Del cinismo antiguo:
sexualidad, sufrimiento y provocación.
Por: David de los Reyes
Diógenes el Cínico en su tonel
El cínico es “lo más elevado que puede alcanzarse
en la tierra; para conquistarlo hace falta los puños
más audaces y los dedos más delicados”.
en la tierra; para conquistarlo hace falta los puños
más audaces y los dedos más delicados”.
Nietzsche, Ecce homo
El cinismo antiguo propone una gaya ciencia, un alegre saber insolente. Su intención está en hacer caer las máscaras de la vida civilizada y oponerse a la hipocresía en boga y asumir las costumbres del perro (1), el cual es su animal emblemático, colocando al hombre en el camino que lo conduzca a la felicidad y lucidez individual. Su principal maestro o guía será Diógenes de Sinope, quien se erige en médico de la civilización, cuando el malestar de la cultura desborda la vida y satura el presente de nuestras existencias.
La condición normal de los cínicos antiguos –y la de los actuales que siguen a este estilo de vida filosófica- estará en arrancar las máscaras, de denunciar supercherías, destruir mitologías y hacer ridícula la estupidez generada al amparo de la sociedad.
Su máxima se puede reducir en no ser esclavo de nada ni de nadie dentro del pequeño universo social en el que uno halla su lugar. Su interés es estético, por ello consideran a la ética como una modalidad de estilo, proyectando su esencia y ludismo en la existencia individual. La vida del filósofo no como un geómetra, al modo platónico, sino como un artista, un escenógrafo de gran vuelo. Se esfuerzan por hacer lo contrario de lo que hace el común de las personas con su existencia (D.L., VI:64)(2).
La vida de estos filósofos fue una persistencia en la búsqueda de la sencillez en tanto virtud; hacer de la sencillez extrema, una extrema virtud. Su invitación fue al desprendimiento de lo material y el repudio a comulgar con lo ostensivo; basta lo elemental para obtener la autonomía de la existencia individual: el hombre debe dominar las condiciones de su vida y, no lo contrario, los medios dominarlo a él. Desprendimiento, sencillez, austeridad, serán sus fines diarios. Vivian desaliñados, desdeñaban la higiene más elemental, rechazaban con energía los perfumes, los cosméticos y cualquier accesorio de belleza. Su vestido sólo tenía la función útil para protegerse del frío, del sol, de la intemperie o de las agresiones naturales, no para mostrar seducción o distingo de rango o clase; hasta en esto el cínico muestra su voluntad de independencia y autonomía, y el pudor era una de sus menores preocupaciones. Esto nos muestra a cuál orden se dirigía esta existencia estética, una confianza en la naturaleza o lo natural, y un repudio a la civilización, acendrado por el gusto a la provocación y la anécdota pedagógica inquietante.
Los cínicos practican la “mordedura” filosófica con fines pedagógicos, así procuran más sabiduría y virtud; su intención era redimir al hombre: en que “los demás perros muerden a sus enemigos, mientras que yo muerdo a mis amigos con la intención de salvarlos” (Estobeo, cit. en Onfray, 2002: 41). Ladrar y morder son modos de llamar la atención sobre la dirección que se debe seguir, el camino que ha de recorrerse para la cínica liberación, la cual se logra al constituirse en un ser autónomo e independiente. Sus gañidos son lanzados contra la molicie y la dependencia, el relajamiento y la sumisión. Estas son las presas contra las que las fauces del cínico se dirigirán. Respecto a la vida social la consideran como un entramado de valores y relaciones que nos llevan a cultivar virtudes mezquinas. Sin embargo reivindicaban, por su voluntarismo ético, la virilidad, entendida como cualidad de aquel que puede hacer que lo real se doblegue a su arbitrio.
Igualmente encontramos un nominalismo cínico que se basa en mostrar hasta qué punto cómo los hechos se contradicen a menudo con los efectos del lenguaje, de la dialéctica sutil y la retórica ampulosa de la metafísica; hay una negación contra toda actitud filosófica que lleve a convertir en ídolos a la Razón y la Retórica, las Esencias y la Dialéctica. Es el desprecio contra todo platonismo, el cual separa lo sensible, -hasta la misma vida-, de una realidad inteligible preexistente, en un universo de esencias e ideas y formas puras; la única ventaja que se puede observar en la concepción platónica es que se puede valorar la idea en su forma abstracta y despreciar lo real, invitar la contemplación de la esencia y repudiar lo sensible, donde nada de lo concreto es real; para ellos esto sólo significaba un desprecio por la vida y la voluntad de un ideal ascético sin sustancia; su interés se centrará, al contrario del idealista, por la inmanencia y las cosas próximas, por la vida cotidiana y lo concreto. Diógenes haciendo gala de su sentido cínico se refería al platonismo afirmando que no tenía ninguna dificultad para ver los objetos como una mesa o una taza, pero que no llegaba a mirar en absoluto a la esencias de donde supuestamente derivaban, (Onfray, 2002:59ss); se puede conocer al caballo más no la caballosidad.
Su metodología de acción gestual privilegia el gesto, el acto, la teatralidad corporal o el signo por encima de la palabra y del discurso: hablar puede ser un ingrediente para agravar la incomunicación. Están a favor del juego de palabras, del humorismo, de la ironía y la provocación, ello siempre con la finalidad de mostrar al otro una sabiduría superior; nada más lejano a Diógenes que la maldad pura y gratuita (ídem:107). La filosofía debe practicarse sin desterrar la risa, la sexualidad, la liviandad y la gracia, aunque ello pueda hacer parecer al filósofo sospechoso.
Por otra parte exige el dominio de sí como una primera virtud pero sólo ante los acontecimientos que nos llevan al inútil combate y a la guerra; dominio de sí para superar al acontecimiento en lugar de verse arrastrado por él. La técnica para alcanzar ese estado era sencilla y consistía en reprocharse con idéntica intensidad a uno mismo aquello que con tanto ardor se reprocha a los demás; deshacerse de nuestros propios defectos, para alcanzar el renacimiento de nuestras virtudes, para ello se debe andar por un camino destructor y quebrantador de lo más interno que poseemos, de un yo falsificado y mitómano; técnica para construir el arte de bastarse a sí mismo. Cualquier situación extrema del ambiente es propicia para poner en práctica nuestro temperamento y en ejercitar la resistencia ante la inclemencia del tiempo y del momento.
El cinismo es un antecesor del estoicismo. Pero este ejercicio de dominio de sí entiende que la felicidad (eudaimonía), debe mantener una relación armónica con el mundo, tratando que lo real sea menos un obstáculo que una compañía circunstancial. No se puede obtener el éxito sin una preparación previa; el entrenamiento nos da la libertad y el poder superar todo. La felicidad, antes de hacer esfuerzos inútiles, se exige seguir la norma de la naturaleza pues ella nos provee separarnos de la infelicidad a causa de nuestra propia estupidez. Evitar esfuerzos inútiles e inconducentes, como los que sólo persiguen la ostentación y el exhibicionismo. Economía de esfuerzos, simplicidad de vida. Nuestras acciones deben ser la guía para ello, obteniendo con ellas beneficios inmediatos para nuestro fin real, que en este caso finaliza en la búsqueda de la autonomía y la distensión del sufrimiento inútil; las acciones nos deben conducir a una teleología de la liberación de nuestra propia alienación.
Este ascetismo carnal y placentero es una meditación primordial para este tipo de conducta filosófica. Se preocupó más por construirse un ascetismo del cuerpo y en una la liberación del alma. Con el ejercicio del cuerpo llegamos a ser capaces de asegurar la soltura de los movimientos que apuntan a realizar actos virtuosos; ambos son consustanciales para esta escuela; la buena forma como la fuerza son requeridos tanto por el cuerpo como por el alma. No debe haber la imperfección que causaría una disociación. Si esto ocurre, obtenemos: o deportistas imbéciles por un lado y, por otro, sacerdotes contritos: “unos habrían olvidado el fin de cultivar las aptitudes y los otros habrían descuidado los medios” (ídem: 65). Aspirar a una buena vida estriba en tener un dominio del cuerpo, de sus posibilidades, de sus capacidades y de sus límites. El cuerpo es el instrumento para ejercitarse en obtener un equilibrio con lo más natural que poseemos; nuestra naturaleza está instalada en nuestro propio cuerpo y es por ello que no podemos dejar de observar cierta preocupación de sí respecto a su cuido y satisfacción.
Su ejemplo venía de los hombres que practicaban un oficio de manera disciplinada y continua por mucho tiempo. Artesanos y músicos son individuos que muestran cómo con la disciplina y con su acción obtienen el dominio de su hacer, perseverando en sus hábitos de trabajo y vida. El sabio nos muestra otro tanto, al empeñarse en obtener su sabiduría pues ésta sólo se presentará luego de muchos intentos, ensayos, reflexiones, prácticas, pruebas y adversidades encontradas en su propio camino recorrido. Alcanzar cierta destreza o arte filosófico debe proseguirle obtener igualmente un estado de júbilo dado por añadidura, el cual es inseparable del dominio logrado; el cínico sabe que su adiestramiento en el arte de la filosofía lo debe conducir al deleite de uno mismo; donde su contexto no debe separarse de una vida asentada en la sencillez y en la capacidad de conformarse con lo simple. Para el asceta cínico la acción es el entrenamiento privilegiado. El filósofo es un practicante y su método recurrente, el gesto, la huella que deja en el ambiente y pasa a ser anécdota e historia; se subordina la acción a la belleza del gesto en contra del espíritu de gravedad.
Al ser demasiado rebeldes y libres su creación está en lo efímero aparente del gesto, creando un sistema fragmentado de anécdotas y comentarios que serán las formas que mejor se ajusta al propósito del cínico; todos ellos expresan la necesidad de la soberanía singular. Si los platónicos y muchos otros advertían que debíamos tomar como modelo a los dioses, los cínicos se fijarán en los animales como modelos a imitar (el perro vagabundo, la rata independiente, el pez masturbador, las ranas que viven en dos elementos, la vaca rumiante, pues cada uno de ellos observa una virtud natural en su comportamiento).
El sentido de lo divino ya no surge en la relación especial con la ciudad o una religión externa; se niegan asumirlo como algo exterior al hombre; lo aceptan consustancial a él. Se reduce toda prerrogativa sagrada y se observa lo divino como lo que puede expresar a lo que puede tender cada persona para hacer su vida una obra que pueda distinguirse gracias a la construcción de un estilo propio; eso es lo divino, la unicidad original que se desarrolla en la vida.
