Felicidad y poder
en Thomas Hobbes
María
Eugenia Cisneros Araujo
Introducción
En
este ensayo se explorará el vínculo entre felicidad y poder en Hobbes, a partir
de los rasgos significativos de su época y cómo estos se materializan en el
pensamiento de Bacon, Descartes y Locke. Tal panorama servirá para analizar la
concepción de la felicidad y el poder en Hobbes con el fin de mostrar que ambas
categorías en el sistema filosófico-político propuesto por el mencionado
filósofo significan lo mismo. La constitución del individuo y del
individualismo se conforma a partir de la felicidad y el poder.
1.-
Bacon, Descartes y Locke
El siglo XVII es una época donde la
imaginación científica del hombre fue conducida por el pensamiento matemático y
el experimento. Surgió una nueva ciencia que se componía de la conciencia
metódica, de la idea epistemológica sobre el carácter fenoménico de las
propiedades sensibles de los objetos, de la fundamentación de la mecánica y de
su aplicación a la astronomía y a la óptica. La tendencia general hacia la
búsqueda del método único era expresión del afán de crear la soberanía del
espíritu lógico sobre la imaginación y sobre el azar del hallazgo. La
racionalidad del universo y el conocimiento de la naturaleza se convirtió en la
formula metafísica de la época y también en el principio a través del cual se
intentaba regular la vida económica, jurídica y política[1].
Estos rasgos indican que es una época que vuelve su mirada a este mundo y al
dominio de las cosas en este mundo, y es en este contexto que se da cuenta de
la felicidad. Bacon, por ejemplo, se ocupa de la felicidad con su planteamiento
del dominio de la naturaleza a través de la ciencia y la técnica; Descartes, al
igual que Bacon, también se centra en el dominio de la naturaleza y habla de la
felicidad en este mundo; y Locke, aunque posterior a Hobbes, también nos
muestra un elemento importante de la época, al considerar que la búsqueda de la
felicidad lleva a los hombres a ser industriosos.
En la Nueva Atlántida de Bacon se observa que la felicidad tiene que ver
con el dominio de la naturaleza por parte del hombre mediante la ciencia y la
técnica. Así se puede observar en la revelación de los secretos de la Casa de
Salomón que hiciera el padre de esta Casa. Su discurso comienza con las
siguientes palabras: “… El objeto de nuestra fundación es el conocimiento de
las causas y secretas nociones de las cosas y el engrandecimiento de los
límites de la mente humana para la realización de todas las cosas posibles”[2].
Es decir, el objeto es el conocimiento y el dominio de las cosas de este mundo
para que el hombre sea feliz. Entiéndase entonces felicidad como la realización
de todas las cosas posibles. Este conocimiento se produce a través de
experimentos tomando como muestra lo que ofrece la naturaleza: el aire, el
agua, los animales, las plantas, el fuego, la tierra, que pueden ser
modificados a través de la técnica. El hombre conoce la naturaleza, la domina y
con ello consigue ser feliz. Es de alguna manera un anticipo de lo que hoy en
día se conoce como ingeniería genética. Véase las siguientes palabras del padre
de la Casa de Salomón:
“… en estos mismos huertos y
jardines hacemos, artificialmente, que árboles y flores maduren antes o después
de su tiempo, y que broten y se reproduzcan con mayor rapidez que según su
curso natural. Y también artificialmente los hacemos más grandes y a sus frutos
más sabrosos, dulces y de diferente gusto, olor, color y forma. Y a muchos de
ellos lo hacemos también adquirir virtudes medicinales… Y todo esto no lo
hacemos por azar, sino que conocemos de antemano, según las sustancias y las
combinaciones”[3].
No cabe la menor duda, que para
Bacon la felicidad del hombre estaba determinada por el conocimiento y dominio
de la naturaleza, pues ello le permite realizar modificaciones para satisfacer
sus necesidades.
