo/ y los pájaros vuelven en bandadas
a sus nidos. /Todas estas cosas tienen una significación profunda, /pero cuando
intento explicarla/ se pierde en silencio”, (Chuang Tzu). En Borges encontramos
ese misticismo, ese panteísmo y ese esplendor como estilo de vida. Su arte no
pretende la denuncia, como lo pretende el falso arte actual, sino extasiar;
arte como experiencia emocional lograda y vivida por él y que nos está
intentando comunicar. Borges ha tallado en un párrafo la significación de la
emoción estética. Tal texto es el que sigue: “... ya Pater, en 1877, afirmó que
todas las artes aspiran a la condición de la música, que no es otra cosa que
forma. La música, los estados de felicidad, la mitología, las caras trabajadas
por el tiempo, ciertos crepúsculos y ciertos lugares, quieren decirnos algo, o
algo dijeron que no hubiéramos debido dejar de perder, o están por decir algo;
esta inminencia de una revelación, que no se produce, es quizá, el hecho
estático”, (OI/OC.635). La emoción estética de un fenómeno natural o cultural,
se encuentra en el significado que está más allá de cualquier código;
percepciones superiores, dirigirse a la intuición, al éxtasis y la fuerza del
asombro nos revela plenitud del hecho estético. El significado de un mensaje
depende no sólo de su contenido, sino también del grado en que la personalidad
es capaz de reaccionar ante él. “What
we are, that only can we see”, (Tal como somos, así vemos), dijo Emerson. Los ejemplos que nos da y la fuente de donde surge
lo estético, la música, la mitología, un crepúsculo, etc., son momentos que hay
que conquistar por la fuerza o la sumisión. Así, al igual que el poema de
Elliot y que, como ha dicho Lezama Lima replicando en cuanto a la creencia, que
sólo la creación fue realizada por los antiguos y que a los contemporáneos sólo
nos resta el juego de las combinaciones. “Sólo existe la lucha por recobrar lo
que se ha perdido/ Y encontrado y vuelto a perder muchas veces: y ahora/ en
condiciones/ Que no parecen propicias. Pero tal vez ni ganancia ni perdida/
Para nosotros, sólo existe el intento. El resto no es cosa nuestra”. Nuestro
intento está en un constante diálogo con la tradición; con la capacidad de
contener asombro ante la belleza o del hecho que nos revela la emoción
escondida entre los escombros de nuestro corazón contemporáneo. La decadencia
de nuestra civilización, como lo ha expuesto Elliot en Waste Land (Tierra Baldía),
no es una cosa de violencia o destrucción. En el fondo tiene que ver a lo
propuesto por Borges como la inminencia de esa revelación que es capaz el
individuo despierto a vivir y sentir
independientemente de la “comprensión”. Waste Land, por ejemplo, nos muestra un mundo donde la saludable
agua corriente de la emoción, única que fertiliza a toda actividad humana, se
ha secado. Encontrando que las pasiones que fueron en el pasado una poderosa
amenaza frente a la prudencia, y capaz de llevar a la destrucción de la
individualidad humana, como al naufragio de los pequeños barcos de los hombres,
han sido reducidas a la nada. Nadie da. Nuestro cuerpo es la más perfecta
prisión invisible pero poderosamente efectiva; prisioneros de nosotros mismos,
calmados en un egoísmo sin vientos. Reducidos a una única y terrible emoción;
el temor, temor a la emoción misma, temor a la muerte, temor a la alegría y, en
definitiva, temor a todo. Ese temor que horada al corazón del hombre nos lleva
a la irrefrenable calamidad de la absoluta corrupción de la conciencia. Borges,
Elliot también, pensaron que el arte es una especie de medicina o terapia para
esa enfermedad, la corrupción de la conciencia, la sequedad del corazón, la
incapacidad de vivir la emoción estética de una inminente revelación que no se
produce pero que la percibimos en la red de nuestra sensibilidad. El hecho
estético debe ser revelación, asombro, descubrimiento, un salto fuera de la
seguridad chata de la rutina existencial. Por ello para Borges la belleza debe
estar en todas partes, quizá en cada momento de nuestras vidas de acuerdo a
nuestra propia capacidad de sentirla. Nos confiesa que su maestro, el poeta
judeo-español Rafael Cansinos-Asséns, legó una plegaria al Señor en la que
dice: “Oh, Señor, que no haya tanta belleza”, que dicho hoy día lo anterior,
montado en el continum ritmo de Waste
Land, observamos que tendríamos que
decir, - si creyéramos en tal Señor -, Oh, Señor, líbranos de tanto terror o,
también, líbranos de esta desértica vida apática, inapetente. Igualmente la
capacidad de proporcionar el asombro y caer en la confusión de la emoción
estética nos es presentada por Borges en las palabras de Browing: “Cuando nos
sentimos más seguros ocurre algo, una puesta de sol, el final de un coro de
Eurípides, y otra vez estamos perdidos”. Hoy hay un terrible temor ante esa
bella y sublime perdición. Igualmente, como lo dijimos más arriba, es ante la
presencia de la poesía, o del arte, donde encontramos el hecho estético, no en
bibliotecas ni en bibliografías ni en estudios sobre familias de manuscritos ni
volúmenes cerrados (7N/120). La poesía como religión estética: Coleridge dijo
que la fe poética es una voluntaria suspensión de la voluntad. Ello es lo que
nos quiere expresar cuando, por ejemplo, nos habla de la Divina Comedia de Dante; para él es el ápice de la literatura y de
las literaturas. Lo es así porque ningún otro libro le ha deparado emociones
tan intensas. El se sabe un lector hedónico; busca su emoción en los libros.