Ante este ascetismo estético se opone el ascetismo calculado, el cual no es otro que buscar la autonomía divina mediante la aritmética reductora de los placeres y los deseos. Aquella actitud estética se aparta, para deambular en libertad y sin miedos, del mundo ilusorio preocupado en cosas fútiles, como lo son, a sus ojos, la política, el comercio, la guerra, la agricultura, la paternidad, el matrimonio; actividades todas lejanas a expresar y desarrollar un divino estilo propio e individual. Por eso el cínico se hace un espectador distante acompañado de una conciencia clara, una mirada limpia y una lucidez implacable; su ascetismo lo lleva a no colaborar con el engranaje de las convenciones de la máquina social. La rebelión y un solipsismo discreto son actitudes que fortalecen sus posiciones estéticas; se elude la intersubjetividad que siempre lleva una carga de agresividad implícita: sólo se aspira a la autonomía.
En el transcurso de la historia de los pensadores encontramos que éstos han sufrido la llamada bilis negra, es decir, la conocida melancolía, la cual llena al individuo de un pesimismo prematuro y una languidez ante la existencia; Aristóteles ya advirtió el parentesco entre el hombre de genio y la melancolía. Diógenes se nos presenta como un pensador contrario a tal lastre anímico. Su antídoto está en observar una vida gozosa que la protege de los sinsabores. Como refiere Diógenes de Laercio: Vivir no es malo, vivir mal sí lo es (D.L. VI: 55).
Los miembros de esta escuela se preocupan por desarrollar un discurso desmistificador. El sabio debe optar por establecerse, para llevar a cabo sus enseñanzas, donde haya un mayor número de necios con el fin de desenmascarar y corregir la estupidez humana, para ello dispone con su voluntad de desestabilizar. Para lograrlo recurre al juego, a la administración de la acción lúdica, encontrando en ello una excelente farmacopea psíquica para atacar las verdaderas afecciones de los enfermos de necedad. Si bien es cierto que para muchos el filósofo debe ser un médico de la civilización, Diógenes fue uno de esos primeros médicos -¿alienista o forense?- de la civilización griega. La terapia practicada por éste es todo un arte: la psicología cínica supone la existencia de dones y talentos, dominio de ciertas técnicas, inspiración aguda y un sentido permanente y pertinaz del diagnóstico y de la prescripción médica, ello salpicado del vértigo y de la mascarada como elementos principales de este juego filosófico terapéutico. En el fondo se debe partir al ver que sólo está en camino de curación aquel individuo que toma conciencia del mal que padece. Por tanto se debe rebelar al paciente, y no ocultar o falsear, las dolencias que sufre; comprende que no hay nada peor que un enfermo que ignora su mal.
En la obra Discursos de Dion Crisóstomo (VIII.4.5.) encontramos esta declaración:
La condición normal de los cínicos antiguos –y la de los actuales que siguen a este estilo de vida filosófica- estará en arrancar las máscaras, de denunciar supercherías, destruir mitologías y hacer ridícula la estupidez generada al amparo de la sociedad.
Su máxima se puede reducir en no ser esclavo de nada ni de nadie dentro del pequeño universo social en el que uno halla su lugar. Su interés es estético, por ello consideran a la ética como una modalidad de estilo, proyectando su esencia y ludismo en la existencia individual. La vida del filósofo no como un geómetra, al modo platónico, sino como un artista, un escenógrafo de gran vuelo. Se esfuerzan por hacer lo contrario de lo que hace el común de las personas con su existencia (D.L., VI:64)(2).
La vida de estos filósofos fue una persistencia en la búsqueda de la sencillez en tanto virtud; hacer de la sencillez extrema, una extrema virtud. Su invitación fue al desprendimiento de lo material y el repudio a comulgar con lo ostensivo; basta lo elemental para obtener la autonomía de la existencia individual: el hombre debe dominar las condiciones de su vida y, no lo contrario, los medios dominarlo a él. Desprendimiento, sencillez, austeridad, serán sus fines diarios. Vivian desaliñados, desdeñaban la higiene más elemental, rechazaban con energía los perfumes, los cosméticos y cualquier accesorio de belleza. Su vestido sólo tenía la función útil para protegerse del frío, del sol, de la intemperie o de las agresiones naturales, no para mostrar seducción o distingo de rango o clase; hasta en esto el cínico muestra su voluntad de independencia y autonomía, y el pudor era una de sus menores preocupaciones. Esto nos muestra a cuál orden se dirigía esta existencia estética, una confianza en la naturaleza o lo natural, y un repudio a la civilización, acendrado por el gusto a la provocación y la anécdota pedagógica inquietante.
Los cínicos practican la “mordedura” filosófica con fines pedagógicos, así procuran más sabiduría y virtud; su intención era redimir al hombre: en que “los demás perros muerden a sus enemigos, mientras que yo muerdo a mis amigos con la intención de salvarlos” (Estobeo, cit. en Onfray, 2002: 41). Ladrar y morder son modos de llamar la atención sobre la dirección que se debe seguir, el camino que ha de recorrerse para la cínica liberación, la cual se logra al constituirse en un ser autónomo e independiente. Sus gañidos son lanzados contra la molicie y la dependencia, el relajamiento y la sumisión. Estas son las presas contra las que las fauces del cínico se dirigirán. Respecto a la vida social la consideran como un entramado de valores y relaciones que nos llevan a cultivar virtudes mezquinas. Sin embargo reivindicaban, por su voluntarismo ético, la virilidad, entendida como cualidad de aquel que puede hacer que lo real se doblegue a su arbitrio.
Igualmente encontramos un nominalismo cínico que se basa en mostrar hasta qué punto cómo los hechos se contradicen a menudo con los efectos del lenguaje, de la dialéctica sutil y la retórica ampulosa de la metafísica; hay una negación contra toda actitud filosófica que lleve a convertir en ídolos a la Razón y la Retórica, las Esencias y la Dialéctica. Es el desprecio contra todo platonismo, el cual separa lo sensible, -hasta la misma vida-, de una realidad inteligible preexistente, en un universo de esencias e ideas y formas puras; la única ventaja que se puede observar en la concepción platónica es que se puede valorar la idea en su forma abstracta y despreciar lo real, invitar la contemplación de la esencia y repudiar lo sensible, donde nada de lo concreto es real; para ellos esto sólo significaba un desprecio por la vida y la voluntad de un ideal ascético sin sustancia; su interés se centrará, al contrario del idealista, por la inmanencia y las cosas próximas, por la vida cotidiana y lo concreto. Diógenes haciendo gala de su sentido cínico se refería al platonismo afirmando que no tenía ninguna dificultad para ver los objetos como una mesa o una taza, pero que no llegaba a mirar en absoluto a la esencias de donde supuestamente derivaban, (Onfray, 2002:59ss); se puede conocer al caballo más no la caballosidad.
Su metodología de acción gestual privilegia el gesto, el acto, la teatralidad corporal o el signo por encima de la palabra y del discurso: hablar puede ser un ingrediente para agravar la incomunicación. Están a favor del juego de palabras, del humorismo, de la ironía y la provocación, ello siempre con la finalidad de mostrar al otro una sabiduría superior; nada más lejano a Diógenes que la maldad pura y gratuita (ídem:107). La filosofía debe practicarse sin desterrar la risa, la sexualidad, la liviandad y la gracia, aunque ello pueda hacer parecer al filósofo sospechoso.
Por otra parte exige el dominio de sí como una primera virtud pero sólo ante los acontecimientos que nos llevan al inútil combate y a la guerra; dominio de sí para superar al acontecimiento en lugar de verse arrastrado por él. La técnica para alcanzar ese estado era sencilla y consistía en reprocharse con idéntica intensidad a uno mismo aquello que con tanto ardor se reprocha a los demás; deshacerse de nuestros propios defectos, para alcanzar el renacimiento de nuestras virtudes, para ello se debe andar por un camino destructor y quebrantador de lo más interno que poseemos, de un yo falsificado y mitómano; técnica para construir el arte de bastarse a sí mismo. Cualquier situación extrema del ambiente es propicia para poner en práctica nuestro temperamento y en ejercitar la resistencia ante la inclemencia del tiempo y del momento.
El cinismo es un antecesor del estoicismo. Pero este ejercicio de dominio de sí entiende que la felicidad (eudaimonía), debe mantener una relación armónica con el mundo, tratando que lo real sea menos un obstáculo que una compañía circunstancial. No se puede obtener el éxito sin una preparación previa; el entrenamiento nos da la libertad y el poder superar todo. La felicidad, antes de hacer esfuerzos inútiles, se exige seguir la norma de la naturaleza pues ella nos provee separarnos de la infelicidad a causa de nuestra propia estupidez. Evitar esfuerzos inútiles e inconducentes, como los que sólo persiguen la ostentación y el exhibicionismo. Economía de esfuerzos, simplicidad de vida. Nuestras acciones deben ser la guía para ello, obteniendo con ellas beneficios inmediatos para nuestro fin real, que en este caso finaliza en la búsqueda de la autonomía y la distensión del sufrimiento inútil; las acciones nos deben conducir a una teleología de la liberación de nuestra propia alienación.
Este ascetismo carnal y placentero es una meditación primordial para este tipo de conducta filosófica. Se preocupó más por construirse un ascetismo del cuerpo y en una la liberación del alma. Con el ejercicio del cuerpo llegamos a ser capaces de asegurar la soltura de los movimientos que apuntan a realizar actos virtuosos; ambos son consustanciales para esta escuela; la buena forma como la fuerza son requeridos tanto por el cuerpo como por el alma. No debe haber la imperfección que causaría una disociación. Si esto ocurre, obtenemos: o deportistas imbéciles por un lado y, por otro, sacerdotes contritos: “unos habrían olvidado el fin de cultivar las aptitudes y los otros habrían descuidado los medios” (ídem: 65). Aspirar a una buena vida estriba en tener un dominio del cuerpo, de sus posibilidades, de sus capacidades y de sus límites. El cuerpo es el instrumento para ejercitarse en obtener un equilibrio con lo más natural que poseemos; nuestra naturaleza está instalada en nuestro propio cuerpo y es por ello que no podemos dejar de observar cierta preocupación de sí respecto a su cuido y satisfacción.