En esta misma corriente se encuentra
a René Descartes, quien en el capítulo VI del Discurso del método, dice:
“… pueden lograrse conocimientos
muy útiles para la vida y que en lugar de esta filosofía especulativa que
enseñan en las escuelas, puede encontrarse una filosofía práctica en virtud de
la cual, conociendo la fuerza y las acciones del fuego, del agua, del aire, de
los astros, de los cielos y de todos los cuerpos que nos rodean con tanta
precisión como conocemos los diversos oficios de nuestros artesanos, podamos
emplearlos de igual forma para todos aquellos usos que sean propios,
convirtiéndonos por este medio en dueños y señores de la naturaleza”[4].
Descartes
se sitúa en este mundo y en la idea de que el hombre debe conocer la naturaleza
como un medio para disfrutar de los elementos y comodidades que ofrece, pero
también para conservar la salud. Es decir, en Descartes hay una consideración
tanto del disfrute que se puede sentir espiritualmente como del cuerpo y del
dominio de la naturaleza. Es en esta perspectiva que desarrolla su concepto de
felicidad. Para este filósofo, hay un estado de beatitud que depende de nuestro
libre albedrío. Todos los hombres pueden adquirirla con el uso de la razón sin
ayuda externa[5];
se trata del predominio de esa razón para alcanzar la felicidad en este mundo y
no en el que nos espera después de la muerte. En la carta que escribió en sus
últimos años de vida en Holanda a la princesa Elizabeth de Bohëme, expresa que
es más importante mantener el uso de la razón que perder la vida; y señala que
a pesar de no tener las enseñanzas de la fe, hay una filosofía natural que nos da
un estado de felicidad después de la muerte, a diferencia de la presente, que
no le hace temer al hombre estar atado a un cuerpo que frena su libertad[6].
Descartes entiende la felicidad de dos maneras: como beatitud y la adquirida en
este mundo mediante el dominio de la naturaleza a través de la razón, lo cual
es un logro fundamental del hombre moderno.
John Locke también se refiere al
espíritu y al cuerpo. En ese contexto ubica la felicidad.
“… Placer y dolor quiero que se
entienda que significan todo lo que nos deleita o nos molesta, ya sea que
proceda de los pensamientos en la mente, ya de cualquier cosa que opera en
nuestros cuerpos. Porque ya sea que, por una parte, hablemos de satisfacción, deleite, placer, felicidad,
etc., y por otra parte, de inquietud,
pena, dolor, tormento, angustia, miseria, etc, no son, sin embargo, sino
diferentes grados de la misma cosa[7].
El concepto fundamental para arribar
a la felicidad, en el sentido de Locke, es la supresión del malestar. Pues,
según este filósofo, mientras se esté bajo el dominio de algún malestar, no se
puede ser feliz porque cada quien siente el malestar incompatible con la
felicidad y ello le impide disfrutar de aquellas cosas agradables que posee.
Por tanto, la supresión del malestar es el primer paso hacia la felicidad. Pero
también es “… el principal, ya que no el único, acicate de la industria y
actividad humanas”[8].
Es decir, la eliminación de la molestia es el comienzo hacia la felicidad y la
industria. Sobre esta idea, Omar Astorga considera que la industria humana es
la mejor realización del deseo y, de esta forma, la reflexión antropológica de
Locke entra en sintonía con la elaboración de sus ideas económicas, tal como
las desarrolló en el Segundo tratado.
Por ello éste intérprete dice que Locke pensó el desarrollo de la industria y
el incremento de la propiedad como actividades inherentes a su investigación
filosófica sobre la felicidad. Las ideas económicas habrían así encontrado
apoyo en la respectiva fundamentación antropológica[9].
Por consiguiente, en Locke, el concepto de felicidad se desarrolla en este
mundo bajo la idea de supresión del malestar que vincula lo antropológico con
lo económico, pues la eliminación del malestar lo impulsa a buscar el placer y
alejarse del dolor, así como desarrollar su industria para incrementar su
propiedad.