Borges quiere permanecer hechizado en y por la literatura; contrario al
conocido comentario de Platón (República,
607 B) donde nos dice: “antigua es la discordia entre filosofía y poesía...,
pero comprendemos que somos hechizados por ella, pero no es lícito traicionar
lo que parece verdadero”. Borges, pienso, traiciona continuamente lo verdadero
por sentir y comprender que ello forma parte del mundo ilusorio y que lo único
verdadero si acaso, es ese hechizo de la poesía, de la literatura. Así,
volviendo al Dante, para él, no llegar a leer la Comedia, es privarnos del
mejor don que la literatura pueda darnos, el de entregarnos a un extraño y
sensual ascetismo que nos eleva y vivifica y completa el fin vivo de nuestra
capacidad de exaltación como ser humano. Para él eso es la felicidad. Leer la
Comedia de un modo ingenuo, con fe de niño, abandonados a ella; luego, según
Borges, nos acompañará hasta el fin. Ezra Pound ha dicho que Dante es muchos
hombres y sufre como muchos. Borges, igual que su admirado Hume, encuentra que
la belleza es belleza de la imaginación y agrega su valor por una
generalización del placer o de la pena a través de la simpatía hacia el objeto
u obra bella. Para el inglés el concepto de simpatía es entendida por la
conversión de una idea en una impresión por la fuerza de la imaginación,
circunstancia que nos lleva a excitar todas nuestras pasiones, tanto las
calmadas como las violentas. Aunque para Hume la belleza, como nos lo dice en
su Tratado de la Naturaleza (Libro
II, parte I, sección VIII), no es más que un poder especial de producir placer;
la deformidad, en cambio, produce pena con la misma inmediatez. Borges comenta
el hecho estético, lo bello es esa inminente revelación ante el mundo o las
cosas que no se llegan a dar pero que las vivimos; Para Hume la belleza, como
el espíritu, no podría definirse, sino que se discierne exclusivamente por un gusto o una sensación,
permaneciendo en el orden de lo afectivo. El mejor criterio es la impresión
irracional, (Dionisio, De Dem. 50). La belleza por constitución primaria de
nuestra naturaleza, por costumbre o por capricho, es apta a aportar placer y
satisfacción al alma, (Hume, ídem). No es extraño que en Hume se encuentre un
punto de aproximación a ese gusto hedonista de lo bello que sostiene Borges.
Este, como el filósofo norteamericano/español Santayana, encuentra que lo bello
es motivo de goce pero que no lo conduce forzosamente, como a Stendhal, a una
concepción moralizadora del arte: no se pasa directamente de la influencia del
arte a la moral. Como, en la obra de Poe, no se busca ningún efecto moralizador. La belleza será percepción,
emoción, contemplación, revelación, antes de ser juicio; es esto lo que explica
su situación primaria del placer; pero el placer no es más que uno de los
elementos constitutivos de la belleza; habría que añadirle el valor. Nietzsche
afirmaba que el arte es el lenguaje sugestivo que sirve para disciplinar las
voluntades. En el arte nada está hecho al azar; para estos escritores y
pensadores, aquél está hecho con base en una buena organización de sus partes y
componentes. No es arte lo que llega a su cumplimiento por azar. (Séneca, Epistulae ad Licilium 29,3).
VII
Para Borges la realidad puede ser el espacio donde
se ejecutan y existen los sueños compartidos; la realidad como lugar del
implacable sueño colectivo. Pero ¿Qué son los sueños para Borges? . Ionesco declaró una vez que
los sueños eran para él lo único importante de su vida, lo verdadero y la
vigilia una real pesadilla. Lo decía porque lo onírico era la producción de un
mundo personal que sólo a nosotros nos pertenece. Coleridge dijo que lo más
importante que nos puede pasar es la impresión que nos producen los sueños. Las
imágenes son lo de menos, lo importante son los efectos. Según Borges los
sueños son la actividad estética más antigua. Góngora acuñó que los sueños,
autor de representaciones/, en su teatro sobre el viento armado/ sombras suele
vestir de bulto bello. En los sueños, pensándolo bajo un orden dramático, somos
el teatro, el auditorio, los actores, el argumento, las palabras que oímos.
Todo surge de un modo inconsciente y todo suele tener una vividez que no posee
el contacto con la realidad. Si bien, dice, que hay personas que hablan de ello
como algo débil e inseguro, los de Borges fueron muy vividos. Del sueño lo
importante es el efecto, lo vivido, más que las imágenes que producimos; la
pesadilla, esa otra cara del sueño, nos da la más intensa sensación de horror.
Poseemos dos maneras de la imaginación onírica: la de considerar que los sueños
son parte de la vigilia, y la otra, la espléndida, la de los poetas, la de
considerar que toda vigilia es un sueño. Petronio dijo que en el sueño es donde
el alma sin cuerpo juega. En ellos no sabemos qué realmente sucede: no es
imposible para Borges, que durante los sueños estemos en el cielo, estemos en
el infierno, quizá seamos alguien, alguien que es lo que Shakespeare llamó “the
thing I am”, la cosa que soy, quizá seamos nosotros, quizá seamos la Divinidad.
