Empecemos por lo básico. Somos Homo Sapiens o “humano moderno”, pero, de acuerdo a la World history encyclopedia en español “genéticamente, no somos solo un Homo Sapiens al 100%: los humanos no africanos tienen en promedio alrededor del 2% de ADN neandertal, y también se sabe que nos hemos cruzado con al menos otra especie humana ahora extinta: los denisovanos”[1]. Igualmente, no podemos ignorar la teoría de Darwin en la que establece que los seres humanos compartimos un ancestro común con los simios africanos. Es decir, “el hombre moderno” es el fruto de la mezcla y evolución de otras especies y, por ende, la información genética de estas criaturas forma parte de nosotros y, en cierta manera, determina parte de lo que somos. Por lo tanto, tendríamos que comprender a la naturaleza de las criaturas que nos antecedieron para comprender la propia.
Siguiendo la teoría de la evolución, los simios africanos también comparten semejanzas con otros mamíferos, ya que, en palabras de Darwin:
Así pues, podemos comprender cómo ha sido que el hombre y los demás animales vertebrados se hallan construidos según el mismo modelo general, por qué atraviesan idénticos estadios tempranos de desarrollo, y por qué, finalmente, conservan ciertos rudimentos comunes. Por consiguiente, hemos de admitir con toda franqueza su comunidad de origen (Darwin, pág. 29)[2].
Además del simio, del neandertal y del denisovano, hay otra serie de criaturas que también forman parte de la cadena evolutiva de la que provenimos, y estas criaturas, a su vez, también provienen de otra cadena de seres.
Somos, por lo tanto, producto de una larga y sumamente compleja cadena evolutiva cuyo origen en el planeta podríamos encontrar hace aproximadamente tres mil ochocientos millones de años cuando una lluvia de meteoritos llegó hasta el fondo del océano de la Tierra y en cuya disolución, liberaron carbono, minerales y proteínas primitivas, que no eran más que aminoácidos provenientes del espacio exterior. La mezcla de todos estos componentes dio origen a la vida: bacterias unicelulares que, con el pasar de los años, evolucionaron hasta formar a los estromatolitos. Estos últimos, gracias a la presencia de múltiples factores, continuaron evolucionando y generando nuevas formas de vida que dieron como resultado a todas las que conocemos el día de hoy [3].
Cabe repetir la expresión “origen en el planeta”, pues como vemos todos los minerales y elementos necesarios para la existencia de los estromatolitos provienen del espacio exterior y estos, a su vez, son producto de las estrellas quienes, al morir, los liberan. De ahí la expresión, románticamente científica de “somos polvo de estrellas”.
¿Y de dónde vienen las estrellas? Naturalmente con ayuda de la astrofísica podríamos continuar en la búsqueda del origen de todo. No obstante, para los fines prácticos de este texto, es suficiente con saber lo expuesto en párrafos anteriores: somos producto de una larga y compleja cadena evolutiva.
Ahora, está respuesta debe ser tomada con mucho cuidado, pues es costumbre del humano distorsionarla para quedar como el epítome de la evolución y es entonces cuando surge lo antropocéntrico que, de acuerdo al diccionario de Oxford, se define como “considerar a la humanidad como el elemento central o más importante de la existencia”. Si, en cambio, examinamos la respuesta desde la óptica del posthumanismo, podemos afirmar que somos parte de un proceso y que, por ende, somos importantes, por supuesto, pero ¿Somos lo más importante? Es decir, ¿sin nuestra magnífica presencia el mundo dejará de existir y el cosmos mismo llegará a su final? Definitivamente no.
Claro está que no se trata de menospreciar a la especie humana, pues, siguiendo a Humbolt, en su introducción a Cosmos “In considering the study of physical phenomena… we find its noblest and most important results to be knowledge of chain of connection, by which all natural forces are linked together, and made mutually dependent upon each other”(1860:23)[4]. En pocas palabras, no somos los menos importantes por la misma razón por la que tampoco somos los más importantes: “the Earth behaves like a system” [5] y en un sistema cada una de las partes cumplen con una función específica. Si una de las partes falta o falla, el sistema entero se verá condenado a la entropía.
Esto lo podemos comprobar a través de los cristales de la astronomía porque, de hecho, la Tierra se encuentra en un lugar llamado “Sistema Solar” cuyo funcionamiento es tan específico que permite, entre otras cosas, que en el tercer planeta se desarrolle un microsistema que hace posible nuestra vida.
Incesantemente envía el Sol a la Tierra inmensas cantidades de energía. Ninguna forma de vida sería posible en nuestro planeta si no se recibiera el calor y la luz del Sol. Las plantas forman, con la ayuda de la luz del Sol y de la verde clorofila, del agua absorbida del suelo y del ácido carbónico tomado del aire, el hidrato de carbono para la glucosa y almidón. Los animales se alimentan a su vez de las plantas o de otros animales que, a su vez, recurren a la alimentación vegetal[6].