“… Aunque la tierra y todas las
criaturas inferiores sirvan en común a todos los hombres, no es menos cierto
que cada hombre tiene la propiedad de
su persona… Podemos también afirmar
que el esfuerzo de su cuerpo y la obra de sus manos son auténticamente suyos.
Por eso, siempre que alguien saca alguna cosa del estado en que la naturaleza
la produjo y la dejó, ha puesto en esa cosa algo de su esfuerzo, le ha agregado
algo que es propio suyo; y por ello, la ha convertido en propiedad suya.
Habiendo sido él quien la ha apartado de la condición común en que la
Naturaleza colocó esa cosa, ha agregado a ésta, mediante su esfuerzo, algo que
excluye de ella el derecho común de los demás. Siendo, pues, el trabajo o esfuerzo
propiedad indiscutible del trabajador[10].
Sin profundizar en la teoría
política de Locke, pues no es el objeto de este ensayo, con la anterior cita se
busca mostrar la presencia de las ideas económicas –como lo señala Omar
Astorga- al sugerir Locke una relación de propiedad producto de la actividad
humana concebida como desarrollo de su industria.
Se tiene así que, Bacon y Descartes
ponen el énfasis en el dominio de la naturaleza, mientras que Locke en la
supresión del malestar y lo industrial. Estas ideas conforman el contexto
intelectual en el cual aparecen las ideas de Hobbes en torno a la felicidad y
el poder. Este filósofo se refiere a la felicidad en función del dominio
científico y de la industria, pero lo hace fundamentalmente desde la perspectiva
del dominio social, del dominio del hombre por el hombre, considerado en
términos sociales y culturales y no sólo naturales.
2.-
La felicidad y el poder para Hobbes
En el capítulo VI del Leviatán Hobbes define a la felicidad
como el continuo éxito tras éxito, es decir, como la continua prosperidad,
afirmando que se refiere a la felicidad en esta vida. En el capítulo XI del
mismo libro dice:
“… la felicidad en esta vida no
consiste en el reposo de una mente completamente satisfecha. No existe tal cosa
como ese finis ultimus, o ese súmmum bonum de que nos habla en los
viejos libros de filosofía moral. Un hombre cuyos deseos han sido colmados y
cuyos sentidos e imaginación han quedado estáticos, no puede vivir. La
felicidad es un continuo progreso en el deseo; un continuo pasar de un objeto a
otro. Conseguir una cosa es sólo un medio para lograr la siguiente. La razón de
esto es que el objeto del deseo de un hombre no es gozar una vez solamente, y
por un instante, sino asegurar para siempre el camino de sus deseos futuros.
Por lo tanto, las acciones voluntarias y las inclinaciones de todos los hombres
no sólo tienden a procurar una vida feliz, sino asegurarla”[11].
M. M. Goldsmith explica que,
presumiblemente, el único deseo que uno podría tener para con el otro mundo
sería probarlo, pues de ese mundo no tenemos ninguna experiencia. La vida
prometida en dicho mundo es diferente de la vida en éste, que no podemos
concebirla. Este autor considera que para Hobbes la vida es movimiento de un
punto a otro, de un deseo a otro, de una satisfacción a otra. Sostiene que la
felicidad consiste en continuar ese movimiento exitosamente, sin ningún
impedimento. Dado que la felicidad es un proceso –la sucesiva satisfacción de
los deseos- siempre existe un elemento comparativo en ella. Un hombre es más
feliz cuando triunfa que antes de hacerlo. Cuando un hombre compara sus propias
actividades y satisfacciones con las de otros hombres, la estimación de su
propia felicidad (y por tanto su felicidad misma) depende de la relación entre
su triunfo y el de los otros. La vida, tal como dice Hobbes, puede compararse
con una carrera[12].
Omar Astorga señala que Hobbes advierte que el tipo de felicidad que Dios ha
dispuesto para quienes le honran será algo que se disfrutará sólo cuando se conozca.