Esto se olvida al despertar. Sólo podemos examinar de los sueños su memoria,
(7N/38). Para los poetas no es imposible ni difícil el pensar en la vigilia como
un perpetuo soñar; Calderón lo afirmó,
La vida es sueño; Shakespeare ha dicho
que estamos hechos de la misma madera de nuestros sueños; el poeta austríaco
Walter von der Vogelweide se pregunta “Ist es mein Leben oder ist es wahr?”,
¿He soñado mi vida o mi vida es un sueño?. El peligro ¿o la tranquilidad? es
que ello nos lleva a sentirnos en un completo solipsismo; el bardo de Borges
llega a sospechar a Dios como un soñador y su creación como las imágenes de su
sueño; ese soñador está en cada uno de nosotros. Ese soñador – dice en una de
las siete conferencias de su libro Siete
Noches -, en este momento está soñando a ustedes; está soñando esta sala y
esta conferencia. Hay un solo soñador; ese soñador sueña todo el proceso
cósmico, sueña toda la historia universal anterior, sueña incluso su niñez...
su mocedad, (7N/49). Como Fenelón, Borges sabe que una de las operaciones
principales del espíritu del hombre es el soñar y una de las menos frecuentes
el razonar. Así, igualmente, podemos comprender la historia como un
interminable y perplejo sueño de las generaciones humanas; en el sueño hay
formas que se repiten, quizá no hay otra cosa que formas (Schopenhauer);
también la historia puede ser una pesadilla de la que quiero despertarme
(Joyce). Los sueños, como dijimos al principio, es la actividad estética más
antigua de la humanidad. Poe
lo expresó así: I replied/ This is nothing but dreaming/ Let us on by tremulous
light/ Let us bath in this crystalline light/ Its sibyllic splendour is
beaming/ With hope and in Beauty to-night, (Respondí: Esto no es más que un
sueño/ dejadnos en trémula luz/. Dejadnos bañar en esta luz cristalina/ Este Sibílico esplendor
resplandece esta noche en belleza y con esperanza).
VIII
Borges
en un ensayo titulado Elementos de Perceptiva
en la revista Sur de abril de 1933 llega a una conclusión terminante: “la
imposibilidad final de una estética”. En éste acordaba que el acento de la
creación de una obra literaria no recaía sobre la escritura sino en la lectura.
Emir Rodríguez Monegal ha sido quien ha dicho que Borges pide una sola
estética, la centrada en una poética de la lectura. Rastreando en las páginas
borgeanas encontramos en el pórtico a sus poemas en Fervor de Buenos Aires (1923) nos dice: Si las páginas de este
libro consienten algún verso feliz, perdóneme el lector la descortesía de
haberlo usurpado yo, previamente. Nuestras nadas poco difieren; es trivial y
fortuita la circunstancia de que seas tú
el lector de estos ejercicios, y yo su redactor. El escritor pasa a ocupar un
lugar en el cual es tratado como nadie. Dentro de la crítica literaria sólo
será Maurice Blanchot, en la década de los cincuenta, quien, por primera vez,
tomará nota de lo anterior para comprender cuáles son las intenciones de Borges
y de su obra. Blanchot ha escrito, en su obra El Libro que vendrá (1959), que la dignidad de
la literatura no está en la existencia de un gran autor, sino en la existencia
de una gran literatura, pues ello permite seguir manteniendo la capacidad de
poder nutrir y experimentar nuevas posibilidades literarias. La literatura no
es el autor precisamente, sino las obras que la componen al renovar su relación
con los futuros lectores. Al igual dicta
que toda escritura es traducción. Esa frase será retomada como punto de partida
diez años más tarde por otro crítico francés, me refiero a Gérard Genette. Este
crítico escribió un ensayo sobre Borges, titulado L’Utopie Littéraire y en él encontramos, por primera vez, ese
reparo por Borges en construir su obra sobre el suelo de una estética de la
lectura; De este ensayo sacamos estas palabras, que han sido citadas igualmente
por Monegal: “La génesis de una obra dentro del tiempo de la historia y en la
vida de un autor, es el momento más contingente y más insignificante de su
duración(...) El tiempo de las obras no está definido por el tiempo de la
escritura, sino por el tiempo infinito de la lectura y de la memoria. El
sentido de los libros está delante de ellos y no detrás, está en nosotros: un
libro no es un sentido único, una revelación que tenemos repentinamente, es una
reserva de formas que esperan sus sentidos, es la inminencia de una revelación
que no se produce, y que cada uno debe producir por él mismo”. Por otra parte,
este francés recalca el aspecto de la obra de Borges que más desconcierta a
determinados lectores como molesta a críticos. Tal aspecto es notar que muchos
de sus ensayos se reducen a un breve catálogo de las diversas entonaciones que
han retomado en el curso de los siglos, una idea, una metáfora, un tema. Para
Genette eso hace que la obra de Borges “semble
possédée d’un étrange démon du rapprochement”, (parece poseída de un
extraño demonio del acercamiento – o aproximación). Lo cual nos lleva, entre sus escritos como
crítico literario, a tratar de buscar la fuente de un texto, o un autor, o
seguir la pista a sus precursores. Una obra que, por lo anterior, realiza más
una labor de “traducción” creativa que de una “originalidad” temática; su
originalidad está en el tratamiento del tema atravesado por el tamiz de la actividad
y capacidad lectora borgeana. De ahí que Monegal llegue a comprender que la
exigencia estética en Borges reside en una poética de la lectura. Monegal es
afirmativo en ello al decir y reiterar que de tal concepto de lector como autor
toda una nueva poética puede edificarse. Por el camino de la lectura, y en la
actividad individual del incesante diálogo de textos que la lectura presupone,
Borges ha encontrado una salida para sus múltiples negaciones, una respuesta a
su total aislamiento, un ámbito para la comunión. Ya que el verdadero productor
de un texto no es el autor, sino el lector, todo lector es todos los autores.
