Claude
Lévy-Strauss: mito y música
David
De los Reyes
Arte y antropología
Susanne
Langer, afirmó que la música era el mito de nuestra vida interior. Mito y
música se desprenden de una interioridad humana, dándonos -el primero- una
interpretación semántica de los hechos que fundamentan una sociedad; en cambio,
de la música, surge una interpretación somática de los sonidos que forman parte
de todo estadio cultural.
Mito
y música tuvieron importancia para el desarrollo de la teoría de la
antropología estructuralista del investigador, etnólogo y sociólogo francés,
Claude Lévy-Strauss, quien es conocido ampliamente por su importante y original
trabajo en el campo de las investigaciones antropológicas, por sus obras
construidas sobre un pensamiento polifónico interdisciplinario y por su particular crítica a la cultura de
la sociedad moderna. Para él, la música desempeñó un momento imprescindible
para penetrar en la tensión estructural del análisis de los mitos y de las
relaciones entre el arte primitivo y el moderno. Su interés por relacionar estas
dos áreas de la imaginación creativa, mito y música, se debe a una búsqueda de
mediación entre lo inteligible y lo sensible. El mito que consiste,
precisamente, en trascender la oposición de lo sensible y de lo inteligible, se
coloca al nivel de los signos para su mejor análisis y comparación, buscando un
puente interpretativo en la “teoría de la música”.
Esta
relación del mito con la teoría de la música la concibió también como una
crítica de la cultura, donde entendió la pérdida de la importancia del arte en
el mundo contemporáneo, debido a la carencia de significación de las creaciones
artísticas para el alejado y mecanizado hombre común de nuestro mundo
civilizado. Nuestra modernidad ha separado la necesidad intrínseca de la
expresión humana de la misma creación productora del hombre cultural.
Se
podría decir entonces, que el arte contemporáneo en general (plástica,
literatura, música, etc.) es una lucha contra la pérdida y el debilitamiento de
la significación en sus obras, a la falta de poder significativo extrínseco que
arrastra la creación artística del presente. Es lo propio dentro de nuestra
civilización mecánica.
La
antropología estructuralista de Lévy-Strauss enseña a mirar al arte bajo la luz
del signo. Y el signo conduce a mostrar al arte más en términos del juego de
las relaciones inscritas internamente, que en términos de consciencia y
facultades. Donde se encuentra la justa afirmación del teórico del arte
Mukarosvsky respecto al valor estético
del arte, el cual debe ser definido precisamente por su porosidad al mundo exterior, por su permeabilidad tejida sobre el
mundo que pisamos.
Tempo y música
La
música estará presente en muchos de los ensayos de Lévy-Strauss, pero es un
elemento estructurante en la construcción arquitectónica de una de las obras
más importantes escritas por él. Se hace referencia a sus Mitologías (Mithologiques), donde la influencia de la música está
presente desde su umbral. Ella se abre a nuestra lectura con un capítulo
titulado Obertura.
Lévy-Strauss
señaló que en toda composición de cualquier obra musical se haya una lógica de
lo sensible, y aludió a la escritura de la partitura para legitimar un método
no lineal para la interpretación de los mitos. Postuló la existencia de un
vínculo y una afinidad muy estrecha entre el mito y la música, pues son ambos
lenguajes los que trascienden, cada una en su especificidad formal, al lenguaje
articulado y a la estructura del tiempo que constituye a ese lenguaje. A
diferencia de la pintura, la música postula una dimensión temporal propia,
forjada particularmente para cada creación, dándole un tempo original, independiente del sentido del tiempo cultural
social general. Mito y música requieren de un tiempo propio, particular,
autónomo, para manifestarse.
En
la narración de un mito siempre nos encontramos ante una forma artesanal de la
comunicación humana; no apunta a transmitir un acontecimiento en sí –aunque lo
haga de cierta forma-, como un simple reportaje periodístico. Su intención nos
lleva a penetrar la cosa contada en el epicentro de la vida misma del relator.
