Reflexiones
inactuales sobre la
desigualdad entre los hombres
de J.J. Rousseau (III)
A
los 300 años de su nacimiento
David De los Reyes
Jefe Guerrero Crow, Edward Curtis, 1908
Observación: Esta es la tercera parte del ensayo sobre el tema de la desigualdad en Rousseau,del cual las dos partes previas han sido publicadas en los meses de diciembre del 2012 y enero del 2013 en este mismo blog.
Esto
es mío
o la segunda parte del discurso
El principio del que parte Rousseau para definir y
fundar su sociedad civil se centra en el sentido de posesión, de la propiedad
individual, en el sentimiento de esto es
mío. Como dice él mismo: quien lo manifestó y otros se lo creyeron, inicio,
tal relación, la sociedad corrupta y artificial, institucional y desigual, según
este autor, en el paso de la igualdad natural a la diferencia social. Como nos
lo resumen Bertrand Russell, Rousseau no se opone a la desigualdad natural, respecto a la edad, la salud,
la inteligencia, etc. Sino solo a la desigualdad resultante de los privilegios
autorizados por convención; el inglés afirma en Rousseau:
“una deplorable revolución introdujo la metalurgia y
la agricultura; el trigo es el símbolo de nuestro infortunio. Europa es el
continente más desdichado porque es el que
tiene más trigo y hierro. Para deshacerse
de ese mal únicamente es necesario abandonar la civilización porque el
hombre es naturalmente bueno, y el hombre salvaje cuando ha comido, está en paz con toda la naturaleza y es el amigo
de todos sus semejantes”[1]
La condición humana para Rousseau se reparte en el
primer sentimiento: el de existencia, y
su primer cuidado, conservarse a sí mismo. En principio los productos de la
tierra le brindaban, de forma natural,
todos los recursos necesarios y el
instinto lo movió a utilizarlos. El hambre y otras necesidades le conformó
diversas maneras de existir, entre ellos, el de querer perpetuar la especie; al
carecer de todo lazo sentimental en su corazón esta continuidad se daba de
forma animal. Satisfecha la necesidad, el instinto, ambos sexos no
volvían a reconocerse, y el hijo mismo no era nada para la madre tan pronto
como podía pasarse sin ella. Situación harta conocida por el mismo Rousseau, las otras dificultades y
obstáculos naturales lleva a los hombres a mejorar su condición física pues obliga al hombre esforzarse en los ejercicios corporales. Ser
ágil, veloz en la carrera, vigoroso en el combate, proveerse de armas
naturales: palos y piedras. De esta forma sorteo los obstáculos de la
naturaleza. La rudeza de los obstáculos naturales inspiran la perfección física
y habilidosa del individuo respecto al medio; los obstáculos que le imponen la
sociedad civil lo hundirá en la dependencia y el sometimiento en la medida que
se acrecentar la diferencia por la el desarrollo de las habilidades y de la
acumulación de poder y bienes materiales.
Con el crecimiento demográfico humano vino la
capacitación para vencer diferentes situaciones, climas, estaciones, terrenos;
aprendieron a cazar y a pescar, volviéndose industrioso: crearon arcos y
flechas, anzuelos y cañas de pescar, trampas de mil formas. Conocieron por la
casualidad el fuego, a conservar alimentos y preparar alimentos que antes eran
crudos. Toda esta situación lo lleva a dominar a ciertas especies animales y
vegetales. Ello hizo| que surgiera el primer sentimiento de orgullo y
contemplarse como el primero de su
especie: cuando apenas sabía distinguir
las categorías, alborearon en las primeras pretensiones de ser el primero
también como individuo.
Por la mímesis, en el comportamiento similar entre
los semejantes, surge la idea que todos
pensamos de forma parecida en determinadas situaciones y, por tanto, surgen
sentimientos de simpatía, siguiendo la dialéctica de la vida al proponer las
mejores reglas de conductas que para su
provecho y su seguridad le convenía observar con ellos. Aparece el amor o
anhelo al bienestar, único móvil de las
acciones humanas. Se despierta una tosca idea de adquirir compromisos mutuos y
ventajosos al cumplirlos; pero la previsión no tiene cabida en su mente, el
futuro ni se lo imagina, ni tampoco si vendrá el día siguiente: su imaginación
no ha despertado aún. En grupo de caza, cada quien sabe lo que ha de hacer: al
pasar cualquier animal por un lado, hay que perseguirlo hasta atraparlo sin
escrúpulos. Y todo progreso lo lleva a desarrollar otros de forma más rápida y
continua. Cuanto más se ilustra el
entendimiento, más se perfecciona la industria.
Las primeras
propiedades fueron instrumentos útiles y vivienda. Los primeros sentimientos
del corazón se originan de la vida en común, al reunir en una habitación o
espacio cerrado común maridos y mujeres, a padres e hijos. Por la costumbre de
estar juntos, nacen los más tiernos
sentimientos amorosos; amor paternal y amor conyugal: nace el sentimiento
de sociedad por el afecto recíproco y la libertad compartida, ello forman los
lazos. Tal convivencia dio origen a la primera diferencia, al compartir en una vivienda los dos sexos. Mujeres en
caSa, los hombres en caZa. Vida con
amplio margen de ocio, que dará un tiempo para que surjan las primeras
inventivas o invenciones, con lo cual se
procuraron comodidades desconocidas por
sus padres; entonces aparecerá, para Rousseau, el primer yugo que se impusieron sin pensarlo. Por la comodidad adquirida, y heredada por los
descendientes, comenzó a debilitarse el cuerpo y el espíritu; las costumbres
vendrán a degenerar en necesidades y su privación resultó más insostenible pues
grata era su posesión; y los hombres se
sentían desgraciados al perderlas sin ser felices por conservarlas. El
cambio de estilo de vida y modo de producción –como dirían los economistas
marxistas y no- se vino a trastocar la suerte del paraíso humano perdido del
hombre en el estado de la naturaleza.
