UNA VENEZUELA PARA UNA GENERACIÓN FUTURA
(Disertación presentada en la Maestría de Filosofía de la Universidad Católica Andrés Bello (Venezuela). Materia: La Filosofía ante los desafíos socioambientales, dictada por David De los Reyes, 2025) )
Redes Sociales Vegetales/ DDLR2025, julio
Introducción
La humanidad se encuentra en este momento ante una disyuntiva moral sin precedentes: la amenaza real de arruinar las condiciones de vida del planeta y poner en riesgo de manera irreversible el bienestar de las generaciones posteriores. En este marco, la responsabilidad hacia las futuras generaciones se convierte en un concepto clave en las discusiones filosóficas, políticas y éticas. Esta idea, que señala el compromiso moral que tienen las generaciones actuales con las que aún no han llegado, adquiere una urgencia particular debido a la crisis ambiental global. El cambio climático, la disminución de la diversidad biológica, el deterioro de los ecosistemas y la explotación desmedida de los recursos naturales no solo impactan a los seres vivos presentes, sino que también comprometen el futuro de aquellos que aún no han tenido la oportunidad de nacer.
Venezuela es el estado donde esta reflexión tiene un significado distinto. Es uno de los países que más biodiversidad presenta en el mundo, con un patrimonio natural vasto y singular, que abarca desde la selva amazónica hasta la costa del Caribe, incluyendo los tepuyes del Parque Nacional Canaima, los llanos, el Delta del Orinoco y la Sierra de Perijá. No obstante, esta riqueza se encuentra seriamente amenazada por múltiples actividades humanas, como la minería ilegal, la deforestación masiva, la contaminación producida por el petróleo y la falta de políticas ambientales sostenibles. Las generaciones presentes, al permitir o continuar estos procesos dañinos, están determinando el futuro ecológico del país —y, por ende, el destino de las futuras generaciones.
Este ensayo se basa en la creencia de que proteger los espacios naturales en Venezuela es un deber moral y político necesario para las generaciones futuras, no solo porque proporcionan ventajas inmediatas a la sociedad, sino también porque representa los derechos heredados que pertenecen a aquellos que aún no han nacido. Tanto los individuos como las instituciones estatales deben asumir esta responsabilidad, promoviendo un cambio radical en los valores culturales, las políticas públicas y la conciencia ecológica de la comunidad. Mediante una reflexión filosófica sobre el tiempo, el deber y la justicia ambiental, se explorarán los principios éticos que sustentan esta responsabilidad, los retos específicos que enfrenta Venezuela y la necesidad urgente de forjar una relación más respetuosa y sostenible con el medio ambiente.
1. Venezuela como Patrimonio
Entre todas las maravillas naturales del mundo, Venezuela es una de las más diversas y valiosas. Alberga ecosistemas singulares, especies que solo se encuentran allí y paisajes de belleza incomparables, que van desde enormes y antiguos llanos guayaneses hasta los bosques de la costa caribeña y la región amazónica. No obstante, esta rica biodiversidad está en grave peligro por diversas actividades humanas, que, además de tener un impacto directo, amenazan el derecho de las futuras generaciones a disfrutar y vivir en un entorno saludable y equilibrado. En retrospectiva de las próximas generaciones, el declive de estos ecosistemas es un vacío moral que requiere ser reconocido, censurado y muy preocupante.
1.1 Riqueza de un ecosistema
Venezuela se considera una de las naciones más ricas en biodiversidad en el mundo, un título que se le otorga a las regiones que contienen una gran parte de la diversidad biológica global. Según datos del Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente (PNUMA):
“Venezuela alberga más de 14.000 especies de plantas, 1.400 especies de aves, 350 especies de mamíferos y más de 1.500 especies de peces, muchas de ellas endémicas” (PNUMA, 2019).
Existen numerosas áreas protegidas en la región, incluidos los parques nacionales y las reservas ecológicas. Entre las más notables se encuentran el Parque Nacional Canaima, designado como Patrimonio Natural de la Humanidad por la UNESCO, el Delta del Orinoco, los llanos de Venezuela, el Parque Nacional Henri Pittier y la cordillera de los Andes en Venezuela. Estos hábitats sirven como hogar para algo más que la presencia de especies diversas, al tiempo que salvaguardar las sociedades tradicionales, acceder a fuentes de agua vitales y cumplir roles ecológicos.