El modo de transmitir los valores morales del mal o del bien imprime a lo
narrado su marca personal, exactamente como
el alfarero deja sobre el vaso de arcilla el rastro de sus manos. La
ambición del mito está en engendrar una historia por medio de una estructura
poética, a la que se le adhiere un tiempo propio.
La
música necesita del tiempo para negarlo en tanto condicionamiento social, donde
siempre le sobrepondrá el suyo propio, trascendiendo nuestro ser al margen de
un presente continuo. Así, el mito tiene su estructura apegada al sentido,
despojado del sonido. La música posee una estructura despojada del sentido
literario, y únicamente vinculada al
sonido. Lévy-Strauss ha dicho que la música opera sobre un terreno bruto, que
es el tiempo fisiológico del
auditor; tiempo que tiene la cualidad de ser diacrónico pues es
irreversible, trasmutando todo segmento temporal de la totalidad sincrónica y
cerrada en sí misma. La obra musical inmoviliza, por decirlo así, al sentido
del tiempo que pasa sin más, dándole una significación y una intensidad más
particular y presente. De tal modo que escuchando
la música y mientras la escuchamos, accedemos a una especie de inmortalidad.
El doble continuo del mito y de la música
Lévy-Strauss
encuentra que la justificación para relacionar y comparar al mito con la música
se debe a nuestra propia experiencia resultante al escuchar una obra musical o
el relatar de un mito. En ambos operan lo que él llama “doble continuo”: que está constituido
por dos espacios, uno externo y otro interno. El externo está conformado por
las ocurrencias históricas o los supuestos relatos, que configuran toda una
gama ilimitada de elaboración de mitos que surgen en toda sociedad, sea pasada o presente;
creaciones donde se insertan un número restringido de acontecimientos pertinentes.
Este
“continuo externo”, en el caso de la música, será el espectro casi ilimitado de
los sonidos físicamente realizables, de los que cada sistema musical particular
saca sus constantes, formando la paleta sonora de los gustos auditivos propios
de cada sociedad. Toda sociedad, como cada civilización, se pudiera decir
también, contiene una gama sonora particular, acorde con los instrumentos y los
sistemas musicales que definen el
círculo sonoro musical adjunto con la elección tecnológica instrumental de ese
grupo humano: son los sonidos físicamente realizables en un tiempo y espacio
determinado. Pero por encima de estos rasgos sonoros particulares, cada
sociedad tiene en común la existencia de
un sistema musical.
Respecto
al “continuo interno”, este tiene su sede en la constitución fisiológica y
orgánica del hombre, cuyos factores son
muy complejos. Este “continuo” está
formado por la periodicidad de las ondas cerebrales y de los ritmos
orgánicos junto a la capacidad de memoria y poder de atención.
La
música tiene el privilegio, por crear un lenguaje propio, de provocar una
diferencia que la lleva a distinguirse de todo otro tipo. Crea escalas de
intervalos y relaciones jerárquicas
entre las notas que remiten a una discontinuidad: los sonidos musicales son un
producto netamente humano, cultural y constituyen un objeto integrante e
intrínseco al ser del hombre. Los sonidos musicales se oponen a los ruidos o
sonidos de la naturaleza exterior, que
son los únicos que se dan sub specie
naturae.
Pero,
a su vez, la música refuerza el polo natural humano dirigiéndose a los ritmos
orgánicos innatos y vitales de nuestro cuerpo. Presentándose un juego sonoro
que se ancla en una gama de sonidos humanos que son datos culturales,
perfectamente disímiles, a los ruidos que absorbemos del ambiente sonoro de la
naturaleza: la experiencia de la grabación de las olas del mar es distinta a
percibir la experiencia directa de este líquido movimiento sonoro al natural;
la riqueza de experiencias entre la una y la otra es inconmensurable por toda
la sinergia que rodea a cada una en particular.