Los hombres pasan de ser seres errantes por los
bosques, a tener un asentamiento fijo: una cueva o una evolucionada choza; ello
los lleva a reagruparse formando en cada territorio un tipo de etnia particular
(Rousseau habla de nación particular),
unidos por costumbres y caracteres, no mediante leyes y reglamentos, igualados
por el mismo régimen alimenticio y estilo de vida, debido a la influencia común
del clima.
Grupo de nativos americanos
Comodidad,
reconocimiento y sociedad. El primer yugo que se imponen los
mismos hombres se deberá por buscar
ciertas comodidades. Gracias al ocio que
tenían pudieron desarrollar cierta creatividad para hacerse la vida más
muelle y fácil. Esta sería la primera fuente de males que impondrían a sus
descendientes, este estilo o arte de vivir llevó a debilitar las
cualidades del cuerpo y del espíritu.
Tales comodidades desencadenan costumbres
que se convierten en necesidades y dependencias, haciendo sentir a los
hombres desgraciados al perderlas.
En un principio la agrupación humana se debe más a
estilo de vida y alimentación,
desencadenando la ayuda mutua,
adjuntando cierta influencia del clima y del hábitat geográfico. Los
lazos se siguen estrechando, y con ello
ciertas consideraciones se afianzan
respecto a los objetos y a las habilidades de cada quien. Se adquieren ideas de mérito,
de belleza, de habilidades que despiertan sentimientos de preferencia. El hábito lleva al sentimiento de la costumbre y la
necesidad de verse de forma constante. Cierta dulzura y sentimientos
gratos se insinúan en la psique y la
menor oposición tórnase en un furor impetuoso: con el amor se despiertan los
celos; triunfa la discordia y la más dulce de las pasiones obtiene sacrificios de
sangre humana.
Esto sería el inicio de la domesticación humana.
Ideas y sentimientos se suceden y ejercitan la mente y el corazón,
estableciendo lazos intransferibles a
otros animales.
El cuadro rousseauniano de cómo cambia este ser
animal humano, inquieto y nómada, en
tranquilo y sedentario es de lo más pintoresco. Por la
costumbre ser reúnen frente a su choza, nos dice, o alrededor de un frondoso
árbol. Esto incita al canto y la danza,
que son hijos auténticos del amor y del
ocio, los cuales son la diversión en los ratos de ocio de esta agrupación
humana a la rousseauniana. He aquí surge el salto cualitativo de la necesidad
del reconocimiento social y mutuo. De estas reuniones se comenzó a mirar a los demás y a querer
que a su vez lo mirasen, y la estima pública tuvo un precio. Por aquí ya
entramos en la alborada de la desigualdad; la sed de reconocimiento (bailo
mejor o canto mejor que tú…), traería asociado el primer paso para la
diferencia y la distinción respecto a los demás, ampliándose hasta convertirse
en un vicio: plena de la ampulosa vanidad
acompañada del agrio menosprecio, implantando el sentimiento de
vergüenza y la envidia, siendo la levadura para el compuesto de la infelicidad
y la negación de la inocencia. El primer escalón de la desigualdad humana es
la sed de reconocimiento.
Veamos el segundo escalón: la cortesía. La consideración del otro se acepta como una situación
requerida por todos y de ahí nace los primeros deberes de la cortesía (tanto
para ciudadanos como para salvajes).
No mostrarla produce la ofensa, surge el daño de la injuria, donde el desprecio
por la persona es peor que el daño obtenido por ello. Aparece la venganza,
formas terribles de resarcir el territorio moral dañado, haciendo a los hombres
sanguinarios y crueles. Otro indicio de cómo la sociedad nos vuelve malos.
Comprende que la piedad natural, condición del hombre silvestre, prevenía de ese mal amenazador: impide hacer el mal a nadie por su
parte, sin que nada le incite a ello, ni
siquiera después de haberlo recibido.
Todo cambia con la aparición de la vida social,
donde el hombre se construye a partir de otras propiedades distintas a las primitivas: la bondad conveniente en el puro estado de naturaleza no era ya la que convenía a la sociedad naciente.
Para rectificar se dispone del castigo severo para paliar las ofensas; el terror de las venganzas era el llamado a
suplir al freno de la ley. Sin embargo el autor imagina que este estado
intermedio entre la indolencia primitiva
y el orgullo del amor propio vendría a ser el momento más feliz de la
humanidad. Situación menos propia a revoluciones, estadio humano del que se sale por algún
funesto azar, que para bien de todos, jamás debiera haber sobrevivido. Es
el estado de la juventud del mundo.
Todo progreso humano posterior está anclado en la mera apariencia, justificada por los requerimientos de la perfección del individuo, pero ello nos acerca más a la decrepitud de la especie que a su evolución: qué podemos pensar del
presente, donde vivimos en el permanente anclaje de la apariencia en todo. Toda
evolución humana es separarlo de este momento ideal de vida primitivo natural;
la sociedad es óbice de decadencia.
Rousseau imagina que la vida de este primitivo natural establece una relación estética con la vida
pues nos dice:
“Mientras los hombres se contentaron con sus chozas
rústicas, mientras se limitaron a coser sus vestimentas de pieles con púas de
arbustos o espinas de pescado, a engalanarse con plumas y con conchas, a
pintarse el cuerpo de diversos colores, a perfeccionar o embellecer sus arcos y
sus flechas, a cortar con piedras cortantes unas cuantas canoas de pescadores o
algunos toscos instrumentos de música, en una palabra, mientras que se ocuparon
más que en obras que podía hacer uno solo, y en
artes que no requerían el concurso de
varias manos, vivieron libres, sanos,
buenos y dichosos en la medida que su naturaleza lo consentía, y
siguieron gozando del regalo de un trato mutuo independiente.
Su concepción pareciera sacarla del libro III de Las Leyes de Platón, en la que se habla
de una felicidad primitiva parecida. La felicidad está en saber vivir en la medida que podamos habituarnos a
permanecer en una autosuficiencia, donde la ayuda mutua no es bien recibida,
perturba esa tranquilidad solitaria; la calidad de vida no está en el lujo sino
aprender a prescindir en todo momento de él y emprender una vida autosuficiente
en la medida de nuestras fuerzas. Pues:
“desde el momento en que un hombre hubo menester la
ayuda de otro, no bien se dieron cuenta de que era provechoso que uno solo
tuviera provisiones para dos, la igualdad desapareció, se introdujo la propiedad, se hizo necesario el trabajo y los inmensos
bosques se transformaron en rientes campiñas que hubo que regar con el sudor de
los hombres y en las que pronto se vio a la esclavitud y la miseria germinar y
crecer con las mieses.