Su ejemplo venía de los hombres que practicaban un oficio de manera disciplinada y continua por mucho tiempo. Artesanos y músicos son individuos que muestran cómo con la disciplina y con su acción obtienen el dominio de su hacer, perseverando en sus hábitos de trabajo y vida. El sabio nos muestra otro tanto, al empeñarse en obtener su sabiduría pues ésta sólo se presentará luego de muchos intentos, ensayos, reflexiones, prácticas, pruebas y adversidades encontradas en su propio camino recorrido. Alcanzar cierta destreza o arte filosófico debe proseguirle obtener igualmente un estado de júbilo dado por añadidura, el cual es inseparable del dominio logrado; el cínico sabe que su adiestramiento en el arte de la filosofía lo debe conducir al deleite de uno mismo; donde su contexto no debe separarse de una vida asentada en la sencillez y en la capacidad de conformarse con lo simple. Para el asceta cínico la acción es el entrenamiento privilegiado. El filósofo es un practicante y su método recurrente, el gesto, la huella que deja en el ambiente y pasa a ser anécdota e historia; se subordina la acción a la belleza del gesto en contra del espíritu de gravedad.
Al ser demasiado rebeldes y libres su creación está en lo efímero aparente del gesto, creando un sistema fragmentado de anécdotas y comentarios que serán las formas que mejor se ajusta al propósito del cínico; todos ellos expresan la necesidad de la soberanía singular. Si los platónicos y muchos otros advertían que debíamos tomar como modelo a los dioses, los cínicos se fijarán en los animales como modelos a imitar (el perro vagabundo, la rata independiente, el pez masturbador, las ranas que viven en dos elementos, la vaca rumiante, pues cada uno de ellos observa una virtud natural en su comportamiento).
El sentido de lo divino ya no surge en la relación especial con la ciudad o una religión externa; se niegan asumirlo como algo exterior al hombre; lo aceptan consustancial a él. Se reduce toda prerrogativa sagrada y se observa lo divino como lo que puede expresar a lo que puede tender cada persona para hacer su vida una obra que pueda distinguirse gracias a la construcción de un estilo propio; eso es lo divino, la unicidad original que se desarrolla en la vida.
Ante este ascetismo estético se opone el ascetismo calculado, el cual no es otro que buscar la autonomía divina mediante la aritmética reductora de los placeres y los deseos. Aquella actitud estética se aparta, para deambular en libertad y sin miedos, del mundo ilusorio preocupado en cosas fútiles, como lo son, a sus ojos, la política, el comercio, la guerra, la agricultura, la paternidad, el matrimonio; actividades todas lejanas a expresar y desarrollar un divino estilo propio e individual. Por eso el cínico se hace un espectador distante acompañado de una conciencia clara, una mirada limpia y una lucidez implacable; su ascetismo lo lleva a no colaborar con el engranaje de las convenciones de la máquina social. La rebelión y un solipsismo discreto son actitudes que fortalecen sus posiciones estéticas; se elude la intersubjetividad que siempre lleva una carga de agresividad implícita: sólo se aspira a la autonomía.
En el transcurso de la historia de los pensadores encontramos que éstos han sufrido la llamada bilis negra, es decir, la conocida melancolía, la cual llena al individuo de un pesimismo prematuro y una languidez ante la existencia; Aristóteles ya advirtió el parentesco entre el hombre de genio y la melancolía. Diógenes se nos presenta como un pensador contrario a tal lastre anímico. Su antídoto está en observar una vida gozosa que la protege de los sinsabores. Como refiere Diógenes de Laercio: Vivir no es malo, vivir mal sí lo es (D.L. VI: 55).
Los miembros de esta escuela se preocupan por desarrollar un discurso desmistificador. El sabio debe optar por establecerse, para llevar a cabo sus enseñanzas, donde haya un mayor número de necios con el fin de desenmascarar y corregir la estupidez humana, para ello dispone con su voluntad de desestabilizar. Para lograrlo recurre al juego, a la administración de la acción lúdica, encontrando en ello una excelente farmacopea psíquica para atacar las verdaderas afecciones de los enfermos de necedad. Si bien es cierto que para muchos el filósofo debe ser un médico de la civilización, Diógenes fue uno de esos primeros médicos -¿alienista o forense?- de la civilización griega. La terapia practicada por éste es todo un arte: la psicología cínica supone la existencia de dones y talentos, dominio de ciertas técnicas, inspiración aguda y un sentido permanente y pertinaz del diagnóstico y de la prescripción médica, ello salpicado del vértigo y de la mascarada como elementos principales de este juego filosófico terapéutico. En el fondo se debe partir al ver que sólo está en camino de curación aquel individuo que toma conciencia del mal que padece. Por tanto se debe rebelar al paciente, y no ocultar o falsear, las dolencias que sufre; comprende que no hay nada peor que un enfermo que ignora su mal.
En la obra Discursos de Dion Crisóstomo (VIII.4.5.) encontramos esta declaración:
“Con todo, me sorprendo. Si pretendiera curar los dientes, todos los que necesitan una extracción acudirían a mí; si dijera que puedo curar los ojos, todos los que tienen los ojos enfermos se presentarían ante mí; y lo mismo ocurriría si yo pretendiera conocer un remedio para curar la hipocondría, la gota o el catarro. Pero cuando prometo liberar de la locura, la perversidad y la intemperancia a las personas que me escuchen, ya nadie me presta atención, nadie me pide que lo cure, aun cuando pueda obtener un importante beneficio pecuniario. Pareciera que las personas se preocupan menos por estos últimos males que por las otras enfermedades, o que fuera más terrible para un hombre soportar un bazo inflamado o un diente cariado que un alma estúpida, ignorante, ruin, arrogante, voluptuosa, servil, irascible, cruel, perversa, en una palabra, completamente corrompida”, (cit. en Onfray, 2002: 84s).
En el fondo de lo que se queja este cínico es que los hombres no saben vivir en libertad, de querer conocer las delicias de la autonomía, la responsabilidad individual, la autosuficiencia y el pleno gobierno de sí mismo. En esto se basa la gran salud cínica. Sin embargo nuestra cultura, y en todas las épocas, lo que asalta al hombre ha sido el gusto por lo frívolo, la liviandad, el dinero, el poder, el consumo, los honores, los placeres adictivos, la mezquindad, la estrechez de mira y de proyectos, el conformismo y la aceptación de actividades deshumanizadoras como el trabajo impuesto, la familia obligante y la ilusoria patria heroica.
En su camino de curación propuesta alcanzamos una dimensión estética individual desde la que se comprende la vida como una totalidad a partir de la autonomía y mi individualidad, obras de artista y una acción dirigida a mantenerse dentro de esa disciplina en tanto dominio gozoso de sí. Esculpir la propia existencia como una obra de arte, dar materia, contenido, volumen, naturaleza, espesor, dimensión, intensidad, consistencia y armonía a la vida cotidiana transfigurada. Una vida como resultado de una intención, un pensamiento, un deseo que son actualizados en todo momento gracias a una energía que se dirige a realizar un objeto único e irrepetible; la vida es juego pero también combate (agon).
No hay nada más detestable para el cínico que aquellos hombres que contribuyen con vehemencia y ardor a profundizar en su propia alienación, abandonándose al azar y a la suerte con la mayor pasividad; ellos aborrecen la indolencia. Su acción es un compromiso con lo real, un combate singular con la resistencia del mundo, (ídem: 86). Sus adversarios más temibles no eran personas que corran, luchen ni salten con pértiga, o luchadores ni lanzadores de jabalinas o discóbolos; eran las personas que corrigen a los hombres sin corregirse a ellos mismos. E igualmente aquellos que rezuman de gordura y glotonería incontinente. Estos obesos, junto a la enfermedad y la pesadez, están relacionados con el espíritu que se entorpece a causa de su peso, un hombre que poco se valora su existencia, llegando asemejar a un puerco. El cuerpo del sabio debería mostrar soltura, agilidad, delicadeza, elegancia; prácticamente recuerda al bailarín nietzscheano que se adentra en el éter: un hálito en el viento donde fluye suavemente a través del espacio. La victoria sobre el cuerpo es vista como la pura y sencilla victoria sobre uno mismo; ella es el puente para alcanzar la segunda, la victoria sobre el alma, de la psique. Se debe proteger y combatir todo aquello que le resta energía y fluidez a su existencia.
En su camino de curación propuesta alcanzamos una dimensión estética individual desde la que se comprende la vida como una totalidad a partir de la autonomía y mi individualidad, obras de artista y una acción dirigida a mantenerse dentro de esa disciplina en tanto dominio gozoso de sí. Esculpir la propia existencia como una obra de arte, dar materia, contenido, volumen, naturaleza, espesor, dimensión, intensidad, consistencia y armonía a la vida cotidiana transfigurada. Una vida como resultado de una intención, un pensamiento, un deseo que son actualizados en todo momento gracias a una energía que se dirige a realizar un objeto único e irrepetible; la vida es juego pero también combate (agon).
No hay nada más detestable para el cínico que aquellos hombres que contribuyen con vehemencia y ardor a profundizar en su propia alienación, abandonándose al azar y a la suerte con la mayor pasividad; ellos aborrecen la indolencia. Su acción es un compromiso con lo real, un combate singular con la resistencia del mundo, (ídem: 86). Sus adversarios más temibles no eran personas que corran, luchen ni salten con pértiga, o luchadores ni lanzadores de jabalinas o discóbolos; eran las personas que corrigen a los hombres sin corregirse a ellos mismos. E igualmente aquellos que rezuman de gordura y glotonería incontinente. Estos obesos, junto a la enfermedad y la pesadez, están relacionados con el espíritu que se entorpece a causa de su peso, un hombre que poco se valora su existencia, llegando asemejar a un puerco. El cuerpo del sabio debería mostrar soltura, agilidad, delicadeza, elegancia; prácticamente recuerda al bailarín nietzscheano que se adentra en el éter: un hálito en el viento donde fluye suavemente a través del espacio. La victoria sobre el cuerpo es vista como la pura y sencilla victoria sobre uno mismo; ella es el puente para alcanzar la segunda, la victoria sobre el alma, de la psique. Se debe proteger y combatir todo aquello que le resta energía y fluidez a su existencia.
Onfray nos señala que su ética es un juego:
“…además de ser un arte apela a esa parte de nosotros que corresponde al gusto por lo agónico, el vértigo y el mimetismo. A ratos, artista, a ratos médico, atleta o bailarín, el filósofo mantiene más relaciones con la estética que con la ciencia, más relación con lo bello que con lo verdadero. Diógenes es lo contrario de un positivista: Kierkegaard diría que era un filósofo ético, Nietzsche lo llamaría filósofo artista, (ídem: 88).
