Emil M. Cioran
(Fragmento)
“Quien no haya conocido la tentación de ser el primero en la ciudad, no comprenderá el juego de la política, de la voluntad de someter a los otros para convertirlos en objetos, ni adivinará cuáles son los elementos que conforman el arte del desprecio. Raros son los que no hayan sentido, en menor o en mayor grado, la sed de poder que nos es natural;.......Examínate en el instante en que la ambición te atenaza, cuando ya es fiebre; después diseca tus accesos. Comprobarás que están precedidos por síntomas curiosos, por un calorcillo especial que no dejará de seducirte ni de alarmarte. Intoxicado de porvenir por haber abusado de la esperanza, te sentirás súbitamente responsable del presente y del futuro en el corazón de la duración, cargada de tus estremecimientos, y en cuyo seno, agente de una anarquía universal, sueñas estallar. Atento a los acontecimientos de tu cerebro y a las vicisitudes de tu sangre, embebido en tu perturbación, espías y adoras sus signos. Si la locura política- fuente de trastornos y de malestares sin igual- ahogada, por una parte, la inteligencia, por otra favorece los instintos y te sumerge en un caos saludable. La idea del bien, y sobre todo del mal, que te figuras llevar a cabo, te regocijará y exaltará; y será tal el tour de force, el prodigio de tus achaques, que ellos te convertirán en dueño de todos y de todo.
Sentirás a tu alrededor una perturbación análoga en los que estén carcomidos por la misma pasión. Y mientras la padezcan serán irreconocibles, presas de una embriaguez distinta a todas las demás. Todo cambiará en ellos, hasta el timbre de su voz. La ambición es una droga que convierte al que le es adicto en un demente potencial. Quien no haya observado esos estigmas- ese aire de animal trastornado, esos rasgos inquietos y como animados por un éxtasis sórdido- ni en sí mismo ni en ningún otro, permanecerá ajeno a los maleficios y a los beneficios del Poder, infierno tónico, síntesis de veneno y de panacea.
Imagina ahora el proceso inverso: la fiebre desaparece y te sientes otra vez desencantado, normal en exceso. No más ambiciones, no más posibilidades, pues, de ser algo o alguien; la nada en persona, el vacío encarnado: glándulas y entrañas clarividentes, huesos desengañados, un cuerpo invadido por la lucidez, puro en sí mismo, fuera de juego, fuera del tiempo, sujeto a un yo congelado en un saber total sin conocimientos. ¿Dónde encontrar el instante que se escapó?, ¿quién te lo devolverá? Por todas partes, frenética o embrujada, hay una muchedumbre de anormales a quienes la razón ha abandonado y vienen a refugiarse cerca de ti, el único que comprendió todo, espectador absoluto, perdido entre los engaños, reacio para siempre a la farsa unánime. Como el intervalo que te separa de los otros no deja de agrandarse, llegas a preguntarte si no habrás percibido una realidad desconocida para los demás. Revelación ínfima o capital, su contenido permanecerá oscuro para ti. De lo único que estarás seguro es de tu ascensión hacia un equilibrio insospechado, promoción de un espíritu que se ha apartado de la complicidad con otro. Indebidamente sensato, más ponderado que todos los sabios, así aparecerás ante ti mismo. Y si acaso todavía te asemejas a los locos que te rodean, sentirás, no obstante, que una insignificancia te distinguirá de ellos para siempre; esta sensación, o esta ilusión, hace que, aunque ejecutes los mismos actos que ellos, no les imprimas ni el mismo ímpetu ni la misma convicción. Hacer trampas será para ti una cuestión de honor y la única manera de vencer tus accesos o de impedir su retorno. Si para ello has tenido necesidad de una revelación, o de un hundimiento, deducirás que los que no han atravesado por una crisis similar se abismarán cada vez más en las extravagancias inherentes a nuestra raza.
Imagina ahora el proceso inverso: la fiebre desaparece y te sientes otra vez desencantado, normal en exceso. No más ambiciones, no más posibilidades, pues, de ser algo o alguien; la nada en persona, el vacío encarnado: glándulas y entrañas clarividentes, huesos desengañados, un cuerpo invadido por la lucidez, puro en sí mismo, fuera de juego, fuera del tiempo, sujeto a un yo congelado en un saber total sin conocimientos. ¿Dónde encontrar el instante que se escapó?, ¿quién te lo devolverá? Por todas partes, frenética o embrujada, hay una muchedumbre de anormales a quienes la razón ha abandonado y vienen a refugiarse cerca de ti, el único que comprendió todo, espectador absoluto, perdido entre los engaños, reacio para siempre a la farsa unánime. Como el intervalo que te separa de los otros no deja de agrandarse, llegas a preguntarte si no habrás percibido una realidad desconocida para los demás. Revelación ínfima o capital, su contenido permanecerá oscuro para ti. De lo único que estarás seguro es de tu ascensión hacia un equilibrio insospechado, promoción de un espíritu que se ha apartado de la complicidad con otro. Indebidamente sensato, más ponderado que todos los sabios, así aparecerás ante ti mismo. Y si acaso todavía te asemejas a los locos que te rodean, sentirás, no obstante, que una insignificancia te distinguirá de ellos para siempre; esta sensación, o esta ilusión, hace que, aunque ejecutes los mismos actos que ellos, no les imprimas ni el mismo ímpetu ni la misma convicción. Hacer trampas será para ti una cuestión de honor y la única manera de vencer tus accesos o de impedir su retorno. Si para ello has tenido necesidad de una revelación, o de un hundimiento, deducirás que los que no han atravesado por una crisis similar se abismarán cada vez más en las extravagancias inherentes a nuestra raza.
¿Se dan cuenta de la simetría? Para transformarse en un hombre político, es decir, para adquirir el corte de un tirano, es necesario un trastorno mental; para dejar de serlo, se impone otro trastorno: ¿no se tratará, en el fondo, de una metamorfosis de nuestro delirio de grandeza? Pasar de la voluntad de ser el primero en la ciudad a la de ser el último en ella, es cambiar, mediante una mutación del orgullo, una locura dinámica por una locura estética, un género de enfermedad tan insólito que la renuncia que lo precede, y que tiene que ver más con el ascetismo que con la política, no forma parte de nuestros propósitos.”
De “Historia y Utopía”, Emil Cioran.
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