1.2 Amenazas que sufre nuestro ecosistema
Aunque los entornos naturales de Venezuela tienen el máximo valor ecológico, el entorno del país continúa experimentando una degradación ambiental continua. Las razones principales de este desgaste son de tipo estructural y están relacionadas con la explotación desmedida de recursos, la falta de políticas ambientales efectivas y la carencia de una adecuada gobernanza del territorio.
· Arco minero del Orinoco
Según el Informe de la Oficina del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Derechos Humanos (ACNUDH):
“La actividad minera en el Arco Minero del Orinoco ha contribuido significativamente a la destrucción ambiental y a violaciones de derechos humanos, incluyendo el derecho a un ambiente sano” (ACNUDH, 2020, p. 15).
· Perdida de la cobertura vegetal
El Global Forest Watch reportó que entre 2001 y 2020, Venezuela perdió aproximadamente 2.9 millones de hectáreas de cobertura arbórea, lo que representa una pérdida sustancial de sumideros de carbono y de hábitats críticos para la biodiversidad (Global Forest Watch, 2021).
· Petroleras
Las consecuencias ambientales han sido significativas a lo largo de las edades debido al petróleo. Recientemente, por la inestabilidad en el funcionamiento de la industria petrolera del país, han ocurrido numerosos derrames de crudo en el Lago de Maracaibo, el Golfo de Paria y otras áreas costeras, lo que ha perjudicado seriamente los ecosistemas acuáticos y la salud de las comunidades que dependen de la pesca.
Como señala el biólogo venezolano Jon Paul Rodríguez: “La acumulación de impactos ambientales en Venezuela, sumada a la falta de monitoreo y respuesta institucional, está empujando a nuestros ecosistemas hacia umbrales de colapso” (Rodríguez, 2020, p. 38).
1.3 Impacto intergeneracional ante la el declive ambiental
No solo en la actualidad, sin embargo, los efectos de esta degradación ambiental son significativos. Al contrario, forman un legado injusto y permanente para las generaciones venideras, que experimentarán una disminución en su calidad de vida, su oportunidad de acceder a recursos naturales esenciales y su capacidad de vivir en un ambiente saludable y armonioso.
La filósofa española Victoria Camps lo expresa de forma clara: “Destruir el entorno natural no solo es un atentado contra la vida presente, sino una forma de egoísmo moral respecto al futuro” (Camps, 2003, p. 111).
En el contexto de Venezuela, esta falta de consideración se manifiesta en un serio quebranto moral. Las generaciones venideras no han aceptado heredar una nación que ha sido gravemente dañada en su entorno, y, a pesar de eso, serán ellas las que soporten las repercusiones de las decisiones que se tomen en la actualidad. La obligación hacia las generaciones futuras, por lo tanto, nos lleva a reflexionar no solo sobre lo que hacemos, sino también sobre los principios que guían nuestras elecciones.
2.
Ecología y filosofía en un mismo mundo
La cuestión sobre nuestra obligación hacia las generaciones que vendrán requiere un examen ético exhaustivo que pone en jaque las normas morales convencionales. A lo largo de la historia, la ética ha enfocado su atención en las interacciones entre personas que coexisten, dejando en un plano secundario las repercusiones a largo plazo. Sin embargo, con la crisis ambiental actual, se vuelve crucial ampliar la perspectiva ética para incluir a aquellos seres que aún no han nacido. ¿Qué responsabilidades tenemos con ellos? ¿De qué manera se sostiene esta obligación desde el punto de vista moral? ¿Qué efectos tiene ignorar esa responsabilidad? Este apartado presenta tres líneas de razonamiento: la ética de los deberes hacia el futuro, la expansión del marco temporal ético, y la importancia de establecer una corresponsabilidad común.
2.1 El deber ético como sociedad a las generaciones futuras
Una de las aportaciones más impactantes en el ámbito filosófico sobre esta cuestión se origina en el trabajo de Hans Jonas, quien argumenta que la tecnología actual ha cambiado de manera significativa el impacto de nuestras decisiones, hasta el extremo de amenazar la propia supervivencia de la humanidad. Por lo tanto, es necesario que nuestras obligaciones éticas se adapten a esta nueva realidad de poder.
En su obra El principio de responsabilidad (1979), Jonas afirma: “Obra de tal modo que los efectos de tu acción sean compatibles con la permanencia de una vida humana auténtica sobre la Tierra” (Jonas, 1995, p. 39).
Este concepto, que se plantea como una reinterpretación del imperativo categórico de Kant, presenta un nuevo criterio: es necesario que actuemos teniendo en cuenta las repercusiones a largo plazo, sobre todo aquellas que puedan amenazar la vida o la dignidad humana en el futuro.