En el fondo se trata de ser un alma fuerte, un ser excepcional que en vida se convierte en ley individual viva. Rebelde y solitario, el cínico hace una única contribución social: la construcción de una vida a partir de la pura soledad; en su carga poética creadora e inspiradora está presente toda su postura estética. Su felicidad se puede resumir en la frase nietzscheana: un sí, un no, una línea recta, un objetivo (Nietzsche).Ante la figura del sabio estudioso y erudito, sentado sobre un pupitre medieval y alejado del mundanal devenir del mundo, el sabio cínico aspira a convertirse en un filósofo errante y del camino. Y ello ayuda a comprender y estar más cerca del Ser, al no disponer de nada que lo ate a ningún sitio o persona; se trata de buscar la proximidad de lo esencial mediante el desapego continuo. Sólo al no tener nada se estará más próximo a comprender nuestra experiencia del ser personal. El filósofo errante es aquel que ha aceptado la sencillez en su manera de vivir y hasta cierta indigencia, e introduce el pensamiento en su vida y a su vida en su pensamiento, como condición única de su quehacer reflexivo; hacer de la filosofía una disciplina de la inmanencia (3) y hacer de la inmanencia el campo de la disciplina filosófica. Convertir a la filosofía en un camino para vivir mejor, obtener un bienestar natural y una mejor calidad de existencia. Una sabiduría que guía a nuestra vida a buen puerto con la mayor alegría y beatitud con un mínimo de penas y sufrimientos posibles. Si Platón nos ha dicho en su dialogo El Fedón, que la filosofía es un ejercitarse aprender a morir, el cínico está consciente de ello, pero en la medida que del vivir cotidiano saquemos el mejor provecho en todas sus variables o posibilidades.
Promover la vida bienaventurada y cómo conseguirla es la función de la filosofía para Diógenes. Juliano el Apostata refiere en sus Discursos (IX, 13) el objeto y fin de la filosofía cínica, como por otra parte se propone toda filosofía, es (alcanzar) la felicidad. Ahora bien, esa felicidad consiste en vivir de conformidad con la naturaleza y no según la opinión de la multitud. En ello está implícito sentirse y ser libre, el cual será aquel que ha vencido sus temores ficticios y reales. Se trata de desesperar en el sentido etimológico del término, es decir, dejar de esperar, destruir las ilusiones y las mitologías que rezuma la civilización y que se cristalizan en el conformismo y la convención. Luchar contra la preferencia netamente humana de lo ficticio, de la ilusión, de la idea, manteniéndose en la realidad de la realidad misma. La verdad se presenta muchas veces amarga, incómoda y desagradable para las personas sin espíritu, mientras que cuanto más amplia e intensa sea la falsedad con que se rellena su vida más aceptada por el sentido común. Para la filosofía cínica esta será la postura de todo enfermo de civilización; la filosofía se erige aquí como farmacopea del enfermo, el sabio es su médico, metáfora que la aporta el estoico Marco Aurelio.
El auténtico trabajo filosófico consiste en descubrir la superchería, denunciarla y practicar una pedagogía de la desesperanza, en el sentido antes señalado, en dejar de esperar algo y vivir en el presente natural; en el fondo es crear una moral propia, aquella que sólo debemos responder a nuestra propia norma, propio de un individualismo responsable. Fundir medios y fines en sí mismo con la finalidad de surgir un estilo propio de vida: se trata, como dijimos, de construir la propia singularidad como una obra de arte que no tiene copia.
Su modelo de hombre se encuentra en el mítico y homérico semidios Hércules y sus doce trabajos, emblema de autonomía y voluntad eficaz; héroe que se encuentra en el bosque con el león de Nemea, en la ciénaga con Hidra y en el jardín de las Hespérides con las amazonas y las manzanas, aparte de los toros domesticados en sus idas, las aves peligrosas exterminadas y el regreso de algún viaje al infierno. Se le admira por ser símbolo de energía, valentía y fuerza ante las adversidades titánicas; en él se encuentra expresada las pruebas que tiene que sobrepasar el alma en su camino para alcanzar la virtud emparentada con la libertad a toda costa.
Promover la vida bienaventurada y cómo conseguirla es la función de la filosofía para Diógenes. Juliano el Apostata refiere en sus Discursos (IX, 13) el objeto y fin de la filosofía cínica, como por otra parte se propone toda filosofía, es (alcanzar) la felicidad. Ahora bien, esa felicidad consiste en vivir de conformidad con la naturaleza y no según la opinión de la multitud. En ello está implícito sentirse y ser libre, el cual será aquel que ha vencido sus temores ficticios y reales. Se trata de desesperar en el sentido etimológico del término, es decir, dejar de esperar, destruir las ilusiones y las mitologías que rezuma la civilización y que se cristalizan en el conformismo y la convención. Luchar contra la preferencia netamente humana de lo ficticio, de la ilusión, de la idea, manteniéndose en la realidad de la realidad misma. La verdad se presenta muchas veces amarga, incómoda y desagradable para las personas sin espíritu, mientras que cuanto más amplia e intensa sea la falsedad con que se rellena su vida más aceptada por el sentido común. Para la filosofía cínica esta será la postura de todo enfermo de civilización; la filosofía se erige aquí como farmacopea del enfermo, el sabio es su médico, metáfora que la aporta el estoico Marco Aurelio.
El auténtico trabajo filosófico consiste en descubrir la superchería, denunciarla y practicar una pedagogía de la desesperanza, en el sentido antes señalado, en dejar de esperar algo y vivir en el presente natural; en el fondo es crear una moral propia, aquella que sólo debemos responder a nuestra propia norma, propio de un individualismo responsable. Fundir medios y fines en sí mismo con la finalidad de surgir un estilo propio de vida: se trata, como dijimos, de construir la propia singularidad como una obra de arte que no tiene copia.
Su modelo de hombre se encuentra en el mítico y homérico semidios Hércules y sus doce trabajos, emblema de autonomía y voluntad eficaz; héroe que se encuentra en el bosque con el león de Nemea, en la ciénaga con Hidra y en el jardín de las Hespérides con las amazonas y las manzanas, aparte de los toros domesticados en sus idas, las aves peligrosas exterminadas y el regreso de algún viaje al infierno. Se le admira por ser símbolo de energía, valentía y fuerza ante las adversidades titánicas; en él se encuentra expresada las pruebas que tiene que sobrepasar el alma en su camino para alcanzar la virtud emparentada con la libertad a toda costa.
"Apártate del sol para que me caliente", le dice Diógenes a Alejandro Magno
I
Sobre los cínicos y la sexualidad.
No dejes de tallar tu propia estatua.
Plotino.
Plotino.
Al ser la filosofía una estética de la existencia no escapa de ellos una comprensión de la sexualidad en tanto placer natural del cuerpo que lo debe llevar a una autonomía del sentir y de un desapego de todo compromiso que implica la ruptura de su libertad individual. La práctica sexual de los cínicos es correspondiente a su afinidad con la sencillez de la vida. Sabemos que su filosofía no se nutre de conceptos difíciles ni de complicaciones argumentativas. Se trata de mostrar maneras de vivir, modos y técnicas de obrar y gozar del uso del cuerpo a partir de sí mismo. Ejercicio que por su choque y provocación apelan a poner en tela de juicio los valores sagrados y asentados que conforman nuestra vida social. Ante la sexualidad, como respecto al resto de su vida, nos advierten que el hombre debe aceptar y aprender a partir de sí mismo, ejerciendo un dominio sobre sí. Hacer que nuestra voluntad deje de ser objeto al transformarla en sujeto, domesticar lo peor de nosotros y apelar a la ironía como práctica esclarecedora de la superchería rampante. Se trata de construirse uno mismo mediante la práctica de ejercicios espirituales, formadores de la conciencia y del cuerpo, y en relación a la sexualidad lo mismo exige.
Esta escuela, nombrada como una escuela socrática menor, no dejó de perfilar de manera aún más radical lo propuesto por las palabras de Sócrates presentes en la Apología de Platón (36c), donde escuchamos que nada de lo que le interesa a la mayoría es significativo para el filósofo. Lo relativo al dinero, a la administración pública y de los propios bienes, las especulaciones del estratega, los éxitos de la retórica política, las intrigas, los cargos públicos no son de interés. Todos nos apartan de nuestra propia vida. El mayor de los bienes, había dicho este maestro, es el que podamos hacernos a nosotros en particular, al preocuparse menos por lo que se tiene con el fin de poderse hacer lo mejor y razonable posible.
Los cínicos seguramente que aceptarían la afirmación realizada por Jacques Lacarrier en su obra Les gnostiques (1984:111), donde al hablar de esta secta nos dice que hacían saltar el polvorín al afirmar que toda sublevación, que toda oposición al mundo, toda pretendida liberación espiritual individual o social, para ser eficaz, debe comenzar por liberar primero al sexo. Este autor lamenta que ninguna de las propuestas rebeliones y acciones subversivas iniciaron esa transformación ni marcharon en esa dirección, sin llegar a concretar una conciencia libertaria del hombre.
Los cínicos tienen la particularidad de ser tendenciosos. Lo fue Antístenes, Diógenes, Crates e Hiparquía, Demetrio el Cínico, entre otros.
Diógenes se dedicó, por su tono y espíritu individual, a derribar máscaras de la vida civilizada para su momento. Se opuso a la hipocresía en boga contrastándolas con las del perro, incitando a los hombres a tomar un camino para la felicidad. ¿Cuál? De ello ya hablaremos. Entre sus propuestas está no ser esclavo de nada ni de nadie dentro del pequeño universo en que uno encuentra su lugar. Se esfuerza por hacer lo contrario de lo que hace la multitud. Como perfumarse los pies antes que la cabeza, pues el esparcido arriba se pierde en el aire, mientras que el de los pies se eleva hasta las propias narices (D.L. VI, 39).