Siguiendo esta línea, veo que para poder aproximarnos a una respuesta del ¿Quiénes somos?, es importante cuestionarnos cuál es nuestro rol en el universo, pues parafraseando las ideas de Descola, los humanos no somos habitantes de la Tierra, somos una extensión de ella[7] o, en otras palabras, somos una parte del microsistema terrestre.
Al pensar en esto, viene a mi mente la película Avatar (2009) de James Cameron, pues la ficción siempre será una de las mejores maneras de comprender la realidad. En esta película nos presentan al planeta Pandora en donde vive una especie similar a la humana llamada los “Na’vi”, ellos rinden culto a Eiwa, la Gran Madre, quien conecta a todas y cada una de las criaturas que habitan en Pandora a través de una red de codependencia. Nada falta y nada sobra en Pandora. De hecho, la conexión entre todas las criaturas es tal, que pueden comunicarse y relacionarse a través de la unión física (que nada tiene que ver con una connotación sexual) de unas membranas que forman parte de la anatomía de todas ellas. Los Na’vi bien se reconocen a sí mismos como seres sumamente inteligentes, pero no se sienten superiores a ninguna especie, pues todos son hijos de Eiwa y, por lo tanto, la manera que tienen de relacionarse con los demás es respetuosa y digna, es una relación entre iguales.
Algo similar ocurre en la vida real con los achuar, un pueblo indígena de la Amazonía con el que convivió Descola como parte de una investigación. La intención era conocer su forma de vida y así descubrió que, “lo que había ido a estudiar –las relaciones entre una sociedad y su ambiente natural– estaba conformado por una multiplicidad de relaciones interpersonales entre humanos y no humanos, que eran relaciones de complicidad, de antagonismo, de seducción, de depredación… y no se trataba, en absoluto, de la adaptación de una sociedad a un ambiente dado”[8], sino, siguiendo las ideas de Ferrando, un sistema que funciona a la perfección.
Cuando hablamos de un “sistema” nos referimos a un grupo de elementos que, si bien cumplen cada uno con una tarea específica, todas y cada una de ellas se encuentran interconectadas. Ahora bien, ¿qué implica reconocernos a nosotros mismos como parte del sistema? Es decir, ¿Qué implica entender que somos una pieza más en un mecanismo cuyo funcionamiento supera nuestro entendimiento?
Me atrevería a decir que es un golpe al ego. Homo Sapiens significa “hombre sabio” y desde que el hombre es hombre se ha vanagloriado de su capacidad de entender el mundo que lo rodea y, por tanto, de tener la capacidad de transformarlo y mejorarlo. Falso no es. La existencia de la técnica es el ejemplo perfecto de esto, pues como bien diría Ortega y Gasset, no existe hombre sin técnica, la cual se puede definir como “la reforma que el hombre impone a la naturaleza en vista de la satisfacción de sus necesidades”[9] ¿Pero es el hombre la única criatura capaz de hacer esto? ¿Qué pasa, por ejemplo, con las nutrias y los castores?
Los castores crean presas para protegerse durante el invierno y de las fuertes corrientes acuáticas. Para hacerlo, derriban árboles (usando únicamente sus dientes), transportan el material usando las corrientes de agua para aligerar el peso y tras meses de arduo trabajo, crean “casas” que tienen sistema de seguridad e incluso de ventilación, pues sólo así pueden sobrevivir al invierno[10].
Las nutrias, por su parte, son amantes de los mejillones. Pueden comerse hasta 75 mejillones por hora, pero como estos tienen una concha muy dura, las nutrias se valen de las piedras para golpear la concha hasta abrirla y así poder sacar el contenido. Es decir, usan herramientas.
En ambos casos vemos a la técnica, pues ambas criaturas emplean y transforman recursos de la naturaleza para satisfacer sus necesidades y, a su vez, cumplir con el rol que tienen dentro del sistema. Es decir, aunque nutrias, castores y humanos no somos físicamente iguales y nuestras maneras de relacionarnos y organizarnos también difieren, todos poseemos la capacidad de intervenir en la naturaleza. Por lo tanto, me parece que una de las primeras respuestas que podemos dar a la pregunta ¿Quiénes somos? es: somos una parte más del sistema universal.
Ahora bien, esta afirmación inevitablemente deriva en un cuestionamiento sumamente complejo, y es que si todas las partes del sistema son necesarias, evidentemente es porque el impacto que genera su existencia lo es. Por lo tanto, en términos ecológicos, ¿se podría pensar que el accionar humano con todas las consecuencias que genera (contaminación, explotación y demás) es necesario?