Todos somos uno, (Monegal, 1976, 37). Borges, al igual como ha escrito sobre el
Monsieur Teste de Valéry, ha sido una
vida que sólo ha pedido libros para su alimento; es el hombre literatura, el
hombre libro. Más que asumir la actitud dicha por el crítico, le interesa menos
el arte que la historia del arte, su pasión lectora lo lleva a la obtención
efectiva de una belleza en su arriesgada búsqueda. En el epílogo de El Hacedor (1960) nos dice: “Pocas cosas
me han ocurrido y muchas he leído. Mejor dicho: pocas cosas me han ocurrido más
dignas de memoria que el pensamiento de Schopenhauer o la música verbal de
Inglaterra”. Su existencia se nutre y justifica por esa memoria literaria; no
fue un autor que para escribir tiene que experimentar, Borges, para ello, se
resignó a desarrollar la paciencia de la lectura y mostrarnos que tal
contemplación poética puede arrojar mundos vertiginosos e imaginarios, tan reales como aquellos que han surgido de la
atropellada estética realista. Pues con respecto a la poesía, es preferible una
cosa convincente imposible a una cosa que no convenza y posible, (Aristóteles,
Poét. 1461 b 11). Del proceso de creación literaria podemos retomar las
mismas palabras que Borges utiliza de la
biografía de Kipling de Sir George
Mac-Munn: El proceso, bien visto, no deja de ser paradójico. El tiempo acumula
experiencias sobre el artista, como sobre todos los hombres. A fuerza de
omisiones y de énfasis, de olvido y de memoria, éste combina algunas de ellas y
elabora así la obra de arte. Después la crítica desteje laboriosamente la obra
y recupera ( o finge recuperar ) la desordenada realidad que lo motivó. Repone
el caos primordial..., (TC, p.161). Borges ejecuta, y sobre todo en sus
ensayos, lo que Elliot llamó la crítica
de los practicantes; crítica hecha por el creador, que cumple no sólo la
función de iluminar a los lectores sino
para iluminarse el propio creador a través de los senderos sombreados de su
propia obra. Monegal es quien ha afirmado esto al decirnos que, por ejemplo, a
partir de 1938, Borges se concentra por completo sobre su obra de narrador
fantástico, y los ensayos críticos que escribe para entonces no tienen otro
objetivo que dilucidar oblicuamente sus problemas de narrador. Llegándonos a
afirmar que Otras Inquisiciones será,
sin lugar a dudas, su obra crítica más importante. La lectura de autores para
desarrollar un panorama crítico en donde se encuentra el germen de
posibilidades de su obra narrativa fantástica.
Poética de la lectura que parte de un suelo mudo hacia los sonidos de las voces presente en el
canto de sus poemas y en los espejismos laberínticos de sus narraciones. Aparte
de Otras Inquisiciones serán Discusión, Historia de la Eternidad, Textos cautivos, El Libro de los Prólogos y Siete
Noches, las obras borgeanas donde reposa el conjunto personal de ensayos
críticos más importantes. En ellos encontramos su incansable capacidad para
relacionar y conectar, para combinar y resumir. El crítico y poeta venezolano
Guillermo Sucre se ha referido a ello, afirmando que más valdría realizar una
biografía personal de sus cargos y obras dentro del mundo histórico, que
describirlo – como él mismo lo hizo a lo largo de su obra -, por su experiencia
literaria desarrollada a partir de la lectura, (op. Cit., 164). El crítico
Sacerio-Garí refiere que para Borges, la literatura se hace por la labor de
selección de otros textos, ya sean documentos de las letras o de la vida.
Borges
no se propone indagar minuciosamente en todas las cuestiones críticas, sino
plantear diferentes problemas de la lectura, para defender la vida de la
lectura como texto, (TC. P.20). Aunque, igualmente, la estética de la lectura
también la podemos hallar en su obra narrativa, como lo es en el caso de su
cuento Pierre Menard, autor del Quijote.
En el Prólogo de Historia Universal de
la Infamia (1935) están estas palabras que, parte de ellas, ya han sido
enseñadas por nosotros antes: ”En cuanto
a los ejemplos de magia que encierra el volumen, no tengo otro derecho sobre
ellos que los de traductor y lector. A
veces creo que los buenos lectores son cisnes aún más tenebrosos y singulares
que los buenos autores... Leer, por lo pronto, es una actividad posterior a la
de escribir: más resignada, más civil, más intelectual.” Visto de este modo toda historia, todo texto, todo ensayo es, definitivamente
original, porque el acto de creación no está en la escritura sino en la
lectura. Borges, cuya obra de hibridez genérica desconcierta a muchos, navegó
contra la corriente prácticamente solo en relación al acontecer intelectual
latinoamericano. Al igual que Confucio, pudiéramos decir, en parte, que él no
inventa, sólo transmite. Caso curioso, en un continente en donde se ha dicho,
por escritores de la talla de un Paz, por ejemplo, que en Latinoamérica hay una
ausencia de diálogo intelectual. Respecto a esto Monegal nos escribe: “Todos
hablan, nadie escucha...o lo que es, tal vez peor: nadie habla, nadie escucha.