Diógenes, este Sócrates furioso que habitaba en un tonel, satisfacía sus necesidades sexuales con la misma prontitud y emotividad con que calmaba el hambre. En la plaza pública, burlándose de los paseantes asombrados por su conducta lasciva, al faltarle compañera se prodigaba a sí mismo placer solitario mediante las técnicas propias del consabido onanismo. Uno de los aforismos llegados a nuestra época era el siguiente: Si solamente pudiera poner fin a mi hambre y mis necesidades frotando así el vientre (en Ateneo, Deipnosofistas, IV,158.F., op. cit. en Onfray, 2002:40). Esta práctica de realizar la satisfacción públicamente es aplicada contra el ocultamiento del cuerpo en la relación la sexualidad. En la Grecia antigua se tenía la costumbre de practicar el amor en la noche, ello por la necesidad, de orden moral, de ocultarse de las miradas ajenas. Se trata de no dejarse ver en estas relaciones que estaban dominadas por el signo de la aphrodisia¸ (la satisfacción corporal sexual), condición que no era muy honrosa para la constitución y formación de la parte noble y espiritual del hombre (recordemos a Platón y su Banquete, en el discurso aludido a Pausanías). Es contra esta regla que Diógenes dirige su performance sexual masturbatorio. Pues una de las propuestas cínicas era hacer públicas todas sus actividades necesarias: las comidas, el amor, las enseñanzas, la sexualidad, los desahogos fisiológicos, etc. Si ninguna de ellas produce algún mal o enfermedad entonces tampoco es malo hacerlo en público. La autosatisfacción sexual comprendida en tanto necesidad corporal individual, no puede tener ningún signo de vergüenza y sufrimiento para el individuo; encuentra la sencillez de la masturbación como el medio más expedito para apocar este prurito corporal y a mano de todos, (Foucault, 2007: 53).
Otros actos de desplante cínico realizadas por este conductor fue sobre las excreciones. Emulando a los perros, en una ocasión, cuando asistía a un banquete en que los convidados les lanzaban huesos, el filósofo respondió levantándose la túnica, regando en abundancia con un grueso chorro de su orina a los comensales estupefactos. Otra ocasión en que los flujos más sólidos le hacían inminente el evacuarlos, en medio de un grupo de personas atentas a sus palabras se puso de cuclillas a defecar, y luego seguir plácidamente su discurso. Como cínico, ladrar y morder son maneras de llamar la atención sobre la dirección que quiere advertir a sus seguidores. En el fondo no es otro que el de procurarse la autonomía y la independencia ante todo. Gruñen ante aquellos que ponen obstáculos a esa condición.
El tebano Crates, se introdujo en esta escuela por Diógenes y, a su vez, fue maestro de Zenón. Nacido en familia de buena fortuna se deshizo de ella y adoptó la vida errante y simple del can. Su poesía fue burlesca y parodió a Homero y Solón. Imitador de la Odisea, en ese ejercicio literario nos describe, la ciudad ideal del cínico. Dicha ciudad la llama Alforja (Pera), aludiendo al zurrón que la secta cargaba en la espalda. Cita Reyes (2000:214): La Alforja, -dice Crates-, la ciudad del cínico, se levanta entre las humaredas rojas del orgullo, inaccesible a todo parásito, y allí crecen liberalmente el tomillo, los higos y el pan, de suerte que los hombres no se los disputan por la violencia. La fama de este cínico creció por su audacia para colarse en las casas particulares a dar consejos espontáneos. Su apodo fue el abrepuertas. Sin ser para nada inoportuno, en algunas puertas se podía leer: en esta casa puede entrar cuando le plazca Crates, el buen demonio (daimón).El caso de la pareja Hiparquia y Crates es otro a señalar. Esta filósofa cínica, hermana del cínico Metrocles, que fue recopilador de anécdotas, se enamoró perdidamente de Crates. Los padres de la dama le rogaron a éste que la disuadiera de su apego amoroso. Lo intento, y sin ser bien parecido ni bello, el último recurso que tuvo para convencerla fue desnudarse ante ella diciéndole: He aquí cuanto soy y poseo. Ante eso, la dama cínica decidió unírsele de por vida con él. Vistió la túnica corta de la secta, afrontó estar en intercambio carnal con hombres sin mayores miramientos (Reyes 2000:215). Fue la primera representante femenina de este grupo provocador y no se arredra de exhibir en público su sexualidad, a modo de incitar a los caminantes. Sexto Empírico señala la anécdota: Los hombres se retiran al ámbito privado para tener comercio carnal con su mujer, mientras que Crates lo hace en público con Hiparquia (cit. en Onfray, idem).
Respecto a la sexualidad, como otros procederes, siguen a su modelo natural, al de su animal emblemático, el perro, que lo hace en vía pública y a la vista de todos. No requieren elementos de embellecimiento y seducción. Simpleza en el vestir, desdeñaban la higiene más elemental y rechazan los perfumes, los cosméticos y cualquier accesorio de belleza. El cuerpo natural es su proporción áurea para la acción sexual.
Bajo el signo de la renuncia y de la provocación, su vestimenta se reduce a cubrir el cuerpo para cuidar de los elementos del clima: del frío o del sol, por ejemplo. Nada de modas, diseños exclusivos, sus vestidos deben manifestar la misma voluntad de independencia y deseo de autonomía. Seguir los gustos masivos es una de las formas de esclavitud social. El pudor es la menor de las preocupaciones. Su reivindicación de la virilidad comprendida como cualidad de la persona que puede hacer que lo real se doblegue a su arbitrio. El uso de la barba como condición natural de diferenciarse el hombre de la mujer; Diógenes le dijo a un paseante rasurado: ¿Acaso le reprochas a la naturaleza que te haya hecho hombre y no mujer? (op. cit.: Ateneo, Deipnosofistas, XIII, 565.C. en idem).
En relación a los cabellos el cínico tiene su cabeza rasurada o con cabello corto. Como el mismo Sócrates, andaba descalzo todo el año, disponiendo por todo accesorio un zurrón y un báculo.
Respecto a la alienación del deseo sexual, Diógenes tendrá una fórmula que aprende del “pez masturbador”. Este animal le sirve para responder a todo lo concerniente al tema de Afrodita. Si Platón enseñaba en adorar una diosa celeste, la Afrodita Urania, como amorosa guía capaz reconducirnos a la verdad de las esencias por la vía del ascetismo intelectual y una homosexualidad subliminal, el cínico guiará su deseo hacia una Afrodita pandemos o vulgar, consagrada al amor carnal de los cuerpos y al placer sexual. El platonismo reduce el cuidarse de sí a aquella primera, y luego frecuentaba los burdeles para calmarse (idem, 61). Pero la condición del cínico se asoma a buscar el goce terreno, sin desacreditar la sensualidad del cuerpo a la teoría, colocándolo en consonancia con la vida e invocando al extraño pez modelo de virtud.
Dionisio al sentir deseo sexual lo satisfacía de forma inmediata, a fin de no dejarse esclavizar por él y mantener su espíritu libre. Si no encontraba prostitutas, mujeres fáciles o complacientes, recurría al onanismo antes que a la continencia. “En este sentido –decía Diógenes-, los peces demuestran tener casi más inteligencia que los hombres: cuando sienten la necesidad de eyacular, salen de su retiro y se frotan contra alguna superficie áspera…” (Dion Crisóstomo, Discursos, VI, 18-20, cit. idem,62). No permitir que el deseo nos aliene, encauzarlo al placer como único remedio al exceso de libido.
Más que mostrarse proclive al ascetismo astringente lo evita a todo trance, encuentra absurdo hacer de la resistencia al placer una ley y de la laceración y otras mortificaciones, un acto de constricción. El cínico se vuelve hedonista al preferir la calma que ofrece el goce más que permanecer en el estado que quedamos al aceptar el renunciamiento a su satisfacción. Obedecer al deseo satisfaciéndolo, es la mejor manera de olvidarlo. Por ello, ante el sufrimiento del deseo y al dolor de la carne por tal coacción infringida consciente, prefiere la distensión que está a la distancia de la mano y nuestro cuerpo (es decir masturbarse). Es la forma que el hombre puede regir, gracias a esta técnica onanista de la evitación, al dolor y al sufrimiento. No aceptan las virtudes masoquistas ni las beatitudes de la mala conciencia; no aceptan los ideales ascéticos que se fundan en el renunciamiento, la abnegación y la abstinencia del cuerpo como principios cardinales de nuestro deseo y conducta.
Igualmente como no es proclive a los ideales acéticos tampoco lo fue a las virtudes masoquistas ni a las beatitudes de la mala conciencia. No a la abstinencia y a la abnegación como principios rectores de vida. Onán, como vimos, es la respuesta a la platónica Afrodita Urania, cuando la Afrodita Pandémica no se presenta. El cinismo bien practicado debe conducir al deleite de sí mismo.
Diógenes, originario y expulsado como monedero falso de su patria Sínope, vivió luego entre Atenas y Corinto, donde fue honrado hasta su muerte con una tumba sobre la cual se admiraba un perro de mármol (Reyes, 2000:213). Pareció lograr con su vida una unidad entre lo ético y lo estético, entre la moral y el estilo. Su ascetismo calculado, ejercitador del cuerpo y del alma para obtener soltura de los miembros y la fluidez de su inteligencia irónica, le permitió alcanzar la autonomía propuesta, gracias a una aritmética de los placeres y los deseos. No será ni buen padre, ni buen esposo, ni buen ciudadano, ni buen trabajador, señala Onfray (ídem: 75). Se aparta del mundo ilusorio, que se limita a preocuparse por actividades fútiles –la política, el comercio, la guerra, la agricultura, la paternidad, el matrimonio, etc.- y construye una actitud estética ante el mundo: se hace espectador distante y sonriente, que se sabe a qué ha escapado cuando ve a los otros picar el anzuelo con insistencia. Tiene la conciencia clara, la mirada limpia, la lucidez implacable (ídem: 76).
Diogenes Laercio refiere su actitud de alabar a aquel que no termina por lo que prometió:
Esta escuela, nombrada como una escuela socrática menor, no dejó de perfilar de manera aún más radical lo propuesto por las palabras de Sócrates presentes en la Apología de Platón (36c), donde escuchamos que nada de lo que le interesa a la mayoría es significativo para el filósofo. Lo relativo al dinero, a la administración pública y de los propios bienes, las especulaciones del estratega, los éxitos de la retórica política, las intrigas, los cargos públicos no son de interés. Todos nos apartan de nuestra propia vida. El mayor de los bienes, había dicho este maestro, es el que podamos hacernos a nosotros en particular, al preocuparse menos por lo que se tiene con el fin de poderse hacer lo mejor y razonable posible.
Los cínicos seguramente que aceptarían la afirmación realizada por Jacques Lacarrier en su obra Les gnostiques (1984:111), donde al hablar de esta secta nos dice que hacían saltar el polvorín al afirmar que toda sublevación, que toda oposición al mundo, toda pretendida liberación espiritual individual o social, para ser eficaz, debe comenzar por liberar primero al sexo. Este autor lamenta que ninguna de las propuestas rebeliones y acciones subversivas iniciaron esa transformación ni marcharon en esa dirección, sin llegar a concretar una conciencia libertaria del hombre.
Los cínicos tienen la particularidad de ser tendenciosos. Lo fue Antístenes, Diógenes, Crates e Hiparquía, Demetrio el Cínico, entre otros.