Por ahora, en la tierra, esa es una felicidad incomprensible, tal como la
expresión “visión beatífica” que usan
los escolásticos. Afirma que la felicidad que a Hobbes le interesaba hacer
valer era la que resultaba de la experiencia imaginativa que se produce en el
curso de la aparición de las pasiones. La felicidad aparece entonces como hilo
conductor de su descripción de las pasiones pero, a su vez, las pasiones
constituyen la condición de posibilidad para entender la búsqueda misma de la
felicidad. Se trata de una relación inmanente, pues la felicidad no aparece
como un telos trascendente a la
experiencia de la voluntad, sino como el producto histórico-cultural de la
imaginación, concebida privilegiadamente desde los intereses de la vida
política[13].
Como bien lo indican éstos
intérpretes, Hobbes se refiere a la felicidad en este mundo y no al que no
conocemos, al que nos espera después de la muerte. La felicidad de este mundo
está determinada por la diferencia cómo cada individuo manifiesta sus facultades
naturales y en la diferencia en que cada individuo hace uso de los medios
necesarios para conseguir su propio bien. Por tanto, la felicidad que piensa
Hobbes es la felicidad del individuo, entendida como la puesta en movimiento de
los aspectos fundamentales que constituyen su mente a partir de la cual
desarrolla sus relaciones sociales. Movimiento que se traduce en la
determinación de los pensamientos por el deseo, al activar el mecanismo
deliberativo a través del cual el individuo prevé los medios para obtener el
fin que el deseo le ha señalado. En este caso, el fin, es el éxito, la
prosperidad. Sólo que cada individuo decide su éxito. Pero además, no basta con
obtener el éxito; hay que asegurarlo. Y en esta idea, podemos ver cómo se unen
las opiniones de Goldsmith y Astorga, pues el concepto de felicidad propuesto
por Hobbes no es estático sino dinámico; es un proceso histórico-cultural que
surge del desarrollo de las relaciones sociales entre los individuos a partir
de las diferencias que surgen en la manifestación de sus facultades naturales,
en la elección del fin y en la escogencia de los medios para alcanzarlo y
asegurarlo. Por ello la felicidad para Hobbes es la puesta en movimiento de la
diferencia que ocurre en la manifestación de las facultades naturales y en el
uso de los medios para obtener el fin que desarrollan los individuos en sus
relaciones sociales.
Algunos de los elementos que
constituyen el éxito –según Hobbes- son el logro de riquezas, una buena
reputación, tener nobleza, elocuencia, buena apariencia, entre otros, que no
son más que formas o expresiones de poder. Y da “… como primera inclinación
natural de toda la humanidad un perpetuo e incansable deseo de conseguir poder
tras poder, que sólo cesa con la muerte”[14].
El capítulo X del Leviatán está dedicado al poder. Allí
podemos observar dos conceptos. Uno que se refiere al hombre considerado
individualmente y otro “… compuesto de los poderes de la mayoría”. El poder de
un hombre lo constituyen los medios que tiene a la mano para obtener un bien
futuro que se le presenta como bueno. En otras palabras, el poder de un hombre
lo constituye todo lo que está a su alcance al hacer posible la obtención de
algo que para él representa un bien verosímil. Este poder puede ser original o
instrumental.
“… El poder original es un grado
eminente de facultades corporales o mentales, como la fuerza extraordinaria, la
apariencia, la prudencia, la HABILIDAD, LA ELOCUENCIA, LA LIBERALIDAD, LA
NOBLEZA. Instrumentales son aquellos poderes que, adquiridos mediante estos, o
por fortuna, son medios e instrumentos para adquirir otros más: riquezas,
reputación, amigos, y ese secreto designio de Dios que los hombres llaman buena
suerte”[15].
El concepto de poder en Hobbes hace
referencia a las capacidades y atributos naturales del hombre y como estos atributos
constituyen un poder en sí mismo y al mismo tiempo medios de los que se puede
valer el hombre para adquirir otros poderes[16].
En otras palabras, el concepto de poder en Hobbes alude al individuo y a las
posibilidades materiales que tiene a su alcance para ejecutar algún propósito.