Las consignas, los eslogans, las mafias, funcionan a todos los niveles e
impregnan todos los grupos. Todos esperamos (como prisioneros de la caverna
platónica) que la luz nos llegue de otro lado: de Europa o de los EE.UU., o de
la U.R.S.S., o de la China, o de Cuba.
Nunca de nosotros mismos. Quiero decir: de nuestra propia lectura. Todos
juzgan sin leer.; todos se creen
autorizados a juzgar sin leer”. En todo ello estaría centrada la crítica de Paz
y Monegal a lo que ellos llaman la “mediocridad del ambiente intelectual
latinoamericano”. Aunque agregan que el diálogo se ha iniciado de un tiempo
para acá. Son significativos para nuestro presente los escritores que han
aprendido de Reyes, de Henríquez Ureña, de Mariátegui, Martínez Estrada, Picón
Salas, de Lezama Lima, de Borges, de Cortázar, de Fuentes y de Paz, etc. A leer
y a escribir, a pensar e inventar, a soñar un poco más críticamente nuestra
América, (Monegal, 1976. P. 40). En resumen, llegamos que Borges postula que
releer, traducir, transmitir, son parte de toda producción literaria. No hay nada más útil que esas artes que no
tienen ninguna utilidad, (Ovidio, Ep. Ex Ponto I, V, 53). O pudiésemos
afirmar que ello es la producción literaria para un escritor, la cual centra su
obra como retruque de lo llamado aquí como poética de la lectura.
IX
Schopenhauer
será uno de los pensadores más releídos y citados por Borges. “Revisando mi
biblioteca, veo con admiración que las obras que más he releído y abrumado de
notas manuscritas son al Diccionario de
Filosofía de Mauthner, El Mundo como
Voluntad y Representación de Schopenhauer...”, (TC.p.125). Goethe dijo de
este filósofo romántico que pertenecía al período de los “talentos forzados”;
pudiéramos decir lo mismo de Borges, junto con una serie de intelectuales
latinoamericanos de su momento, como Alfonso Reyes, Henríquez Ureña, Picón
Salas, Lezama Lima, etc. Todos ellos se abrieron paso en una América atrasada,
caudillesca, dominada a la sombra de intereses externos (hoy más afianzados que
nunca), y medios de comunicación, publicaciones de libros y de diálogos intelectuales
escasos; todos ellos pueden pertenecer, como Schopenhauer, a la categoría de
“talentos forzados” hispanoamericanos. Mirar el cargo que ejerció Borges, por
ejemplo, por mucho tiempo, aquel de “tercer auxiliar de la Biblioteca Miguel
Cané”, es algo que hoy, para muchos intelectuales, está superado; o pensar a un
Lezama Lima, que toda su formación la hizo en su querida Habana y que apenas
salió, por unos días de ella por un viaje de invitación a México, creo que no
podemos dejar de pensar sino en una generación de “talentos forzados” y
forjados por la avidez de poseer la cultura para recrearla y crearse una vez
dentro del ámbito intelectual latinoamericano.
Borges
nos ha dicho, como dijimos, que de las cosas que le han deparado más placer,
una de ellas, son los escritos de Schopenhauer, para quien el mundo es una
fábrica de la voluntad. El mundo como voluntad y representación, nombre de su
obra más comentada y leída. A este filósofo lo comenzó a leer en su estadía en
Suiza y ha dicho que si debiera elegir a un sólo filósofo, ese sería
Schopenhauer. En su Autobiografía (1979
p. 216/217), señala si el enigma del universo puede ser establecido en
palabras, cree que esas palabras estarían en sus textos. Lo he leído una y otra
vez, tanto en alemán como en traducción – junto a su padre y su gran amigo
Macedonio Fernández. En Schopenhauer llega a encontrar un sentido filosófico
del mundo y la existencia. A diferencia de Kant, que piensa que el mundo es un
producto de la mente y que lo sobrenatural es inalcanzable, sólo pensable en
tanto concepto, en tanto cosa en sí (Dios, alma, mundo, libertad), Schopenhauer
da un paso más lejos y llega a afirmar que lo que llamamos Naturaleza es sólo un disfraz asumido por la voluntad, y
que para escapar de la locura es necesario elevar y transfigurar esa voluntad
en representación. Para el alemán el
arte es el único camino hacia el significado; llega a crear un cosmos natural y
significativo, partiendo de un claudicante orden social; idealismo y nihilismo
conjugado. Para Schopenhauer la aparición de la voluntad es sólo en el
presente, no en el pasado o en el porvenir: esto no existe más que para el
concepto y por el encadenamiento de las conciencias, sometida a un principio de
razón. Concluye que nadie ha vivido en el pasado, nadie vivirá en el futuro; es
el presente la forma de toda vida. Por otra parte, para Borges el verdadero
intelectual es el que mantiene una postura contemplativa, aquel que se mantiene
dentro de un objetivismo, es decir, en un quietismo puro, sin pretender
modificar nada; su aspiración será rodearse de lo que merece ser contemplado.