Según Jonas, las futuras generaciones, a pesar de no estar presentes, poseen una dignidad intrínseca, ya que su potencial existencia depende de nosotros. Aunque no pueden expresarse, tienen derechos. No tienen la capacidad de exigir, pero requieren protección. La responsabilidad hacia ellas no surge de un acuerdo social, sino de la simple posibilidad de causarles un daño irreversible a través de nuestras elecciones actuales.
2.2 La moralidad y la ética
La ética convencional trabaja dentro de un contexto de responsabilidad moral presente: uno debe rendir cuentas a sus pares. No obstante, la crisis ambiental exige una ética que trascienda el tiempo, es decir, que considere a individuos que no están presentes en el mismo instante. Así, concebir la justicia únicamente de manera horizontal (entre los vivos) no es suficiente.
Desde su enfoque contractual, John Rawls presenta el concepto de una "posición original" donde las personas ignoran el periodo histórico en el que nacerán. Esta idea permite establecer principios de justicia que tomen en cuenta a quienes aún no han llegado al mundo. Rawls sostiene:
“El contrato hipotético debe extenderse a todas las generaciones; si no fuera así, la concepción de justicia sería arbitraria respecto al tiempo” (Rawls, 2006, p. 287).
Aunque Rawls se centra en la justicia en la distribución de recursos y no trata específicamente el aspecto ecológico, su razonamiento es valioso para establecer que el tiempo no debe ser justificación para excluir moralmente a alguien. Si nuestras decisiones impactan a otros —incluso si todavía no han venido al mundo—, por ello deben ser tomadas en cuenta desde un punto de vista ético.
Desde una perspectiva diferente, el pensador español Ramón Alcoberro indica que incorporar el bienestar de las generaciones futuras en la ética representa una transformación fundamental:
“La ética intergeneracional no es un lujo, sino una necesidad: sin ella, el futuro no es un proyecto moral, sino una catástrofe anunciada” (Alcoberro, 2010, p. 12).
2.3 Justica ecológica
La obligación hacia lo que está por venir no es únicamente personal, sino también comunitaria. Implica un cambio drástico en la manera en que la sociedad y especialmente el gobierno interactúan con el entorno natural. Desde un enfoque de equidad ambiental, el daño al medio ambiente no es simplemente un error técnico, sino una manifestación de una injusticia sistémica que despoja a las generaciones venideras de su derecho a un ambiente sano.
La pensadora ambiental Robyn Eckersley sostiene que: “El Estado ecológico debe ir más allá del Estado liberal y del Estado social: su objetivo debe ser asegurar las condiciones ecológicas básicas para la continuidad de la vida humana y no humana” (Eckersley, 2004, p. 134).
Esto significa que no es suficiente con recurrir a la buena voluntad personal. Es necesario establecer la salvaguarda del futuro como un componente estructural de la política y del derecho. Para Venezuela, esto implica una revisión crítica de la permisividad ante la minería ilícita, la ausencia de vigilancia ambiental y la falta de estrategias de participación ciudadana que den prioridad a la protección del patrimonio ecológico.
Igualmente se relaciona la responsabilidad compartida con el término de educación ambiental, dado que las posturas respecto a la naturaleza no son innatas, sino que se aprenden. Es una manera de fomentar valores como el cuidado, la cautela, la reciprocidad y el respeto a los ciclos naturales, cultivar conciencia entre generaciones.
3. Ideas para una ética ambiental
Ante la evidencia del deterioro ambiental y las implicaciones éticas de nuestras acciones actuales sobre las generaciones venideras, es imprescindible formular una propuesta filosófica específica que guíe el desarrollo de una ética ecológica en el contexto venezolano. Esta propuesta debe basarse en un cambio de paradigma: dejar atrás la perspectiva utilitaria e instrumental de la naturaleza y avanzar hacia un modelo ético enfocado en el respeto, la reciprocidad, la justicia y la sostenibilidad intergeneracional. No es únicamente cuestión de salvaguardar los recursos naturales por su valor financiero, sino de valorar su esencia, su carga simbólica y su función esencial en la perpetuación de la existencia. En este contexto, la ética ambiental de Venezuela debe basarse en tres fundamentos: una comprensión ecológica profunda del planeta, la conexión de principios éticos con el marco jurídico, y una educación ambiental crítica y transformadora.