Con el sentido de aprovisionarse aparece el
sentimiento de posesión. Tener algo:
sentimiento que para una sola persona
vendría a establecer y recaer algo como propiedad; los bosques de nadie, comenzaron
a ser de alguien, por ser trabajados
para obtener una producción extra y, por supuesto, alguien tendrá que hacer el
trabajo físico, con lo que según el
autor, tendrá cabida el que unos representen el papel de amos y otros el de
esclavo. La revolución cultural vino, además de este evento anterior, del uso
de las técnicas de la agricultura y de la metalurgia, actividades
indispensables para ampliar el sentido de la posesión y de la recompensa de
guardar, a futuro, provisiones. Acordémonos que para Rousseau el hombre
primitivo no tiene sentido de futuro; la apreciación de guardar para un día
después, de prever para más tarde, daría origen a la desigualdad: unos tendrán,
otros no. El sentido del tiempo, la capacidad de poder imaginar la comodidad
que le suponía al hombre salvaje guardar para el tiempo de carencias sería otro
escalón a subir para justificar y aceptar la desigualdad humana. Unos son más inteligentes
que otros, unos guardan, construyen y crean, y otros sólo gastan o consumen y destruyen;
la situación tiene cierto parecido con la condición humana global: poblaciones
enteras incapacitadas para construir y prever, sólo consumir y saquear al ambiente
sin reponer y sostener: Rousseau pareciera reafirmarse cada vez más en esta
condición humana, especie que, gracias a la sociedad industrial, cada día está más
cerca del borde abismal de la extinción por la intensa explotación de los
recursos naturales y humanos.
Los artilugios obtenidos por invención y aplicación
técnicas no son bienvenido. Respecto al asombroso ascenso de dominar el fuego
por el hombre Rousseau no lo da como un acierto. Nos dice que la naturaleza había tomado precauciones para
ocultarnos este fatal secreto. Su
dominio debió surgir de una circunstancia
extraordinaria. En relación a otras actividades
con que el hombre se distinguirá de otras especies animales está la actividad agrícola;
actividad donde la técnica seria un
proceso de ensayo y error, en que la producción de alimentos para obtener
excedentes debió surgir gradualmente. En
la que tuvo que resolver ese salvaje algo primero para entregarse a esa ocupación que fue el de
comprender el futuro en tanto precaución pues: la previsión es muy ajena a la mentalidad del hombre
salvaje, que, ya he dicho, apenas si piensa por la mañana en sus necesidades de
la tarde. Este detalle es significativo, pues pudiéramos comprender cierto
arquetipo de conducta humana en pueblos salvajemente civilizados, donde el
futuro, la previsión, el guardar para después, y el de mantener el hábitat para las generaciones futuras no forman parte
de su mentalidad; son los depredadores salvajes
artificiales, donde el futuro se
pierde en el fango del consumo y la contaminación inmediata.
Pero con este hecho de la previsión por unos, del sentimiento de propiedad por
otros, vendrán a surgir las primeras normas de justicia entre los hombres. De
restituir cada cual lo suyo, y para ello
se tiene que tener algo más que a sí mismo. Rousseau concibe la aparición de la
idea de propiedad a la par de la acción
de la mano de obra. Sólo el trabajo, al
dar derecho al cultivador sobre el
producto de la tierra que ha labrado, se lo da en consecuencia sobre la propia
tierra, por recolección, por uso de la tierra año a año surge la posesión que se transforma en propiedad: esto es mío. Rousseau comprende la
desigualdad en función de los talentos particulares de cada cual. La igualdad ante las cosas hubiera
permanecido si fueran iguales los talentos, además de mantener una producción
en equilibrio exacto, ni más hierro ni cultivos para el exceso sino para lo
requerido en el presente. La proporción quedo rota: el más fuerte trabajaba
más, el más hábil sacaba mejor partido
con sus actos, el ingenioso abreviaba
las tareas, y esto hizo que si a unos les sobraba para vivir a otros les
faltara:
“Así es como la desigualdad natural se despliega insensiblemente con la
desigualdad de combinación y como las diferencias de los hombres, acrecidas por
las circunstancias, se tornan poco a poco más sensibles, más permanentes en sus
efectos.
Advertida esta situación Rousseau nos dice que ahora
se dirigirá a echar una ojeada sobre el
género humano situado en este nuevo orden de cosas. Veamos que nos refiere.
Guerreros Crow, fotografía Edward Curtis
La
desigualdad entre amo y esclavo. Esta desigualdad
natural se amplía por el perfeccionamiento de las facultades: la memoria, y la
imaginación en juego, el amor propio interesado, la razón y el entendimiento
activos. Al poner las facultades naturales en acción, despliega el rango y la suerte de cada hombre en razón
a la cantidad de bienes adquiridos, de servirse y consumir en función de su
inteligencia, belleza, fuerza o destreza, méritos o talentos: todas cualidades
con las que podemos granjearnos cierta consideración por parte de los otros
semejantes. De este modo ser y
parecer llegaron a ser dos cosas
totalmente distintas, y de esta distinción salieron el fasto imponente, la astucia engañadora
y todos los vicios que los acompañan. El perfeccionamiento de las facultades del
hombre, signada por el sentido de posesión, no viene a convertirlo en un ser
virtuoso sino avaricioso que despliega condiciones que profundizan la
diferencia humana a favor del que ha
desarrollado sus talentos y los aplica por encima de los demás. De un hombre
autónomo, indiferente a las cosas, surgirá un hombre atravesado por la pasión
de posesión que está ligado a las nuevas necesidades despiertas colocándose,
ante la sociedad, a merced y dependencia
de los demás. Esto lo hace ya esclavo en cierta forma, aún si llegar a ser
dueño y señor de sí mismo. Las necesidades creadas socialmente no sólo llevan a
que unos sean más esclavos que otros, sino que hasta los que se jactan de ser
amos terminan, por necesidad y sentimiento, en cierto modo esclavos también del
mismo esclavo: necesita de sus servicios;
pobre, precisa de sus auxilios, y la
mediocridad no le permite tampoco prescindir de ellos. Surge la dialéctica
dependiente del amo y el esclavo que Hegel abordará en el siglo XIX respecto a
dicha condición de la conciencia de la libertad.