En una primera instancia la respuesta sería un no rotundo porque evidentemente muchas de nuestras acciones afectan de una manera muy negativa a las otras especies. No obstante, los seres humanos no podemos evitar actuar como lo hacemos, pues, para bien o para mal, es parte de lo que somos y, me parece que, si bien creer que los seres humanos podemos disponer de todo lo que nos rodea porque somos superiores a ello es absurdo, creer que somos los culpables de todos los males del mundo también lo es. Así como generamos contaminación y explotación, también hemos generado programas de conservación. Somos una extensión de la naturaleza y esa manera de “adaptarla” a nuestras necesidades que menciona Ortega y Gasset quizás no es un mero capricho humano, sino un proceso necesario en la constante evolución de la naturaleza misma.
En el texto ¿Qué es la naturaleza? Philippe Descola menciona que:
Lo que pudimos demostrar con otros colegas como William Bale –un botánico estadounidense que hizo el mismo tipo de trabajo en Brasil– es que las propias técnicas de uso de la naturaleza, su agricultura itinerante de tala y quema, la agricultura bajo cubierta forestal, etc., tenían por resultado la inexistencia de una separación tajante entre el espacio hortícola –donde se cultivaba la mandioca y un gran número de otras especies– y la selva. Existía entonces una continuidad. Y, en definitiva, la selva, a su vez, había sido profundamente modificada por estos hábitos culturales y agrícolas, de modo tal que no había, en el fondo, una sociedad que hubiese caído como del cielo en un ambiente natural ya constituido en su totalidad sino un proceso de evolución conjunta que duró miles de años, entre una población humana y poblaciones no humanas. Así, la selva es de por sí, en parte, el producto de estas acciones humanas sobre la naturaleza. Por lo tanto, no había determinación sino, por el contrario, una acción humana muy presente en la definición del medio ambiente que los achuar utilizaban.[11]
Si esto es así, bien se podría afirmar que la naturaleza se expande y transforma con nuestras acciones y es que, quizás, es ella quien las demanda, pues, como dice Ferrando “We are the Earth; we are the Universe. The sky surrounds us, reminding us of the extensive poiesis of the cosmos of which we are (p)art”[12].
Referencias bibliográficas
Darwin, C.: El origen del hombre. Editorial Crítica, edición 2021
Descola, Phillipe, y Florencia Tola. ¿Qué es la naturaleza? Buenos Aires: Editorial Teseo, 2021.
Ferrando, F.: The art of being posthuman. Polity, 2023.
Herrmann, Joachim. La astronomía conquista el universo: Un estudio del cielo y las estrellas. España: Círculo de Lectores, 1968
National Geographic España. “Así construyen los castores sus fortalezas invernales”. Video de YouTube, 2:44. Publicado el 18 de mayo de 2023. https://www.youtube.com/watch?v=C9_aRFzTP4M
National Geographic, “El origen de la Tierra”. Video de YouTube, 1:34:01. Publicado el 9 de enero de 2018. https://www.youtube.com/watch?v=YUoSDn4jm5Y&t=1076sDocumental de (2016).
Ortega y Gasset, J.: “Meditación de la técnica”. Obras completas. Tomo V (1933-1941), Madrid, Revista de Occidente, 1964
World history encyclopedia en español. “Homo Sapiens”. https://www.worldhistory.org/trans/es/1-15821/homo-sapiens
Notas
[1] World history encyclopedia en español. “Homo Sapiens”. Consultada el 11/01/2025 en https://www.worldhistory.org/trans/es/1-15821/homo-sapiens/
[2] Charles Darwin, El origen del hombre (Editorial Crítica,2021), pág. 29.
[3] National Geographic, “El origen de la Tierra”. Video de YouTube, 1:34:01. Publicado el 9 de enero de 2018. https://www.youtube.com/watch?v=YUoSDn4jm5Y&t=1076sDocumental de (2016).
[4] Concepto de Alexander Humbolt, tomado de The art of being posthuman, (2023) Francesca Ferrando.
[5] Francesca Ferrando, The art of being posthuman. Pág. 72
[6] Joachim Herrmann, La astronomía conquista el universo. Un estudio del cielo y las estrellas. Pág. 124
[7] Phillipe Descola y Florencia Tola, ¿Qué es la naturaleza?. Pág. 28.
[8] Ibidem
[9] Ortega y Gasset. Meditación sobre la técnica. Pág 324
[10]National Geographic España. “Así construyen los castores sus fortalezas invernales”. Video de YouTube, 2:44. Publicado el 18 de mayo de 2023. https://www.youtube.com/watch?v=C9_aRFzTP4M
[11] Descola y Tola, ¿Qué es la Naturaleza?, 22-23
[12] Ferrando, The art of being posthuman. Página 94.
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