3.1 Entrelazar una visón profunda entre la ética y la naturaleza
El primer aspecto de esta propuesta implica reconsiderar la interacción entre los seres humanos y la naturaleza, no como una relación de control y explotación, sino como una relación de coexistencia ética. En este contexto, es crucial incorporar los principios de la ecología profunda, como los desarrolló el filósofo noruego Arne Naess. Naess sostiene: “La naturaleza no tiene valor solo porque sirve al ser humano, sino porque tiene valor en sí misma, como parte de la red de la vida” (Naess, 2008, p. 43).
La implementación de esta perspectiva en el escenario venezolano significa entender que los ríos, bosques, animales, montañas y comunidades indígenas no son barreras al progreso, sino manifestaciones vivas de un ecosistema complejo al que pertenecemos y al que debemos respetar. La visión del mundo indígena, en particular la de comunidades como los Yanomami, Pemón o Warao, ya incorpora componentes de esta filosofía: una visión del mundo que no se centra en el ser humano, en la que la naturaleza es objeto de derechos y de reciprocidad.
De acuerdo con el pensador colombiano Augusto Ángel Maya: “La crisis ecológica es ante todo una crisis cultural. Hemos roto los lazos simbólicos y vitales que nos unían a la Tierra” (Ángel Maya, 2004, p. 58).
3.2 Justicia moral y ambiental: Primer paso para la construcción
Para conectar los valores éticos con las herramientas regulatorias y políticas existentes, el segundo eje de esta propuesta es importante. A pesar de la importancia de la ética ambiental, no deben limitarse al ámbito de la conciencia personal y deben expresarse a través de políticas públicas. En 1999, la constitución de Venezuela reconoce el derecho a disfrutar de un entorno saludable, ecológicamente equilibrado y favorable para todos los seres vivos. El artículo 127 estipula:
El medio ambiente debe ser protegido y conservado por cada generación, independientemente de su capacidad o ubicación, según la constitución de la República Bolivariana de Venezuela, 127).
No es solo un símbolo, sino que también debe servir como la guía para las acciones del estado en un contexto ambiental motivado por la ética intergeneracional. Esto implica:
· El bordillo efectivo de la minería ilegal y otras actividades dañinas.
· La defensa legítima de las masas de tierra nativas y los parques nacionales.
· El establecimiento de observatorios ambientales que registren la degradación ecológica.
· El establecimiento de sistemas de energía renovable, en el contexto de la transformación ecológica.
La filósofa política Robyn Eckersley argumenta que: “Un Estado verdaderamente ecológico es aquel que asume el deber de actuar como tutor de las generaciones futuras y del mundo natural” (Eckersley, 2004, p. 142).
Para lograr un sistema gubernamental más ecológico, Venezuela debe colocar la protección del medio ambiente a la vanguardia de su agenda nacional.
3.3 Educación y cultura ambiental
Los aspectos educativos y culturales son el tercer nivel de la propuesta. Si la cuestión ecológica también se considera una crisis de significado, entonces la educación ambiental se convierte en una herramienta fundamental para modificar los principios simbólicos y éticos en nuestra sociedad.
No es suficiente educar sobre el reciclaje o la conservación del agua: se requiere cultivar ciudadanos conscientes, empáticos y responsables, que puedan entender la importancia ética de sus actos y fomentar una cultura del cuidado. Esto conlleva:
· Hacer cumplir los principios ambientales en todos los niveles educativos.
· Valorar los conocimientos tradicionales de las comunidades indígenas como bases para la sostenibilidad.
· Fomentar hábitos de consumo consciente, agricultura sostenible y aprecio por la diversidad biológica.
· Utilice los medios de comunicación para promover la conciencia ambiental y descubrir injusticias ecológicas.
Como señala Victoria Camps: “Educar en valores ambientales es educar en la conciencia del límite, en la prudencia y en la responsabilidad hacia lo que no vemos, pero que vendrá” (Camps, 2003, p. 117).
El impacto ético que transmitamos a las próximas generaciones no se basará únicamente en las normativas que establecemos o en los bienes que protegemos, sino igualmente en los principios que desarrollamos colectivamente.
Conclusiones finales
Más allá de ser una cuestión de importancia ambiental o legal, la controversia que rodea el intercambio de generaciones en el cuidado del mundo natural de Venezuela se trata de abordar las cuestiones sociales y morales que desafían nuestra relación con el tiempo. Basado en la perspectiva filosófica presentada en este texto, es evidente que la justicia ambiental no puede lograrse únicamente en la actualidad; En cambio, uno debe considerar el futuro y asumir la responsabilidad de preservar los recursos necesarios para vivir una vida diversa y sostenible.