Diógenes se dedicó, por su tono y espíritu individual, a derribar máscaras de la vida civilizada para su momento. Se opuso a la hipocresía en boga contrastándolas con las del perro, incitando a los hombres a tomar un camino para la felicidad. ¿Cuál? De ello ya hablaremos. Entre sus propuestas está no ser esclavo de nada ni de nadie dentro del pequeño universo en que uno encuentra su lugar. Se esfuerza por hacer lo contrario de lo que hace la multitud. Como perfumarse los pies antes que la cabeza, pues el esparcido arriba se pierde en el aire, mientras que el de los pies se eleva hasta las propias narices (D.L. VI, 39).
Diógenes, este Sócrates furioso que habitaba en un tonel, satisfacía sus necesidades sexuales con la misma prontitud y emotividad con que calmaba el hambre. En la plaza pública, burlándose de los paseantes asombrados por su conducta lasciva, al faltarle compañera se prodigaba a sí mismo placer solitario mediante las técnicas propias del consabido onanismo. Uno de los aforismos llegados a nuestra época era el siguiente: Si solamente pudiera poner fin a mi hambre y mis necesidades frotando así el vientre (en Ateneo, Deipnosofistas, IV,158.F., op. cit. en Onfray, 2002:40). Esta práctica de realizar la satisfacción públicamente es aplicada contra el ocultamiento del cuerpo en la relación la sexualidad. En la Grecia antigua se tenía la costumbre de practicar el amor en la noche, ello por la necesidad, de orden moral, de ocultarse de las miradas ajenas. Se trata de no dejarse ver en estas relaciones que estaban dominadas por el signo de la aphrodisia¸ (la satisfacción corporal sexual), condición que no era muy honrosa para la constitución y formación de la parte noble y espiritual del hombre (recordemos a Platón y su Banquete, en el discurso aludido a Pausanías). Es contra esta regla que Diógenes dirige su performance sexual masturbatorio. Pues una de las propuestas cínicas era hacer públicas todas sus actividades necesarias: las comidas, el amor, las enseñanzas, la sexualidad, los desahogos fisiológicos, etc. Si ninguna de ellas produce algún mal o enfermedad entonces tampoco es malo hacerlo en público. La autosatisfacción sexual comprendida en tanto necesidad corporal individual, no puede tener ningún signo de vergüenza y sufrimiento para el individuo; encuentra la sencillez de la masturbación como el medio más expedito para apocar este prurito corporal y a mano de todos, (Foucault, 2007: 53).
Otros actos de desplante cínico realizadas por este conductor fue sobre las excreciones. Emulando a los perros, en una ocasión, cuando asistía a un banquete en que los convidados les lanzaban huesos, el filósofo respondió levantándose la túnica, regando en abundancia con un grueso chorro de su orina a los comensales estupefactos. Otra ocasión en que los flujos más sólidos le hacían inminente el evacuarlos, en medio de un grupo de personas atentas a sus palabras se puso de cuclillas a defecar, y luego seguir plácidamente su discurso. Como cínico, ladrar y morder son maneras de llamar la atención sobre la dirección que quiere advertir a sus seguidores. En el fondo no es otro que el de procurarse la autonomía y la independencia ante todo. Gruñen ante aquellos que ponen obstáculos a esa condición.
El tebano Crates, se introdujo en esta escuela por Diógenes y, a su vez, fue maestro de Zenón. Nacido en familia de buena fortuna se deshizo de ella y adoptó la vida errante y simple del can. Su poesía fue burlesca y parodió a Homero y Solón. Imitador de la Odisea, en ese ejercicio literario nos describe, la ciudad ideal del cínico. Dicha ciudad la llama Alforja (Pera), aludiendo al zurrón que la secta cargaba en la espalda. Cita Reyes (2000:214): La Alforja, -dice Crates-, la ciudad del cínico, se levanta entre las humaredas rojas del orgullo, inaccesible a todo parásito, y allí crecen liberalmente el tomillo, los higos y el pan, de suerte que los hombres no se los disputan por la violencia. La fama de este cínico creció por su audacia para colarse en las casas particulares a dar consejos espontáneos. Su apodo fue el abrepuertas. Sin ser para nada inoportuno, en algunas puertas se podía leer: en esta casa puede entrar cuando le plazca Crates, el buen demonio (daimón).El caso de la pareja Hiparquia y Crates es otro a señalar. Esta filósofa cínica, hermana del cínico Metrocles, que fue recopilador de anécdotas, se enamoró perdidamente de Crates. Los padres de la dama le rogaron a éste que la disuadiera de su apego amoroso. Lo intento, y sin ser bien parecido ni bello, el último recurso que tuvo para convencerla fue desnudarse ante ella diciéndole: He aquí cuanto soy y poseo. Ante eso, la dama cínica decidió unírsele de por vida con él. Vistió la túnica corta de la secta, afrontó estar en intercambio carnal con hombres sin mayores miramientos (Reyes 2000:215). Fue la primera representante femenina de este grupo provocador y no se arredra de exhibir en público su sexualidad, a modo de incitar a los caminantes. Sexto Empírico señala la anécdota: Los hombres se retiran al ámbito privado para tener comercio carnal con su mujer, mientras que Crates lo hace en público con Hiparquia (cit. en Onfray, idem).
Respecto a la sexualidad, como otros procederes, siguen a su modelo natural, al de su animal emblemático, el perro, que lo hace en vía pública y a la vista de todos. No requieren elementos de embellecimiento y seducción. Simpleza en el vestir, desdeñaban la higiene más elemental y rechazan los perfumes, los cosméticos y cualquier accesorio de belleza. El cuerpo natural es su proporción áurea para la acción sexual.
Bajo el signo de la renuncia y de la provocación, su vestimenta se reduce a cubrir el cuerpo para cuidar de los elementos del clima: del frío o del sol, por ejemplo. Nada de modas, diseños exclusivos, sus vestidos deben manifestar la misma voluntad de independencia y deseo de autonomía. Seguir los gustos masivos es una de las formas de esclavitud social. El pudor es la menor de las preocupaciones. Su reivindicación de la virilidad comprendida como cualidad de la persona que puede hacer que lo real se doblegue a su arbitrio. El uso de la barba como condición natural de diferenciarse el hombre de la mujer; Diógenes le dijo a un paseante rasurado: ¿Acaso le reprochas a la naturaleza que te haya hecho hombre y no mujer? (op. cit.: Ateneo, Deipnosofistas, XIII, 565.C. en idem).
En relación a los cabellos el cínico tiene su cabeza rasurada o con cabello corto. Como el mismo Sócrates, andaba descalzo todo el año, disponiendo por todo accesorio un zurrón y un báculo.
Respecto a la alienación del deseo sexual, Diógenes tendrá una fórmula que aprende del “pez masturbador”. Este animal le sirve para responder a todo lo concerniente al tema de Afrodita. Si Platón enseñaba en adorar una diosa celeste, la Afrodita Urania, como amorosa guía capaz reconducirnos a la verdad de las esencias por la vía del ascetismo intelectual y una homosexualidad subliminal, el cínico guiará su deseo hacia una Afrodita pandemos o vulgar, consagrada al amor carnal de los cuerpos y al placer sexual. El platonismo reduce el cuidarse de sí a aquella primera, y luego frecuentaba los burdeles para calmarse (idem, 61). Pero la condición del cínico se asoma a buscar el goce terreno, sin desacreditar la sensualidad del cuerpo a la teoría, colocándolo en consonancia con la vida e invocando al extraño pez modelo de virtud.
Dionisio al sentir deseo sexual lo satisfacía de forma inmediata, a fin de no dejarse esclavizar por él y mantener su espíritu libre. Si no encontraba prostitutas, mujeres fáciles o complacientes, recurría al onanismo antes que a la continencia. “En este sentido –decía Diógenes-, los peces demuestran tener casi más inteligencia que los hombres: cuando sienten la necesidad de eyacular, salen de su retiro y se frotan contra alguna superficie áspera…” (Dion Crisóstomo, Discursos, VI, 18-20, cit. idem,62). No permitir que el deseo nos aliene, encauzarlo al placer como único remedio al exceso de libido.
Más que mostrarse proclive al ascetismo astringente lo evita a todo trance, encuentra absurdo hacer de la resistencia al placer una ley y de la laceración y otras mortificaciones, un acto de constricción. El cínico se vuelve hedonista al preferir la calma que ofrece el goce más que permanecer en el estado que quedamos al aceptar el renunciamiento a su satisfacción. Obedecer al deseo satisfaciéndolo, es la mejor manera de olvidarlo. Por ello, ante el sufrimiento del deseo y al dolor de la carne por tal coacción infringida consciente, prefiere la distensión que está a la distancia de la mano y nuestro cuerpo (es decir masturbarse). Es la forma que el hombre puede regir, gracias a esta técnica onanista de la evitación, al dolor y al sufrimiento. No aceptan las virtudes masoquistas ni las beatitudes de la mala conciencia; no aceptan los ideales ascéticos que se fundan en el renunciamiento, la abnegación y la abstinencia del cuerpo como principios cardinales de nuestro deseo y conducta.
Igualmente como no es proclive a los ideales acéticos tampoco lo fue a las virtudes masoquistas ni a las beatitudes de la mala conciencia. No a la abstinencia y a la abnegación como principios rectores de vida. Onán, como vimos, es la respuesta a la platónica Afrodita Urania, cuando la Afrodita Pandémica no se presenta. El cinismo bien practicado debe conducir al deleite de sí mismo.
Diógenes, originario y expulsado como monedero falso de su patria Sínope, vivió luego entre Atenas y Corinto, donde fue honrado hasta su muerte con una tumba sobre la cual se admiraba un perro de mármol (Reyes, 2000:213). Pareció lograr con su vida una unidad entre lo ético y lo estético, entre la moral y el estilo. Su ascetismo calculado, ejercitador del cuerpo y del alma para obtener soltura de los miembros y la fluidez de su inteligencia irónica, le permitió alcanzar la autonomía propuesta, gracias a una aritmética de los placeres y los deseos. No será ni buen padre, ni buen esposo, ni buen ciudadano, ni buen trabajador, señala Onfray (ídem: 75). Se aparta del mundo ilusorio, que se limita a preocuparse por actividades fútiles –la política, el comercio, la guerra, la agricultura, la paternidad, el matrimonio, etc.- y construye una actitud estética ante el mundo: se hace espectador distante y sonriente, que se sabe a qué ha escapado cuando ve a los otros picar el anzuelo con insistencia. Tiene la conciencia clara, la mirada limpia, la lucidez implacable (ídem: 76).