La
singularidad que surge del diálogo mudo, aunque sonoro, del hombre con la música hace aparecer en la experiencia
musical un erotismo del espíritu, vivencia estética que conduce desde la
angustia a la beatitud de la alegría intelectual y emocional, trastocándonos
hacia una verdadera metamorfosis sensible
del entendimiento. Experiencia que establece una exquisita y sensible
conexión entre el sentido más intelectual, el oído, y los más escondidos y
oscuros ritmos internos de nuestra vida orgánica, nuestros ritmos viscerales, cardiacos y respiratorios.
Cuando la
música se aparta de la pintura
En
Lévy-Strauss encontramos una elaboración sesgada por el naturalismo
de las posibilidades de estas dos disciplinas artísticas. Toda su concepción
sobre la música y el mito lo lleva a crear una especificidad del arte de los
sonidos respecto a las otras artes. Las palabras de Lévy-Strauss se dirigen a
relacionar la música con el arte que representa las formas plásticas externas,
es decir, con la pintura. La música se aparta de la pintura en el sentido que
-mientras la naturaleza ofrece a ésta última toda la gama de colores que el
hombre ha podido observar- la cultura, como portadora de la semilla para la
creación de todos los instrumentos y de las modalidades del canto, la lleva al
monopolio de los sonidos musicales.
Una
diferencia determinante es que la naturaleza posee el monopolio de los colores,
dando al hombre una gama casi infinita de ellos. La música, como producto
netamente humano, es decir, cultural, lleva a poseer el monopolio de los
sonidos, diferenciándose fuertemente de todos los fenómenos sonoros inscritos
al ambiente natural. La prueba de ello está que cuando se habla de colores
siempre se hace como si estuviesen inseparables de la percepción visual,
decimos rojo cereza o azul cielo, trasladando el referente a
un objeto captado por el sentido de la percepción visual humana. En cambio, con
la música es distinto; toda referencia a lo sonoro no admiten sino metáforas,
como nos lo pueden mostrar los versos de Verlaine: “le sanglot long / des violons
(“El largo sollozo / de los violines), que son un excelente ejemplo del
referente metafórico a todo sonido.
Pintura
y música transitan, para Lévy-Strauss, por caminos inversos. Para la primera,
su elemento sensible surge de la misma naturaleza, los colores con que relacionamos significaciones intelectuales.
Para la segunda, su materia prima
surge por un proceso de elaboración
cultural, que proporciona el primun de todas las invenciones sonoras humanas y por
este hecho está más abocada a influir intensamente en el tapete interno de
nuestras emociones, así como a distinguirse y alejarse de las significaciones
intelectuales.
Para
finalizar es pertinente señalar dos cosas. La primera es que Lévy-Strauss
siempre profesó un amor inmenso por la obra de Richard Wagner, a quien
consideró como el padre del análisis estructural de los mitos. Su obra Mitologías forma una especie de
tetralogía antropológica análoga a la waneriana: El Oro del Ring. En la obra de Lévy-Strauss encontramos una obertura y un finale que contienen toda una reflexión perspicaz y extensa acerca del significado y
naturaleza de la música, como también de nuestra relación con ella.
La
segunda cosa que se quiere señalar es que Lévy-Strauss nunca llegó a gustarle
la música post-stravinskiana ni el arte abstracto, ambas concepciones estéticas
alejaban, para él, al hombre del arte como tal. Esto no impidió que fuese su
obra fuente inspiradora para que el ortodoxo weberiano, compositor italiano
Luciano Berio compusiese una obra de música serial inspirada en el tomo I de
sus Mitologías, se hace referencia al
libro Lo crudo y lo cocido.
Intentar
rescatar y comprender esta teoría musical,
de Lévy-Strauss, alusiva al mundo de los mitos es una rica tarea que espera,
como un horizonte abierto de posibilidades
y comprensiones, del auténtico fenómeno artístico del arte de los
sonidos.
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