El amo se convertirá en un ser pérfido, trapacero,
imperioso y duro, gran manipulador y mentiroso, no sirve a nadie y hará que le
teman todos si puede, ambicioso insaciable, sus intereses por delante de todo y
su único afán es aumentar fortuna, e incita a los demás a dañarse entre ellos
para el recoger los bienes dejados en la disputa, envidia secreta y con una máscara
de benevolencia perpetua en su rostro, esa es la condición del nuevo amo y
señor: su ser se debate por la competencia y la rivalidad por un lado, y de
oposición e interés por otro; buen actor siempre, ocultará
el deseo de lucrarse a expensas del
prójimo; obligará que el otro
acepte sin remedio su suerte,
mostrándoles o convenciéndoles por diversas formas, por realidad o apariencia,
en lo provechoso que es estar al lado suyo. Tales son los males del efecto de
la propiedad y su inseparable compañera, la desigualdad, rasgo incipiente en
ese reino de tránsito entre el hombre natural y el establecimiento del hombre
social u homo economicus.
Un grupo de guerreros Crow, fotografía Edward Curtis
La
mayoría, los bandidos y la guerra social. La mayoría, la
masa, los supernumerarios llamados así
por Rousseau, se quedan si heredar riqueza como tampoco procurarse tierras y
ganados, que serían las propiedades reales de esa sociedad incipiente imaginada
por el autor. La mayoría, viviendo en la inconsciencia y
en la ignorancia, les ocurre que cuando
todo cambiaba a su alrededor sólo ellos no habían cambiado y aceptaron su
suerte, construyendo determinado ser por las costumbres, y la aceptación del
propietario como fuente de salvación y, a la vez, de opresión para sobrevivir a
su lado: viéronse obligados a recibir o a arrebatar su subsistencia de manos de los
ricos, comenzando la dependiente relación
de dominio y servidumbre, o la
violencia o los saqueos. La
condición del rico aumentó sus ansias de dominar, y se sirvieron de sus
antiguos esclavos para someter a otros nuevos, actuando avasallando a sus
vecinos: semejantes a esos lobos
famélicos que una vez que han probado la carne humana rechazan todo otro
alimento y sólo quieren ya devorar hombres. Y por el poder establecieron un
derecho respecto al bien ajeno, al quebrantar la igualdad natural, apareciendo
un extremo desorden: usurpaciones por los ricos, el bandidaje por los pobres y
las pasiones desenfrenadas de todos que ahogarían la piedad natural
y la tenue voz de la justicia. Avaros, ambiciosos y maliciosos serán los
hombres trucados por esta desigualdad ampliada. Esto estableció un perpetuo
estado de guerra al imponerse el derecho del más fuerte y del primer propietario
de tierras que dijo: eso es mío,
resolviéndose el conflicto a punta de combates y homicidios, venganzas y
sometimientos. La sociedad naciente dio
paso al más horrible estado de guerra.
Pero la guerra perpetua crea una desventaja para los ricos, debidos a los
gastos permanentes que hacían ellos por tal situación, pero donde el riesgo de
la vida era común y el de los bienes, particular. Había que hacer de la guerra
una industria y una técnica para el provecho y dominio. En ella su derecho era
precario: por la fuerza obtiene bienes saqueados pero por la fuerza también los
pueden perder, sin poder esgrimir ningún reclamo. Sin razones para justificarse y fuerzas
suficientes para enfrentarse a los nuevos usurpadores organizados en hordas de
bandidos, el rico llegó a concebir el proyecto más meditado que jamás haya
cabido en mente humana: emplear a su favor las fuerzas mismas de los que le
atacaban, trocar en defensores a sus adversarios, inspirarles otras máximas y
darles otras instituciones que le fuesen
favorables como el derecho natural le era contrario. Es decir, convertir a
los bandidos en ejercito personal, en general y soldados; estructurar la fuerza
de los bandidos, que era utilizada y pagada por el señor, a favor de cuidar y
aumentar -pero ahora reglamentada, legalizada y jerarquizada como militares- sus
posesiones y neutralizar a cualquier nuevo usurpador que viniese por la fuerza
a tomar lo que no es suyo. Convenciendo a sus vecinos para aceptar su
propuesta al mostrarles que se el haberse armado los lleva a estar a unos
contra otros, haciendo ello un gasto tan oneroso como sus necesidades, no
encontrando la seguridad ni en la pobreza ni en la riqueza se llegó al invento
de razones especiosas que los ganara para
su designio:
“Unámonos –dijo- a fin de proteger de la
opresión a los débiles, poner freno a
los ambiciosos y asegurar a cada uno la posesión de lo que le pertenece.
Instituyamos normas de justicia y de paz a cuyo acatamiento se obliguen todos,
sin exención de nadie, y que reparen de algún modo los caprichos de la fortuna
sometiendo por igual al poderoso y al débil a unos deberes mutuos.
En vez de dirigir la fuerza de todos contra todos,
establezcamos un gobierno con leyes prudentes, que proteja y defienda a todos
los miembros del nuevo club social, rechazando a enemigos de lo establecido y
que impidan la concordia de forma perdurable. Dicho esto ante una mayoría
inculta, y seducidos por tan claras propuestas para mantener ampliada la propia
avaricia y la sed de ambición personal, todos corrieron hacia sus prisiones
creyendo asegurar su libertad. Sin experiencia de la política y de
instituciones no tenían reflexión suficiente para vislumbrar los peligros que
ahora les esperaban (antes y ahora, pues sigue pasando):
“…los más capaces de presentir los abusos eran
precisamente los que contaban con aprovecharse de ellos, y aun los sabios
vieron que había que decidirse a
sacrificarse una parte de su libertad para conservar otra, lo mismo que un
herido consiente que se le corte el brazo para salvar el resto del cuerpo.