Esos medios están conformados, por un lado, por las facultades o poderes
naturales corporales o mentales, pero no cualesquiera facultades, sino aquellas
que presentan un grado eminente, es decir, aquellas que sobresalen o se
distinguen, como sería, entre otras, la habilidad, la elocuencia, la prudencia,
la nobleza, para adquirir otros poderes: riqueza, reputación, amigos.
El segundo concepto de poder es el
compuesto por los poderes de la mayoría, unidos, por consentimiento, en una
sola persona natural o civil que puede usarlos todos según su propia voluntad,
como el poder de una república, o dependiendo de las voluntades de cada
individuo en particular como el poder de una facción o de varias facciones
aliadas[17].
Ahora bien, relacionando los
conceptos de felicidad y poder se puede decir que coinciden en su contenido,
puesto que la felicidad es un continuo éxito tras éxito como el que se produce
con el logro de riquezas, reputación, nobleza, que son formas o expresiones de
poder; y la acumulación de poder tras poder es la felicidad. Por consiguiente,
en Hobbes la felicidad es un perpetuo deseo de conseguir poder tras poder.
Entendiendo que la felicidad es
poder y el poder es la felicidad, es claro que estos conceptos son
determinantes en la formación de las relaciones sociales que entablan los
hombres y, a su vez, los constituyen como individuos acentuando así las
tendencias individualistas, pues cada individuo busca su propia felicidad con
la idea de disfrutarla individualmente.
Se destaca también que la felicidad
como poder, no solo consiste en alcanzar el éxito sino en conseguirlo y
asegurarlo. Así, cada individuo permanecerá en constante movimiento tras la
búsqueda del éxito en este mundo, e inevitablemente estará en la búsqueda de su
particular aseguramiento, desarrollándose entre los individuos una interacción
social competitiva o una carrera con la idea de conseguir y asegurar la
felicidad de cada quien. La dinámica de esas relaciones trae aparejado el hecho
cierto de que el individuo sabe que el otro está al igual que él tras la
búsqueda y aseguramiento del poder o la felicidad; esta situación se estructura
bajo unas condiciones de competencia, desconfianza y de búsqueda de gloria que
constituyen el egoísmo, pues cada quien apuesta por lo mismo.
Concluyo este ensayo con las
siguiente palabras de Alfredo Cruz Prados, en lo atinente a la constitución del
individuo y del individualismo a partir de la felicidad y el poder:
“… Si el valor de bien deriva
únicamente del deseo individual, y todo deseo es deseo de conservación, todo
bien será bien para la conservación. Ésta sólo admite una consideración
individual, no es una realidad participable, no hay más conservación que la
mía; y solo ella determina el bien y el modo de perseguirlo: mi actuar. Para el
hombre hobbesiano el bien se constituye como tal fundamentalmente por ser
propio: el hecho de beneficiarme a mi es inseparable de la razón del bien. Al
ser la voluntad, en su doctrina, apetito sensible, el bien que desea solo puede
ser particular, y exige, por tanto, un disfrute individual: todo compartir
significa un perder. Y no solo eso; en el estado de naturaleza, todo bien ajeno
significa un mal, pues todo bien supone una contribución a la propia seguridad,
es decir, un aumento de poder, y todo poder ajeno es un peligro para la
seguridad propia… La vida humana reducida a existencia fáctica encierra al
hombre en una radical individualidad. No hay ningún principio de
comunicabilidad en aquello que agota su realidad en la pura felicidad[18].
Bibliografía
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Segunda Edición Revisada.
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chronologie, bibliogrephie, notes par André Bridoux, Biblioteque de la Pléiade.
Descartes, René. (1981). Discurso del método. España, Ediciones
Alfaguara S.A.
Dilthey, W. (1978). Hombre y mundo en los siglos XVI y XVII. México, Fondo de Cultura
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Goldsmith, M. M. (1988). Thomas Hobbes o la política como ciencia.
México, Fondo de Cultura Económica.