Antes hemos dicho que para Borges hacemos un mal uso de la inteligencia, pues
ella se la ha convertido únicamente para el desarrollo pragmático e instrumento
de la acción. Borges, al igual que Schopenhauer, no cree en el progreso y menos
aún en la acción política del pueblo y de la revolución. No creo que Borges
llegase a odiar tanto al pueblo como lo hizo aquél alemán decimonónico a quien
admiraba; el poeta argentino siente un fervor patriótico y un amor hacia las
pampas y su gente, los arrabales y sus cuchilleros, junto a sus mujeres de vida
mundana; el alemán califica al pueblo de canalla soberana y se cuenta, según
palabras de Thomas Mann, que en los
acontecimientos civiles de Alemania en 1848, prestó sus prismáticos de teatro
al oficial que desde su casa intentaba identificar a los hombres de las
barricadas, con el fin que pudiera disparar mejor contra ellos. La atracción de
Borges, debemos reiterar, por las ideas, bien sean religiosas o filosóficas,
como lo son en este caso, es debido a la emoción estética que le depararon.
Para Schopenhauer encuentra que se debe considerar al mundo como una magia; que
la filosofía, en su estudio de las esencias, lo desvela como una voluntad; en
el instante en que se le revele al ojo filosófico, ese querer-vivir, esa
voluntad pierde su virtud maléfica. Borges siente y comprende que la
experiencia interior revela en el fondo de nuestro ser tendencias,
aspiraciones, deseos, necesidades, en suma, nuestra voluntad en estrecha unión
con nuestro cuerpo junto a sus límites y su propia tragedia degenerativa. El
mundo simplemente es mi representación; el mundo, en Borges, será sólo por la
representación de mi voluntad literaria. El arte, como nos lo dice el pensador
alemán citado, fiel admirador del siglo de oro español y traductor de Calderón
de la Barca, consiste en adormecer a la voluntad mediante un encanto y en
restituir al conocimiento su intuición de las esencias y su virtud
contemplativa; el arte como terapia, como un estado de tregua en el que el
sufrimiento se halla adormecido, comprendiendo que no hay sino paz solamente en
la contemplación piadosa del asceta, que, en resumen, es contemplación
estética. En Borges no es menos, cuando nos dice que el hecho estético es la
inminencia de una revelación que no se produce, ya que, tal revelación nos
conduce a la negación de nuestra voluntad. La teoría del placer estético en Schopenhauer
deriva de su reflexión sobre los sentidos. La vista del crepúsculo, por
ejemplo, nos procura un vivo placer porque la sensación de los colores en que
la energía es exaltada por la transparencia (Schopenhauer 1985, libro II,
p.97ss), nos permite una contemplación -¿revelación?– desinteresada y anula la voluntad; el placer estético se
señala ante todo por su carácter negativo, por esa negación de la voluntad.
Para Schopenhauer la ciencia tiene sólo por objeto las relaciones presentes en
el universo. Ello hace que se llegue el momento de comprender su insuficiencia
y dirija al sabio al conocimiento puro, es decir, a la contemplación estética.
En lugar de explicar las cosas y los seres, el sabio intentará penetrarlos; la
contemplación sustituirá a la explicación, en otros términos: el arte reemplaza
a la ciencia. ¿Qué es bello para Schopenhauer? Según lo anterior es
consecuencia de una actitud, la apertura a la conciencia contemplativa; cada
uno es feliz cuando es todas las cosas, cuando no es más que individuo, son sus
palabras. Da una diferencia entre poesía y ciencia. La primera está contenida
en lo que él llama la expresión de la Idea, considerando a ésta como la unidad
que se transforma en pluralidad mediante el espacio y el tiempo, formas de nuestra
percepción intuitiva; la ciencia, se basa en el concepto el cual es la unidad
extraída de la pluralidad por medio de la abstracción – y no de la emoción - ,
que es un procedimiento propio de nuestro entendimiento; al concepto lo
denomina “unitas post rem”, a la idea, “unitas ante rem”.
Borges
ha comentado que la más burda de las tentaciones del artista es la de ser un
genio. (Su concepción del genio artista es la de ser un genio contemplativo). Su concepto de genio estará
en no considerarse tal, sino en la intensidad de la contemplación que pueda
pensar la sensibilidad del artista frente a lo bello o lo asombroso, en tanto
emoción estética. Schopenhauer tendrá, también, una teoría del genio. Su
concepción afirma y niega al genio como una forma de conocimiento, puesto que
no descansa en la razón; la
contemplación corresponde a la oposición entre conocimiento y genio. Tal
actitud contemplativa nos acerca a la contemplación platónica, que es una
conversión debido a que se orienta hacia las Ideas. El fin del hombre de genio
será alcanzar un olvido completo de la personalidad y de sus relaciones. ¿Cuál
es la diferencia entre el hombre de genio y el hombre común? Schopenhauer nos
dice que el hombre de genio es aquel
individuo que, gracias a su hipertrofia
de su facultad de conocer, se sustrae, por algún tiempo, del servicio de su
voluntad; por consiguiente, desea detenerse para contemplar a la vida en sí
misma, se esfuerza por concebir la Idea de cada cosa, no sus relaciones con las
otras. En el hombre común la facultad de conocer es la linterna que ilumina el
camino; es el hombre de genio, el sol que esclarece el mundo. El hombre de
genio querrá hacer abstracción de las cosas particulares del mundo, liberarse
del principio de la razón y mantenerse dentro de la blanca espuma contemplativa
de las Ideas. Todo ello pareciera responder a un platonismo estético. En Borges,
como ha dicho Juan Nuño, -reseñado al principio de nuestro trabajo-, hallamos
“una suerte de platonismo a medias, como si Borges prefiriera quedarse con la
destrucción del mundo sensible y apenas evocara y no siempre, la plenitud del
reino de las ideas” (Nuño, idem.p.138).