Este sería el relato del miserable origen de las
sociedades y sus leyes, dando trabas al
pobre y fuerzas al rico dentro de esta dialéctica rousseauniana entre pobres y
ricos. Y se puso final a la libertad natural trocada por la libertad de la
propiedad y de la desigualdad. Se hizo derecho, a ojos de Rousseau, a costa de
una vil e irrevocable usurpación: en
provecho de unos cuantos ambiciosos sometieron a todo el género humano al
trabajo, a la servidumbre y a la miseria. Y al establecer uno se hizo
indispensable tal acuerdo para las demás.
La superficie de la tierra se cubrió de tal tipo de sociedades; no hubo
ningún rincón donde se pudiera sentirse a salvo del yugo y sustraerse la cabeza a la espada…que cada hombre veía
perpetuamente suspendida sobre su cuello. El derecho civil se impuso; la
ley natural quedo solo vigente entre las diversas sociedades, pero
atemperándose acosta de los imperativos del comercio y del intercambio para
suplir las conmiseración mutuas.
Pero esto dio pie para la aparición de las guerras
nacionales donde batallas, destrozos, represión, destrucción, impotencia y
muerte vendrán a estremecer a toda naturaleza, ofender la razón y el
ensalzamiento de los prejuicios de la adoración al honor de derramar la sangre humana.
Se aprendió a matar como deber a sus semejantes, exterminándose miles de
hombres por hombres que no sabían realmente por qué; acción, que como sabemos
hoy día, se han matado masivamente muchos más que los que pudieran haber
ocurrido en los enfrentamientos del
hombre dentro del estado de la naturaleza: hay más homicidios en un solo día de combate y más horrores en la toma de
una sola ciudad, que los cometidos en estado de naturaleza durante siglos
enteros en toda la faz de la tierra. Tal es uno de los primeros efectos al
consolidar el género humano diferentes sociedades en torno a la desigualdad y a la propiedad.
Pobre,
rico y el despojo de la libertad. Defiende utilizar las
categorías de pobre y rico y no de débil y fuerte. Antes de existir las
leyes no se tenía otro medio de atentar
a sus semejantes sino por medio de ir
contra sus bienes o cederle parte de los suyos. Y los pobres no tenían otro
bien que el perder su libertad, lo cual es una insensatez el despojarse
voluntariamente de ese único bien; en cambio los ricos son más vulnerables por
la posesión de bienes, lo cual están más desprotegidos y es más fácil hacerles daño, tienen que
tomar ellos la precaución de protegerse; es la razón por lo cual alega Rousseau
que fueron ellos quienes inventaron el mecanismo del derecho civil para
proteger su condición de poseedores de propiedades. Se erigió un estado
bastante imperfecto, con vicios en su constitución, emergiendo a partir de unas
cuantas convenciones generales que los individuos aceptaban cumplir. Ello llevó
a observar la experiencia de acometer múltiples infractores a la normativa social. Al eludir los castigos de las faltas se llegó a pensar
en la necesidad de establecer un cuerpo
defensivo de la propiedad; antes que los
desordenes se multiplicasen continuamente, para que se pensara por fin en
confiar a particulares el peligroso depósito de la autoridad pública y se
asignase a magistrados la misión de hacer cumplir las deliberaciones del pueblo.
Esto lleva a la manipulación política. Pues, como
refiere Plinio¸ si se tiene un príncipe
es para que nos libre de tener un amo. La frase resulta lo contrario,
tenemos un amo para que nunca aparezca un príncipe que defienda la libertad. Es
como construyen los sofismas los políticos, basado en el supuesto amor a la libertad. Se llenan la boca
con esa palabra que termina agriándose en sus mismas fauces, con sólo ver su
rostro nos dice el sentido en que ha actuado en él esa condición humana. Y
concluyen que la mayoría tiene una
inclinación natural a la servidumbre por la paciencia con que soportan la suya
los que tienen ante los ojos. Llamando paz a la miserable servidumbre. Cosa
contraria con el bárbaro y los animales que no inclina su cabeza bajo el yugo
que el civilizado lleva sin rechistar, prefiere la más borrascosa libertad a un
tranquilo sometimiento.
También nos refiere a la relación de poder
establecida entre padres e hijos. Los padres tendrán dominio sobre los hijos
mientras estos estén necesitados del
auxilio necesario para su desarrollo. En
el momento en que haya transcurrido ese
periodo los hijos se encontrarán
plenamente independientes del padre, lo único que le deberán es respeto mas no
obediencia, pero el agradecimiento es un
deber que importa cumplir, pero no un derecho que pueda exigirse. Y la
dependencia que pueda mantener entre hijos y padre es el que este último es dueño de los
bienes y ello hace que los hijos
mantengan una dependencia por la ambición de la herencia, que se les será
otorgada en relación a la proporción que lo hayan merecido. Una relación distinta
entre vasallo y déspota. Los primeros no
esperan ningún favor semejante de
herencia, pero como vasallo le pertenece al déspota, del cual se ven reducidos
a recibir como favor lo que les deja de sus propios bienes: irónicamente hace justicia cuando los despoja; ejerce la gracia cuando los deja
vivir. Esta es la tesis que sostiene
la institución voluntaria de la tiranía, donde el contrato sólo obliga a una de las partes, en el que se pusiera todo de un lado y nada del otro y que sólo redundara en perjuicio del que se
comprometiese.