La creación de un poder humano global, como declaró Hans Jonas, se debe a avances tecnológicos y económicos que tienen el potencial de cambiar de irreversiblemente los saldos ecológicos del mundo. Frente a esta realidad, es necesario que nuestra reflexión ética se adapte. No es suficiente comportarse correctamente entre nosotros; es fundamental actuar de manera responsable pensando en el futuro. Jonas lo manifiesta de manera contundente al indicar que: “La esencia del nuevo imperativo es que tenemos poder suficiente para hacer el mal a generaciones futuras que no pueden defenderse” (Jonas, 1995, p. 61).
Esta obligación, a pesar de ser fundada en una ética basada en la responsabilidad, se ve reforzada por la inclusión de ideas como la justicia ambiental, el valor fundamental del medio ambiente y la responsabilidad colectiva. La alteración de los ecosistemas en Venezuela ya sea a causa de la minería ilegal, la contaminación por petróleo, la tala de árboles o la falta de acción por parte de las instituciones no es meramente un fallo político: se trata de una injusticia ética con impactos que trascienden generaciones.
La situación en Venezuela, dada su gran riqueza en biodiversidad y la gravedad de su deterioro actual, brinda un escenario destacado para reflexionar filosóficamente sobre la necesidad de una ética ambiental en el país. Como ha señalado Victoria Camps: “Una ética que no contemple el largo plazo y que no reconozca el valor de la vida más allá del presente, es una ética incompleta” (Camps, 2003, p. 109).
En este contexto, la propuesta presentada en este documento se dirige a la necesidad de una transformación radical en tres aspectos:
· Un cambio de enfoque ético, que transite del antropocentrismo hacia el reconocimiento del valor inherente de la vida y de la naturaleza.
· Un marco ético que se pone en práctica mediante el uso de la ley, las regulaciones sostenibles y los acuerdos institucionales para salvaguardar el medio ambiente y mantener los derechos ecológicos para las generaciones futuras.
· Una transformación cultural y educativa, que capacite a los ciudadanos para entender su papel en la red de la vida, y que asuman como propio el compromiso de cuidar y proteger.
La ética intergeneracional representa, en esencia, una apuesta por la supervivencia. Por la posibilidad de que otros puedan vivir, soñar y crear en un mundo que todavía es fértil y habitable. Según el filósofo Edgar Morin: “La ética del futuro es una ética del cuidado. Cuidar la vida, cuidar al otro, cuidar el planeta” (Morin, 1999, p. 92).
Por lo tanto, salvaguardar la vida silvestre de Venezuela es más que un gesto para aquellos que seguirán su ejemplo en el futuro. También es una expresión de respeto, humanidad y optimismo. Porque, en su núcleo, cuidar la naturaleza significa cuidar lo más valioso de nuestro ser.
Referencias Bibliográficas
ACNUDH. (2020). Informe sobre la situación de los derechos humanos en la región del Arco Minero del Orinoco. Oficina del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Derechos Humanos.
Alcoberro, R. (2010). Ética intergeneracional: cuidar el futuro. Universitat de Girona.
Ángel Maya, A. (2004). El retorno de Icaro: naturaleza y cultura en la crisis contemporánea. Universidad Nacional de Colombia.
Camps, V. (2003). Paradojas del individualismo. Crítica.
Constitución de la República Bolivariana de Venezuela. (1999). Gaceta Oficial, (36.860).
Eckersley, R. (2004). The green state: Rethinking democracy and sovereignty. MIT Press.
Global Forest Watch. (2021). Venezuela Tree Loss.
Jonas, H. (1995). El principio de responsabilidad: Ensayo de una ética para la civilización tecnológica (J. Mardomingo, Trad.). Herder. (Obra original publicada en 1979)
Morin, E. (1999). Los siete saberes necesarios para la educación del futuro. UNESCO.
Naess, A. (2008). Ecología, comunidad y estilo de vida (M. González, Trad.). Trotta.
PNUMA. (2019). Estado del medio ambiente en América Latina y el Caribe. Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente.
Rawls, J. (2006). Una teoría de la justicia (M. García Morente, Trad.). FCE. (Obra original publicada en 1971)
Rodríguez, J. P. (2020). Biodiversidad y crisis ecológica en Venezuela. Revista Interciencia, 45(1), 35–39.
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