Pero si bien estamos en parte de acuerdo con esa conclusión a la que
llega Nuño, creo que pudiésemos agregar también, que más que platónico, a
Borges lo que le atrae es la concepción estética pesimista de Schopenhauer,
junto a su teoría del genio. A fin de cuentas el arte actúa como una gnosis y
una terapéutica. Nos revela la inteligibilidad del mundo y nos sana de una voluntad
absurda. Es una catarsis muy particular que consiste en exorcizar a la
voluntad. En la contemplación estética parecemos prisioneros que festejan un
día de descanso, y nuestra rueda de Ixión no da vueltas. Conversión del arte al
actuar como conjunto y adormecer a la voluntad.
Pero
el arte, a la vez, sirve como instrumento de conocimiento de las esencias
gracias al sentimiento panteísta de: Tú eres eso. Tal teoría de lo bello a
Schopenhauer lo conduce al Nirvana, única auténtica negación del querer vivir.
Borges ha escrito varias veces sobre el estado Nirvana cuando se ha referido al
budismo. En su libro de conferencias Siete
Noches, una de ellas está dedicada a
esa filosofía, que tiene el número mayor de prosélitos en el mundo. Ahí se
pregunta la significación del llegar al Nirvana y su respuesta es que tal
estado o condición es simplemente que nuestros actos ya no arrojan sombras. En
la medida en que estamos atados al mundo, para esta concepción religiosa, nos
encontramos sujetos al Karma. Borges explica que cada uno de nuestros actos
entretejen una estructura mental que se llama Karma. Cuando llegamos al Nirvana
nuestros actos ya no proyectan sombras, estamos libres. San Agustín dijo que
cuando estamos salvados no tenemos por qué pensar en el mal o en el bien. Seguiremos obrando el bien, sin pensar en
ello, (7N/p.96). Para Borges el Budismo, teoría de la salvación de nuestra
alma, concuerda con Hume, con Schopenhauer y con Macedonio Fernández. En la
idea de genio, de la que hablamos antes, encontrábamos que la felicidad estaba
en la continua contemplación y sucesión
del hecho estético en tanto Ideas absolutas de las cosas. Igualmente, al
referirse Borges al Budismo, tampoco hay sujeto, lo que hay es una serie de estados
mentales: la música, los estados de felicidad, la mitología, ciertos
crepúsculos, ciertos lugares que quisieron decirnos algo o algo dijeron y que
no hubiéramos debido dejar de perder, o está por decir algo... De ello obedece
el encontrar el propio Borges la pobreza de su yo y de construir una obra en
donde siempre se ha querido arruinar la superstición del yo (Sucre): el yo como
algo ilusorio, como algo que no existe. Para Borges al decir “yo pienso” se
está incurriendo en un error, pues se supone a un sujeto constante y luego una
obra de ese sujeto, que puede ser el pensamiento, un libro, una narración, un
cuento, un poema o un ensayo; la obra pertenece más al lector que al creador.
Para él la concepción del yo se tendría que afirmar en lo que dice Hume sobre
ello. No hablar de un yo pienso estable, único, sempiterno. No hablar de un yo
pienso, sino que lo que se hace es pensar continuamente y variablemente, como
cuando nos referimos al decir llueve. Al decir llueve no pensamos que la lluvia
ejerce una acción sino que con ello está sucediendo algo en relación a una meta
que continuamente cambia por lo que capta en su contemplación hacia el mundo y
hacia sí.
En
Borges, si hubiese sido consecuente con el estado de nirvana descrito antes,
llegaría, como Plotino y como Schopenhauer, a estar como el ojo del filósofo
que se la pasa, sin el arte, sólo para dirigirse al interior del ser, única
conclusión consecuente de toda estética contemplativa. Schopenhauer salta a la
actividad artística, pero le fallan las artes. Ellas siguen siendo un problema
para su sistema. ¿Será una esencia o un grado? El arte es, por esencia, una
voluntad de vivir: para Schopenhauer no es sino un grado inferior de renuncia. Considera al artista como un
asceta fracasado o que no ha alcanzado su última metamorfosis: el nirvana. Es
un asceta en vías de serlo, capturado todavía en las redes de la ilusión. Se ha
dicho que el último eslabón, dentro de una filosofía del pesimismo que pretenda
ser consecuente, tendrá que ser una vida de silencio. El artista quedaría, para Schopenhauer,
replegado en el rincón de la contemplación de las Ideas, sin alcanzar a
desgarrar el velo de Maya y su genio reside en la quietud de las sombras del
pensamiento. Borges, gracias a Dios–Borges, no es un filósofo sino poeta o,
como se decía al escritor – poeta en la época helenística, un Gramático, es
decir, un hombre de letras, y eso fue lo que únicamente lo sedujo. Al igual que
el músico compone una agradabilísima melodía con caras armoniosas, así también
el gramático, mediante la disposición adecuada de los acentos, introduce la
música en el verso. La gramática es la
maestra de las palabras y ornato del género humano. (Casiodoro, Exp. In Ps.
CXLVIII). Schopenhauer también pudo ser hombre de letras pero prefirió ser
consecuente con su filosofía de la nada, del nihilismo, del nirvana, llegando a
establecer que sólo en ello estaría la contemplación absoluta de las Ideas
navegando en nuestra propia voluntad contemplativa y representativa, a la
libertad de la voluntad absoluta, en la auténtica negación del querer vivir;
vida guardada en el saco del silencio; pesimismo como recurso que termina
siendo otra cara del optimismo al hallar una salida a la existencia, una ética
de la evasión. Borges, con menos pretensión y más genio, supo arrancar de la
contemplación estética, es decir, de la poética de la lectura, el principio
motor para construir una obra que, si bien para él no tenía mucho mérito, para
nosotros nos conduce, por su belleza y originalidad literaria – sin quererlo
ser -, a una cúspide de la creación y de la contemplación estética del hombre.