Para Rousseau lo último que debe cualquier hombre es despojarse de su propia libertad,
lo cual es cosa distinta a transferir algún bien o posesión a otro. Despojarse
de algún bien viene a representar que tal bien se convierte en algo extraño y
ajeno a mi persona, lo cual me es indiferente en cómo sea utilizado luego, sea
que se maltrate, destruya o conserve
dicho bien por el otro. Cosa distinta respecto a la libertad pues sí debe importar el que se abuse de la
libertad individual. El derecho de propiedad es sólo una convención e
institución humana, y cada hombre puede disponer a su antojo de lo que posee; cosa que no pasa, para
Rouseeau, con los dones otorgados esenciales de la naturaleza: vida y libertad,
de las que es lícito disfrutar y es dudoso que alguien quiera despojarse de
ellas; ello sería degradar su ser. Respecto a la libertad, que es en esta
propuesta moral un don dado por la naturaleza por la condición de ser hombres,
ni el padre tiene derecho a despojárnosla; implantar la esclavitud es violentar
la naturaleza. Si un magistrado, en la
historia del hombre, encontró que por derecho el hijo de una esclava fuera
esclavo sería violentando a la condición natural humana, en la que un hombre no nacería hombre.
Y Rousseau pareciera, por momentos, evocar los aires
del anarquismo al afirmar que no sólo los
gobiernos, en su origen, se iniciaron con el poder arbitrario, que es
tan sólo su corrupción, su término
extremo, donde terminan por imponerse a través de la ley del más fuerte, de
la que en un principio, fue el remedio
frente a la guerra de todos contra todos. Es la paradoja de todo estado
asentado en la corrupción, aparece como una tabla de salvación contra las
injusticias de los más fuertes sobre los más débiles pero terminan ejerciendo
la misma técnica por las que legalmente emergieron, imponerse por la
fuerza. Siendo el derecho del más fuerte
algo ilegítimo pues nunca pudo servir de fundamente para el establecimiento
del derecho de la vida en sociedad ni establecer a la desigualdad (ante la ley), como una
institución general.
Un grupo de nativos ante su poblado, fotografía Edward Curtis
A
favor del pacto social. Para Rousseau el pacto que puede
surgir entre pueblo y jefes es un contrato en que ambas partes están obligadas
a conservar las leyes establecidas que el mismo se estipula y que vienen a ser
el vínculo de su unión. Aquí están los antecedentes de lo que ampliara en su
obra sobre el Contrato Social. El pueblo ha reunido sus voluntades en una
sola, y todos los artículos estipulados por dicha voluntad general vendrán a ser las leyes fundamentales que obligan a todos los miembros de dicho
Estado sin excepción a cumplirlas; ello lleva a contribuir por el mantenimiento
de la constitución, sin propasarse a modificarla. El magistrado tendrá la
obligación a no emplear el poder conferido conforme a las intenciones de los
comitentes, manteniendo a cada uno en el
pacífico disfrute de lo que le pertenece
y preferir en todo momento la utilidad pública a su propio interés. E
invalidar a las leyes vendrá, de forma ipso facto, invalidar la legitimidad
de los magistrados; el pueblo no estará obligado a obedecerles. Siendo la
ley la que constituye la esencia del estado y al no estar vigente se volvería
por derecho, al disfrute de su libertad
natural.
Respecto al
pacto social advierte que las partes son los únicos jueces de su propia
causa, teniendo cada uno de ellos el derecho de renunciar en la medida en que
la otra parte infrinja sus condiciones o dejaran de convenirle. Creo que en un
país como Venezuela, por ejemplo, pudiéramos aplicar a Rousseau por todo lo
incumplido e infringido por una de las partes: el gobierno; sin embargo la
farsa electoral hace que la mayoría siga manteniendo el pacto social. Rousseau
plantea el derecho a abdicar. El pueblo
es quien paga todos los yerros de los
jefes y es por ello que tiene el
derecho de renunciar a su dependencia, por incumplimiento de la ley y de la
constitución. Sin embargo advierte que
hasta qué punto los gobiernos humanos tienen necesidad de una base más solida
que la exclusiva razón y para ello, vuelve a la metafísica, incluye la
necesidad de la estafa histórica de la religión: par la tranquilidad pública se
requiere el carácter sagrado e inviolable que quitará el funesto derecho a disponer de ella. Entre los bienes que
ha hecho, para este solitario romántico, la religión está para eso y, por lo
tanto, de manera mimética, aceptarla y adorarla. Aquí se cae todo lo levantado
por Rousseau, pues en este texto no ve a
la religión como otro ejercicio de la fuerza mediante el dogma, y la imposición
mediante una autoridad incuestionable ante las conciencias crédulas; habrá que
esperar el Contrato Social y en su capítulo nos de su radical crítica al cristianismo
de los sacerdotes, que propagan una religión basada en la sumisión (como
todas), y proponga el establecimiento de una religión civil o legislada por el
Estado.
Guerreros Sioux, fotografía Edward Curtis, 1908
Servidumbre
a cambio de tranquilidad. La relación respecto a las formas
de gobierno se deban en función del
principio de desigualdad mayor o menor: monarquía, dando el poder a uno
por su riqueza o prestigio; si se juntan
un grupo en que se consideren todos más
o menos iguales surgirá una aristocracia. Y cuando el talento es más igual
entre las partes concurrentes a formar un estado pero, a la par, se habían
alejado menos del estado de naturaleza pues dará pie para la aparición de una
democracia. El tiempo ha advertido que lo más conveniente son aquellas formas
de gobierno en que los hombres se
sometieron a las leyes y no en la que la
mayoría obedeció a tiranos.
Especula Rousseau que todas las magistraturas en su
origen fueron determinadas por un principio electivo, y si no fue así
prevalecía la riqueza o el mérito. Los ancianos inauguraron esta condición, es
lo que la historia habla: los gerontes
de Esparta, los ancianos hebreros y el senado romano.
Pero esto llevó a una situación en que los individuos
vinieron a perpetuarse en los cargos y les sucedían en ellos los familiares.
Esto se debió a que el pueblo acostumbrado
ya a la dependencia, al descanso y a las comodidades de la vida, e incapaz ya de romper sus cadenas, obteniendo así la incapacidad de romper sus cadenas,
aumento su servidumbre para consolidar su tranquilidad. Eso dio a que los
jefes se convirtieran en magistraturas patrimonio de las familias en torno al
poder, considerándose que el Estado era su propiedad, cuando en su origen eran
sólo funcionarios pagados por el
pueblo. Y no llegó el momento que a los conciudadanos los llamaron esclavos: ganado humano que tenían la
marca de su propiedad, designándose ellos a su vez en dioses y reyes de reyes.