Hobbes, Thomas. (1996). Leviatán. Madrid, Alianza Editorial,
S.A.
Hyndess, Barry. (1997). Disertaciones sobre el poder. De Hobbes a
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Locke, John (1994). Ensayo sobre el entendimiento humano. Colombia, Fondo de Cultura
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Locke, John. (1969). Ensayo sobre el gobierno civil. España,
Aguilar Ediciones.
[1] Dilthey, W. (1978). Hombre y mundo en los siglos XVI y XVII.
México, Fondo de Cultura Económica, Segunda Reimpresión, pp. 362, 363 y 364.
[2] Bacon, Francis. (1999). Nueva Atlántida. México, Fondo de
Cultura Económica, Decimotercera Reimpresión, p. 263.
[3] Ibid,
pp. 265 y 266.
[4] Descartes, René. (1981). Discurso del método. España, Ediciones
Alfaguara S.A., pp. 44 y 45.
[5] “… Hablé de una beatitud que depende
enteramente de nuestro libre arbitrio y que todos los hombres lo pueden
adquirir sin ninguna ayuda externa, se puede dar cuenta que hay enfermedades
que impiden el poder de la razón y que imposibilitan la alegría de un espíritu
razonable, y esto me enseña que lo dicho, de manera general, a todos los
hombres, sólo debe ser comprendido para los que hacen el uso libre de su razón
y, con esto, conocen el camino que hay que mantener para arribar a esa
beatitud” (Egmond, 1 de septiembre de 1645). Descartes, René. (1966). Oeuvres et lettres. Introductgion,
chronologie, bibliogrephie, notes par André Bridoux, Biblioteque de la Pléiade,
p. 1201.
[6] “… No podemos responder absolutamente
de nosotros mismos sólo cuando somos nosotros y no es tan terrible perder la
vida que la pérdida del uso de la razón, sin la necesidad de las enseñanzas de
la fe, la sola filosofía natural muestra a nuestra alma un estado más feliz,
después de la muerte, que la que está presente, y no le hace temer a lo peor,
estar atado a un cuerpo que anula enteramente su libertad”. Idem.
[7] Locke, John (1994). Ensayo sobre el entendimiento humano. Colombia,
Fondo de Cultura Económica, Primera Reimpresión, p. 107.
[8] Ibid,
p. 211.
[9] Astorga, Omar. (1999). El pensamiento político moderno: Hobbes,
Locke y Kant. Caracas, Ediciones de la Biblioteca de la Universidad Central
de Venezuela, p. 286.
[10] Locke, John. (1969). Ensayo sobre el gobierno civil. España,
Aguilar Ediciones, p. 23.
[11] Hobbes, Thomas. (1996). Leviatán. Madrid, Alianza Editorial,
S.A., p. 86.
[12] Goldsmith, M. M. (1988). Thomas Hobbes o la política como ciencia.
México, Fondo de Cultura Económica, pp. 65 y 66.
[13] Astorga, Omar. (2000). La institución imaginaria del Leviathan.
Hobbes como intérprete de la política moderna. Caracas, UCV-Consejo de
Desarrollo Científico y Humanístico, p. 136.
[14] Hobbes, Thomas. (1996). Leviatán, ob.cit., p. 87.
[15] Ibid,
p. 78.
[16] “… El poder… es una condición de la
acción humana… El poder supone una colección heterogénea de atributos y
posesiones que no tiene por que tener mucho en común, excepto el hecho de que
pueden ser útiles para perseguir diversos propósitos humanos”. Hyndess, Barry.
(1997). Disertaciones sobre el poder. De
Hobbes a Foucault. España, Talasa ediciones S.L., p. 32.
[17] Hobbes, Thomas. (1985). Leviatan. Ob. Cit., p. 78.
[18] Cruz Prados, Alfredo. (1992). La sociedad como artificio. El pensamiento
político de Hobbes. España, Ediciones Universidad de Navarra, S. A.,
Segunda Edición Revisada, pp. 223 y 224.
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