De la
felicidad estética de Borges por la lectura es lo que hemos tratado aquí y
querido hablar. Me podrán preguntar ¿Cómo has podido pretender hablar de algo
que realmente no conoces, que es sólo una emoción, un estado de ánimo de otra
persona y que ni llegaste a hablar personalmente con Borges? Bueno, después de
todo, siempre vuelvo a la lectura de Chuang Tzu para esos casos y sé, por ese pensador
chino antiguo, esto:
Chuang
Tzu y Hui Tzu cruzaban el río Hao por la presa y Chuang Tzu dijo: “Mira con qué
libertad saltan y nadan los peces: esa es su felicidad”. Hui replicó: “Si tú no
eres un pez, ¿Cómo sabes qué es lo que hace felices a los peces?”, Chuang Tzu
dijo: “Si tú no eres yo, ¿Cómo puedes saber que yo no sé el motivo de la
felicidad de los peces?”. Hui argumentó: “Si yo, no siendo tú, no puedo saber
lo que tú sabes, se sigue que tú, no siendo pez, no puedes saber lo que ellos
saben”. Chuang Tzu dijo: “¡Espera un momento! Volvamos a la pregunta inicial.
Lo que tú me has preguntado es ¿Cómo sabes lo que hace felices a los peces?,
por la forma de la pregunta tú evidentemente sabes que yo sé lo que hace
felices a los peces. Yo conozco el gozo de los peces en el río por el gozo que
yo siento al caminar junto al río”. En lo anterior la obra de Borges serían los
peces, Chuang Tzu y Hui Tzu, lector, puedes imaginar a quiénes corresponden...
¿adivinaste?
Bibliografía
Obras de Jorge Luis Borges:
Obras Completas 1923 – 1972,Emecé, Argentina, 1974. (OC).
Prólogos (con un prólogos de
prólogos), Torres Agüero, Argentina, 1975.
Siete Noches (Conferencias), F. C. E. México, 1980. (P).
Textos cautivos (ensayos y
reseñas de la revista “El Hogar 1936-1939), Tusquets,
Barcelona, 1986. (TC).
Obra Poética, Alianza,
Madrid, 1975. (OP)
Obras sobre Jorge Luis Borges:
AA/VV
1976: Borges, El Mangrullo,
Buenos Aires.
Charbonier,
George
1967: Entretiens avec J.L. Borges,
Gallimard, Paris.
Stefanía Mosca
1983: Utopia y realidad, Monte
Avila, Caracas.
Nuño, Juan
1987: La Filosofía de J.L. Borges,
F. C. E. México.
Rodriguez Monegal, Emir:
1976: Borges: hacia una
interpretación. Guadarrama, Madrid.
1985: Ficcionario. Antología de
textos de J.L.. Borges, F.C.E., México.
1987: Borges: una biografía
literaria. F.C.E., México.
Sucre, Guillermo:
1968: Borges, el poeta. Monte Avila, Caracas.
1975: La máscara, la transparencia. Monte
Avila, Caracas.
Vásquez, Maria E.
1977: Borges: Imágenes, memorias,
diálogos. Monte Avila, Caracas
Otras referencias:
Blanchot, Maurice.
1979: El libro que vendrá. Monte Avila,
Caracas
Collingwood, Roger.
1960: Los
principios del Arte. F.C.E., México.
Croce, Benedetto.
1969: Estética. Nueva Visión, Buenos Aires.
Foucault, Michel.
1968: Las palabras y las cosas. Siglo XXI,
México.
Hume, David.
1984: Tratado de la naturaleza humana. Orbis,
Barcelona.
Lezama Lima, José.
1981: El Reino de la Imagen. Ayacucho,
Caracas.
Shopenhauer, Arthur.
1985: El Mundo como Voluntad y Representación.
Orbis, Barcelona.
1976: La estética del pesimismo. Antología.
Labor, Barcelona.
Steiner, George
1989: Presencias Reales. El sentido del sentido. Dimensiones, Caracas.
Tatarkiewicz, Wladyslaw.
1989: Historia de la Estética, 2 t., Akal,
Madrid.
Artículos de revistas:
Montoro, Adrian:
“Todos los hombres son mortales”:
de Borges a Pindaro. En: “Escritura”
No.22, 1986, UCV, Caracas.
Nuño, Juan: “Semiótica
y poética en J.L. Borges”.
En:N”Escritura” No.22, 1986, UCV, Caracas.
Planella, Antonio: “El detective literario:
panorama del género policiaco de Poe a
Borges”. En: “Escritura” No.19/20, 1985, UCV, Caracas.
_______”Borges y Narciso: dos espejos enfrentados”.
En: “Escritura” No. 27, 1990, UCV, Caracas.
Rodriguez Monegal, Emir: “Mario de Andrade,
descubridor de Borges”, En: “Eco” No.210, 1979, Bucholtz, Bogota.
Sucre, Ramos:
“La Narrativa de Borges: Biografía del Infinito”. En: “Eco” No123, 1970,
Bucholtz, Bogota.
No hay comentarios:
Publicar un comentario