Todo esto son los elementos que aparecen al asumir
la desigualdad y la aparición del pacto social.
Primero fue la instauración de la ley y el derecho de propiedad; lo
segundo, la constitución de las magistraturas; y tercero, la transformación del
poder legítimo (emanado por el principio
de la voluntad general), en poder arbitrario. De suerte que la condición de rico y de pobre fue autorizada por la
primera época, la de poderoso y débil por la segunda, y la tercera autorizó la
del amo y esclavo, que es el último grado de desigualdad. Y esto vino a
cambiar sólo a través del ciclo de las revoluciones que llegan a disolver
totalmente el gobierno o vuelven a
restaurar el estado a su posición legítima anterior y alejar el ejercicio
arbitrario del poder.
Rousseau
descubre que los vicios que minan las instituciones se reflejan en el
grado de abuso en que infringen al pueblo. Y encuentra que sólo Esparta vendrá
a hacer frente a esa situación gracias a que la ley velaba principalmente por la educación de la juventud, con
lo cual aprendían a saber contener sus pasiones, cosa que ni las leyes pueden
impedir si no se someten a una disciplina pedagógica. Llegando a la conclusión
de que un país en el que nadie eludiera
las leyes ni abusara de la magistratura no habría menester de magistrados ni de
leyes.
Guerrero Sioux, fotografía Edward Curtis, 1908
Poder
en los cargos públicos. Otro elemento de desigualdad
entre los hombres está las que se
adquieren por las distinciones políticas, es decir, el poder que se adquiere
por el cargo político que se ocupa, lo cual llevan, inevitablemente, a distinciones
civiles. Surge la desigualdad entre civiles y jefes. Y los magistrados (y los
políticos), no podrán usurpar el poder a
sus anchas y de forma ilegítima sin jalabolas
o paniaguados, a los que están obligados a ceder parte del
mismo. Los pseudos-ciudadanos se
dejan oprimir en la medida de sus ambiciones ciegas materiales y de poder; la
dominación la aceptan por encima de su libertad e independencia, les gusta y
aprenden a llevar cadenas con tal de
poder a su vez de imponérselas a otros. Rousseau afirma que es muy difícil reducir a la
obediencia al que no tiene el menor interés de mandar, y el más hábil político no
conseguirá someter a hombres que sólo aspiran a ser libres; pero la desigualdad
cunde fácilmente entre almas ambiciosas y cobardes, siempre dispuestas a correr
los riesgos de la fortuna o a dominar o servir casi indiferentemente según les sea favorable o contraria, donde
cuanto más holgazanes podían contarse en
una familia, más ilustre se hacía. Como notamos, Rousseau ha pensado especiosamente sus apreciaciones sobre la
desigualdad. La ambición personal, al
caer el hombre dentro de la influencia desgraciada de una sociedad que la
incentiva, vendrá a ser el elemento requerido para facilitar el dominio y
llevar cadenas invisibles pero reales por sus efectos en la psíque
individual. No pueden incitar a la
impunidad y corrupción a quien no tiene deseos de mandar y asumir el poder en busca de reconocimiento y posición social.
Un hombre libre no desea mandar, pues
hacerlo ya es establecer una relación de dependencia y, por tanto, de pérdida
de la absoluta individualidad libre. Y no deja de ser curioso al decirnos que a
mayor holgazanería en una familia, dentro de tal clima de corrupción, más ilustre se hacía. Cualquier comparación
con la realidad es mera coincidencia.
Las diferencias establecidas en un Estado, como las
surgidas por la riqueza, la nobleza o el rango, el poder o el mérito, vendrán a
probar el grado de conflicto de tales
fuerzas como muestra de lo mal o bien constituido un
Estado. Estas cuatro maneras de desigualdad son el epicentro de todas las demás
que se extienden en una sociedad; siendo la riqueza a las que se reducen las
otras tres pues esta compra cómodamente
cualquier otra. Al alejarse de la institución primitiva se aligera el paso hacia el límite extremo de la corrupción. Haría notar hasta qué punto este deseo
universal de reputación, honores y preferencias que a todos nos devora ejercita
y compara las facultades y las fuerzas, como excita y multiplica las pasiones,
y de qué manera, haciendo a todos los hombres competidores, rivales o más bien
enemigos, causa diariamente descalabros, éxitos y catástrofes de toda laya al
empujar a la palestra a tantos pretendientes. El afán por la distinción
lleva al individuo a estar permanentemente fuera de sí, atento a la mirada del
otro, incitando al amor propio y olvidando lo mejor que tenemos en nosotros, el
amor de sí. El número de cosas malas es infinito ante las pocas buenas.
Llevando a observar la existencia de unos cuantos poderosos y ricos en el pináculo de las grandezas y de la fortuna
mientras que el pueblo se arrastra en la miseria y la oscuridad; unos
desmedidamente disfrutan en la medida
que los otros carecen de lo mínimo para
subsistir, así es como está montada la cosa de la desigualdad, llámese
democracia, dictadura, monarquía, sea
capitalismo o socialismo, comunismo. Sin embargo pareciera que ante los
inconvenientes de cualquier sistema político puede aun experimentar, en la
medida que se pueda, el ejercicio de la autonomía y la lucidez ante las
diferencias materiales. Personalmente creo en la diversidad pero cultural, en
la formación de la persona pero que ello no sea motivo de enfermizas ambiciones
inútiles e injustas o de imposición de actitudes por clanes alejados del reino
de lo legal.
La mayoría que acepta un pacto viene, a la final, a
ser dominada ante lo que pensó que podía solventar dicho pacto, que era de las
fuerzas externas ante las que se sentían, individualmente, débiles. Al surgir
esta situación política crecerá de modo continuo la opresión y dirán que están
en la mejor de las libertades, sin tener nunca más medios legítimos para
detenerla. Extinguiéndose poco a poco
sus derechos nacionales y sus derechos ciudadanos, calificando todo
reclamo de rumores sediciosos. Surgirá
una fuerza mercenaria contra el pueblo
pero en nombre del honor del bienestar común, apareciendo nuevos impuestos,
creando un ambiente de conflicto y de posible rebelión o revolución. Los
defensores de la patria se convierten en sus mejores enemigos, al tener siempre
levantado el puñal (hoy la pistola automática o el fal) contra sus
conciudadanos.