Diogenes Laercio refiere su actitud de alabar a aquel que no termina por lo que prometió:
Diógenes alababa a todo aquel que, estando a punto de casarse, no se casaba; a aquellos que, dispuestos a hacer una travesía, se decidían a no hacerla; a los que, prontos a ocuparse de la política, terminaban por no ocuparse; a los que, habiendo proyectado criar niños, no los hacían; a quienes se aprestaban a vivir en la compañía de príncipes y de pronto preferían no acercárseles, (D.L VI: 55).
Una cruel lucidez nada pesimista. Su vida transcurre en un tonel junto al templo de la Diosa Madre o en el bosquecillo de cipreses del Cranión, junto al santuario de Afrodita y el mausoleo de Las (Reyes, 2000: 213).
Diógenes con su lámpara, para iluminar a los hombre
II
Un sí, un no, una línea recta y un objetivo.
Nietzsche, Crepúsculo de los ídolos.
Nietzsche, Crepúsculo de los ídolos.
Diógenes antepone la belleza del gesto al espíritu de gravedad. La condición lúdica de su postura nos lleva a especular cómo será la actitud esbozada y esgrimida frente a la sexualidad. La sexualidad del cínico es desprejuiciada, en donde la provocación y el juego son elementos indispensables. Un sexo de excesos, de diversión, con cierta locura consensuada, y en dirección a obtener un placer individual sin contraer apegos por el cuerpo del otro. La única expresión de razón aceptadas entre el juego de los cuerpos plácidos es aquella que nos lleva a encontrar una intensidad de emoción y perfección de nuestra sexualidad en la medida que nos despoja de los prejuicios y los falsos esquemas de una sexualidad utilitaria para la obtención de manipulación, dominación, control, reproducción del y con el otro. El grado de independencia de los cuerpos deben ser condición de ambos en la medida que haya acuerdos o gustos, juegos y emociones que se compartan, apuntando a expresar la transgresión ante la represión sexual social.
En los cínicos hay un amor a la fiesta y una expansiva exaltación por la vida, confianza de espíritu, búsqueda espontánea de estilos y gestos.
Una sexualidad dionisiaca ante la apolínea estructura reproductiva de la actividad cristiana de los cuerpos atados al temor y a la obsesión de poblar el mundo de almas empobrecidas. La sexualidad formando parte de la voluntad de diversión, exploración, reconocimiento del cuerpo y del ser en tanto unidad reconciliada con la vida. Una emoción por la vida al reconocer los límites de nuestra miseria y tragedia de finitud existencial. Los goces surgen de la improvisación, de la turbulencia, la despreocupación motivadora de creatividad, hasta llegar, si así se requiere, a la fantasía descontrolada. Teniendo en cuenta que el cínico tiene conciencia que el prójimo adormecido, embrutecido, caído en la inercia de la cotidianidad establecida como “realidad universal” aceptada, es el reducto de su constante provocación; no tiene tanto el rol de actor sino de espectador, al cual el cínico lanza su gestos, actos, palabras que, como limpiador del óxido mental individual y colectivo, limpie e incite a la búsqueda del despertar a la intemperie sus cuerpos dormidos en el silencio o el parloteo consumista y político que constriñe a su ser. Diógenes en todo momento construía un performance en que el espectador estaba sometido a un voyeurismo pedagógico: verán, oirán, ¿comprenderán? pero se les incitará y motivará a una catarsis en su interioridad que los lleve al despertar de la molicie, la debilidad, lo morigerado en sus vidas a cambio de una virilidad emprendedora en los cuerpos sexuados de presentarse sobre el mundo con la finalidad de encontrar otra vez su placer liberador. El uso de la palabra ingeniosa, del gesto provocador, del trampantojo y de la ironía son motivos que tienen un efecto ético en el espectador: esperan una toma de conciencia bien de repulsión o de comprensión, pero lo que no admiten los cínicos es la indiferencia.
La sexualidad igualmente busca la sencillez, donde la profundidad del cuerpo se adquiere por el conocimiento de las posibilidades placenteras de nuestro propio ser.
Y no se reducirá los espacios al encierro de las habitaciones. Lo público, la plaza, la calle, el campo, son lugares adecuados a sus actos de subversión cotidiana. En ellos a través del juego se pone en escena bajo los principios de la improvisación creadora. Y si quiere causar una impresión corrosiva su elección se remitirá a los lugares por donde transitan las muchedumbres. Un acto de riesgo nutre su vida pues ella está signada por la provocación, tanto por esgrimir un discurso o una gestualidad, como una sexualidad desmistificadora. Como advierte Dión Crisóstomo (cit. Onfray idem:83), hablando de Diógenes:
Él se cuidará bien de rentar un apartamento o de ir a un hostal, y preferirá acampar al aire libre en el Craneión. Había advertido que Corinto era el lugar de reunión de gran cantidad de gente, a causa de su puerto y de sus damas de compañía (léase prostitutas), y porque la ciudad estaba situada en un cruce de caminos de Grecia. Además (Diógenes) pensaba así, como buen médico debe ir a socorrer a las personas allí donde abundan los enfermos, es conveniente que el sabio se establezca donde hay mayor número de necios, a fin de desenmascarar y corregir su estupidez (Dión Crisóstomo, Discursos, VIII, 4.5.).
Por otra parte, las nobles putas atenienses mostraron al desgreñado filósofo favores exclusivos e impagables con que los clientes habituales ni podían pagar ni soñar; entre Lais y Phrine, hetairas estelares de Atenas, y Diógenes parecían estar vigentes las leyes del dar y recibir (Sloterdijk, idem, 214).
De esta impresión de la época sobre la personalidad de Diógenes podemos especular y reafirmar lo que hemos dicho antes. Más que aspirar a una vida dentro de un espacio privado el cínico aspira a una vida en el espacio público, abierta a la confrontación, presta a la provocación, azuzando a los necios a comprender el grado de enfermedad en que se encuentran sus vidas. El cínico será un empedernido médico de almas sumisas y abotargadas. Actividad que nos muestra un gusto por el peligro y la confrontación. La sexualidad y sus placeres no están exentos para la conciencia irónica y lúdica del cínico: una voluntad de desestabilizar nutre a sus actos y el juego proporciona una farmacopea a la psique del prójimo espectador. El cínico es un terapeuta que tiene por finalidad liberar los temores, la represión, el fetichismo y llevar a asumir la restauración de una vida próxima a la norma natural como condición de vitalidad y salud a adquirir, atacando a las verdaderas afecciones por medio del juego y la ironía. Su práctica terapéutica se centra en buscar ayuda en sí mismo. Su eudaimonia (felicidad), la encuentra en practicar una vita simples; por la pobreza dogmática y razonada obtiene su libertad. Sus placeres son elementales o a la mano: echarse al sol, observar el conocimiento del mundo, cuidar su cuerpo, mantener su vida sin esperar nada de nada ni de nadie.
Antes que Nietzsche y Schopenhauer los cínicos comprendieron y asumieron la metáfora del filósofo que tiene la profesión de ser un médico alienista de la civilización, y que practica una medicina reactiva y chocante, dirigida a causar una explosión y subversión en los valores y conductas adormecidas por la ilusión abstracta, que hoy podría ser el mundo virtual; es el arte de la mayéutica que lleva a parir ideas y acciones en los espíritus convencionales. Sabe vencer los peligros asumidos sin buscar la gloria sino el entusiasmo, bien negativo o positivo, contra el mal del momento sin aspirar a la gloria. Revela a sus pacientes sus males y sabe lo difícil que es llevar a término la curación. Diógenes clamaba que si supiera curar dientes, la vista, la hipocondría, todos los enfermos irían por sus terapias corporales, pero cuando les promete curar a los individuos que lo escuchan de su locura, su carencia de disciplina, su intemperancia y su perversidad, nadie lo busca. Las personas no se preocupan de su psique y de esos males que minan la imaginación y su voluntad. Y pareciera que los enfermos son más proclives a soportar una úlcera de estómago, una disfunción coronaria y hasta un dolor bucal que superar la condición de la estupidez, la ignorancia, lo ruin, la arrogancia, la crueldad, la perversidad que corrompe permanentemente a su alma y sus vidas. Al final se encuentra que los hombres se enferman por no saber vivir y asumir su libertad. Esta medicina cínica del alma sabe que ganar la libertad es un ejercicio espiritual que nos introduce en sufrimientos que, si bien liberan de nuestras falsas afecciones y percepciones, no se quieren asumir por el miedo que causan y la perturbación que arroja al edificio social y personal a la vez. Nos enfermamos al no tener un camino claro y una elección decidida para saber transitar por los caminos de la autonomía, la autosuficiencia y el total gobierno de uno mismo. En palabras nietzscheanas, la gran salud.
Más que conocerse a sí y sentir la liberación que proporciona el deslastrarse de la coraza de la frivolidad inscrita en nuestros cuerpos, el cínico comprende que el común está atrapado en el cerco de la liviandad, el poder, el dinero, los honores, los placeres autodestructivos, el conformismo e ideales religiosos que prometen una vida superior a futuro, además de los inveterados valores de aferrarse a la patria, la familia y al trabajo. La vida se les presenta ni trágica, ni absurda, ni melancólica, todo momento es oportuno para lanzar una carcajada, aprender de la sencillez tanto en los placeres como del resto de la vida. Son psicoanalistas avangarde pues analizan las quimeras que envuelven de sufrimientos al hombre, pero por otra parte la ironía y la risa son sus instrumentos de expresión preferida para hacer frente a las sufridas fantasías imaginarias y convencionales. En tanto hombre libre se enfrenta a todo esprit de serieux.Esta liberación y sexualidad cínica es conducida por técnicas estéticas incluidas en torno a nuestra cotidianidad. Se trata de esculpir, como filósofos artistas, nuestra propia existencia en tanto obra de arte sensual y autónoma. Darle forma a la materia de nuestras vidas: a nuestro cuerpo sensible y amoroso, en una armonía que transfigura nuestro ser, nuestro pensamiento, nuestro deseo encausados por una energía que pretende construir un sujeto único y auténtico, irrepetible y singular.
La actitud cínica rechaza toda indolencia, por eso es un compromiso y un conflicto permanente con lo real, con la necedad social establecida; el cínico establece un combate singular contra el mundo para no ser sumergido en el fango de la superficialidad. Arte, dimensión lúdica, combate, compromiso, gestualidad bella y provocadora, armonía individual, búsqueda de lo natural, liberación de los apegos, médico de almas contra la estupidez humana y sus espectros espantosos, son las relaciones agónicas que describe a un alma cínica.
¿Quiénes son los adversarios de este filósofo perro? Sus palabras:
Antes que Nietzsche y Schopenhauer los cínicos comprendieron y asumieron la metáfora del filósofo que tiene la profesión de ser un médico alienista de la civilización, y que practica una medicina reactiva y chocante, dirigida a causar una explosión y subversión en los valores y conductas adormecidas por la ilusión abstracta, que hoy podría ser el mundo virtual; es el arte de la mayéutica que lleva a parir ideas y acciones en los espíritus convencionales. Sabe vencer los peligros asumidos sin buscar la gloria sino el entusiasmo, bien negativo o positivo, contra el mal del momento sin aspirar a la gloria. Revela a sus pacientes sus males y sabe lo difícil que es llevar a término la curación. Diógenes clamaba que si supiera curar dientes, la vista, la hipocondría, todos los enfermos irían por sus terapias corporales, pero cuando les promete curar a los individuos que lo escuchan de su locura, su carencia de disciplina, su intemperancia y su perversidad, nadie lo busca. Las personas no se preocupan de su psique y de esos males que minan la imaginación y su voluntad. Y pareciera que los enfermos son más proclives a soportar una úlcera de estómago, una disfunción coronaria y hasta un dolor bucal que superar la condición de la estupidez, la ignorancia, lo ruin, la arrogancia, la crueldad, la perversidad que corrompe permanentemente a su alma y sus vidas. Al final se encuentra que los hombres se enferman por no saber vivir y asumir su libertad. Esta medicina cínica del alma sabe que ganar la libertad es un ejercicio espiritual que nos introduce en sufrimientos que, si bien liberan de nuestras falsas afecciones y percepciones, no se quieren asumir por el miedo que causan y la perturbación que arroja al edificio social y personal a la vez. Nos enfermamos al no tener un camino claro y una elección decidida para saber transitar por los caminos de la autonomía, la autosuficiencia y el total gobierno de uno mismo. En palabras nietzscheanas, la gran salud.
Más que conocerse a sí y sentir la liberación que proporciona el deslastrarse de la coraza de la frivolidad inscrita en nuestros cuerpos, el cínico comprende que el común está atrapado en el cerco de la liviandad, el poder, el dinero, los honores, los placeres autodestructivos, el conformismo e ideales religiosos que prometen una vida superior a futuro, además de los inveterados valores de aferrarse a la patria, la familia y al trabajo. La vida se les presenta ni trágica, ni absurda, ni melancólica, todo momento es oportuno para lanzar una carcajada, aprender de la sencillez tanto en los placeres como del resto de la vida. Son psicoanalistas avangarde pues analizan las quimeras que envuelven de sufrimientos al hombre, pero por otra parte la ironía y la risa son sus instrumentos de expresión preferida para hacer frente a las sufridas fantasías imaginarias y convencionales. En tanto hombre libre se enfrenta a todo esprit de serieux.Esta liberación y sexualidad cínica es conducida por técnicas estéticas incluidas en torno a nuestra cotidianidad. Se trata de esculpir, como filósofos artistas, nuestra propia existencia en tanto obra de arte sensual y autónoma. Darle forma a la materia de nuestras vidas: a nuestro cuerpo sensible y amoroso, en una armonía que transfigura nuestro ser, nuestro pensamiento, nuestro deseo encausados por una energía que pretende construir un sujeto único y auténtico, irrepetible y singular.
La actitud cínica rechaza toda indolencia, por eso es un compromiso y un conflicto permanente con lo real, con la necedad social establecida; el cínico establece un combate singular contra el mundo para no ser sumergido en el fango de la superficialidad. Arte, dimensión lúdica, combate, compromiso, gestualidad bella y provocadora, armonía individual, búsqueda de lo natural, liberación de los apegos, médico de almas contra la estupidez humana y sus espectros espantosos, son las relaciones agónicas que describe a un alma cínica.
¿Quiénes son los adversarios de este filósofo perro? Sus palabras:
Las dificultades más arduas que no pueden vencer ni los glotones ni los orgullosos imbéciles, los que pasan el día comiendo y la noche roncando, y que en cambio podrían superar fácilmente los delgaduchos demacrados que tienen el talle más fino que el de las avispas. ¿O crees que esos vientres abultados deberían echar del país después de someterlos por turno a la purificación? Antes bien, habría que inmolarlos, cortarlos en trozos y degustarlos como se hace con los peces gordos que se cocinan en salmuera y agua de mar, a fin de fundir la grasa; la gente de mi región somete a ese tratamiento al tocino de cerdo cuando quiere untarse con él…son hombres que tendrán menos alma que los cerdos…(cit en Onfray, ídem:87).
Para los cínicos todo lo que entorpece al espíritu libre debe ser removido: la enfermedad, la pesadez y la obesidad vendrán a constreñir, a causa del peso, al espíritu humano. Onfray nos da cuál debe ser la complexión física del cuerpo de la virtud del hombre cínico: soltura, agilidad, delicadeza y elegancia.
Esta concepción corporal se asemeja más a la de un bailarín que los hombres que frecuentan a los estadios. En ese espacio público la mayor de las veces encontramos es la densidad de los cuerpos, los músculos, los volúmenes cárnicos que encierran a la inteligencia, al espíritu en aprisionada corporalidad volumétrica. La voluntad cínica aspira a la ligereza y desecha la pesadez. Los individuos que acuden a los espacios deportivos a mirar sólo obtienen una práctica vacía del cuerpo. La victoria y competencia del cínico es la que lanza contra su propia corporalidad; busca la simple obtención de ganarse a los malos hábitos, ilusiones, supercherías en uno mismo. El imperio sobre uno mismo es el único éxito digno del cínico, el único propósito que merece que el filósofo combata y comprometa su energía (idem, 88). Afrontar los infortunios, abocarse a ellos diligentemente hace que los neutralicemos; no hay retroceso ni huida de sí, es lo que nos lleva a hacernos poderosos en nosotros mismos y, por ende, más temibles por los otros.
Este espíritu libre mantiene una relación estética con el mundo, es un artista de las máscaras, un acróbata del vértigo de la vida, un combatiente que no aspira a la gloria pero sí la provocación. Un filósofo que sabe que su vida transitará por intervalos, donde será un amante, un atleta, un bailarín y un médico. Más que aspirar a la verdad y a la ética, busca la belleza, el gozo, la perfección surgida de nuestra natural corporalidad y de experimentar estéticamente con su vida, encontrándose en la justa medida entre intuición y racionalidad, rigidez y debilidad, sensibilidad e indiferencia.
El cinismo nos provee una propuesta exploratoria de la vida y de la sexualidad a partir de nuestra aptitud singular liberadora que contrasta a todo lo que huela hábito y convención; nos exige inventarnos un nuevo estilo de vivir y apreciarla como una creación artística única que surca el horizonte de nuestro cuerpo despierto e independiente. Un cuido de sí que aspira a una salud meridiana, que va de frente a la vida tanto corporal como física. Un alma fuerte, una especie de Sócrates enfurecido, un ser que es portador en sí mismo de una ley vital. Frente a toda retórica del mundo el cínico se desprende del discurso y emprende la conquista de su mundo individual a partir de la diferencia en el ser sobre el mundo. El individuo debe estar antes que la sociedad. Ser rebelde y solitario, cultor de la improvisación controlada y entusiasta, la espontaneidad en tanto ética vital de bastarse a sí mismo, su vida es un ejercitarse a buscar la felicidad dentro de la pura soledad; que implica un olvido del mundo externo y su prójimo. La infelicidad para el cínico viene dada por todo lo que obstruye la expresión libre de mi singularidad: aferrarse a lo que no nos pertenece naturalmente: la propiedad, los padres, los sirvientes, los amigos, la reputación, los lugares familiares (habitación), las relaciones humanas; ello forma el conjunto de lo que nos es ajeno bajo esta mirada cínica antigua. Igualmente querer ser un fanático, un cura, un monedero falso, un erudito exangüe y deprimido. La felicidad no la obtienen aquellos que buscan obcecadamente la salvación del alma. Sólo aspira a la sencillez vital de la sabiduría operativa de bastarse a sí mismo.
La felicidad es el dominio de sí mismo, alcanzar el poder sobre sí (y no sobre otro), la búsqueda de perfeccionarse y mejorarse uno mismo, esgrimir humor sobre los espíritus de gravedad, suspendiendo el juicio a los males ajenos. Diógenes Laercio (VI, 8) señala que la primera tarea para los miembros de esta escuela era la purificación que lleva a deshacernos de nuestros propios defectos. La destrucción de nuestras conductas y hábitos pasados como medida de creación en sí mismo. Un nihilismo activo portador de valores nuevos, que irrumpen en la vida volcándola a los cauces de la experiencia espontánea que otorga al decirle un si a la vida. Se niega para que renazcan nuevas virtudes viriles y creadoras en nuestra individualidad. En Nietzsche podemos escuchar el eco de la frase de Zaratustra donde afirma que todo creador comprende el dominio del bien y del mal es un acto de destrucción y quiebra de valores obsoletos.
Esta poética de la vida lleva a desechar la retórica y la palabra como dominadora de la verdad de la vida. El pensamiento occidental siempre ha temido al vacío y a la irracionalidad y frente a ello ha elevado los muros invisibles de la razón formalizadora recurriendo a tópicos, silogismos, argumentos científicos que terminan siendo la mayoría un sustrato teológico con sabor artificial epistemológico. El nominalismo cínico no acepta las esencias ni sustancias (la única sustancia es la materia), toda reflexión por el lenguaje más que comprender el asunto nos rodea de una malla de chácara lingüística que nos desvía de la experiencia poética y erótica de la vida.
Si la común actividad filosófica se reduce a saber emplear de la mejor manera las palabras (para ocultar…y agravar la comunicación), la actividad comunicativa de los cínicos buscan nuevas formas ya que consideran que es propio de los ignorantes hablar mucho y hay que saber poner freno a la verborrea. Sin optar por la mudez absoluta se convierten en arlequines de la comunicación a partir de la exploración gestual de otras vías para acometer la interacción humana. Frente a la rigidez e inmovilidad del espíritu de seriedad y rigor lógico aspiran, como hemos visto antes, a un espíritu de fluidez y movimiento, opuesto a construir una operación mediante el discurso y presto a escenificar una gestual liberadora que venga a demostrar determinado hecho por medio de la acción. Para ellos la acción es mucho más reveladora que cualquier otro equivalente verbal para demostrar o explicar algo.
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