Así surgen infinidad de perjuicios gracias a la desigualdad extrema, la diversidad de
pasiones despertadas, de talentos en artes inútiles, en artes perniciosas,
ciencias alimentadas por la frivolidad. Toda una muestra de posturas contrarias
a una razón ciudadana, y una felicidad y virtud impulsadas por una justicia
establecida autónoma. Lo unido se separa, los hombres asociados toman cada uno
su esquina, la cohesión social se escinde; ya no hay en la sociedad aire de
concordia; aparece la división, el odio, la envidia gracias a la clausura de
los derechos e intereses personales,
fortalecido por la represión del poder que
a todos contiene.
Danza nativa, foto Edward Curtis, 1908
Revolución
y tiranos. Las condiciones están dadas para la
revolución o el levantamiento popular. En el horizonte irá apareciendo poco a poco su repelente cabeza y devorando
cuanto hallara de bueno y de sano en
todos los sectores del Estado, consiguiendo el despotismo aplastar las leyes y al pueblo e instalarse sobre las ruinas del la república. Aquí encontramos a un Rousseau libertario,
defensor de las libertades naturales de los hombres, de ir contra las tiranías
y de los poderes que arbitrariamente se alejen e impongan leyes no circunscritas
a la realidad justa para todos, y que
alimenten, seguidamente, las diferencias. Informa que los tiempos que preceden
a estos cambios serán plenos de
disturbios y calamidades, siendo a la final todo
tragado por el monstruo y los pueblos no tendrían ya jefes ni leyes,
sino únicamente tiranos. Tiempo en que ya no podemos encontrar costumbres y
virtud, tradiciones y sentimiento de patria.
Donde quiera que reine el
despotismo, cui ex honesto nulla est pes (“de lo que nada honroso puede
esperarse”); en cuanto que él habla
(el tirano, advertencia nuestra), no hay probidad ni deber que consultar, y la más ciega obediencia es la única virtud
que les queda a los esclavos. Algo así como en las repúblicas bananeras y
socialistas caribeñas.
Y esta es la parte más lúcida del solitario
Rousseau, conservador y libertario, al
referir a donde lleva la última vuelta de los límites de la desigualdad,
donde se cierra el círculo y toca el punto de donde hemos partido. El
final del Discurso desarrolla una idea interesante, la doble condición del
hombre en el estado de naturaleza. Como señalamos antes, Rousseau se percata
que la dirección de la sociedad es similar a la de una espiral pero negativa.
Se parte de un estado natural ideal o hipotético, en que reina una igualdad a
causa de la condición humana de no aspirar a la perfección de sus facultades,
se pasa por el reino social de la desigualdad, donde se establece el estado
civil y este termina en un estado natural pero donde el despotismo o el tirano
lleva a la igual a todos los miembros de dicho estado pero terminando en una
igualdad por su condición de esclavos al estar sometidos por aquel. Los
individuos llegan al mismo punto de partida y vuelven a ser iguales puesto que no son nada, quedan sometidos
a la ley de voluntad del tirano, de su nuevo amo; se desvanece todo principio
de bien y de justicia que no sea la ley arbitraria impuesta. Es el nuevo punto
departida pero simétricamente invertida, se vuelve a la ley del más fuerte pero
se inaugura una nueva condición del estado de naturaleza primario. Es por lo
que decimos que para Rousseau nos lleva
a comprender que la evolución siempre termina
en un punto de partida similar pero con la agravante que este nuevo estadio natural se ha perdido la
condición de la igualdad del hombre primitivo. Un estado natural puro, que es como el autor refiere, a otro que pasando por la desigualdad llega a
otro estado natural donde la ley de la fuerza se establece por el exceso de corrupción. Son todos los
estados en que las leyes universales se han reducido a la ley de la voluntad de
uno, el amo-tirano absoluto. Del estado de pureza primigenio al estado de
corrupción final, el riso se cierra y comienza otra vez la lucha por el
reconocimiento y la búsqueda de una sociedad más equitativa mediante un pacto a
convenir para todos. Las palabras de Rousseau sobre este nuevo estado de naturaleza: uno
era el estado natural en su pureza, mientras que este último es el fruto de un
exceso de corrupción. No hay marcha
atrás, sólo queda esperar el conflicto entre los iguales sometidos y el dueño de sus vidas. Pero ambos estados de naturaleza tienen un
punto en común, ambos se nutren de la ley de la fuerza. Si el despotismo anula
el contrato en la medida que se erige como el más fuerte, en el momento que se pueda
expulsar por los muchos se hará, y no podrá reclamar porque ha obtenido el
mismo acto que el tirano a cometido contra el pueblo: el motín que acaba por estrangular o destronar a un sultán es un acto jurídico como
aquellos en virtud de los cuales disponía él la víspera de las vidas y los
bienes de sus súbditos. Sólo la fuerza
lo sostenía; la fuerza sólo le derroca. El orden natural impone que por
la fuerza sólo se obtendrá el ejercicio
de la fuerza. Tal situación donde impera la ley de la fuerza es propia de las
revoluciones políticas, donde nadie puede quejarse de la injusticia del otro, sino de sus propias imprudencias o
desgracias.
Advertida esta doble condición del estado en
naturaleza nos lleva el Discurso sobre la
desigualdad a conceptualizar y analizar la diferencia final entre el hombre
salvaje y el hombre civilizado; o lo que es lo mismo, el paso del hombre en estado natural al estado civil. Todo el
discurso nos mostró las posturas intermedias entre uno y otro, y los resultados
finales al que llega un estado civil caído en los desmanes de la
corrupción. Rousseau nos da dos ejemplos
de hombres sabios o filósofos que se dieron también la tarea de buscar al verdadero hombre. Tales ejemplos son con
los que se identifica el suizo. Uno es Diógenes,
que buscaba al hombre verdadero caminando con una lámpara por las calles de
Atenas y el otro es Catón que perece con Roma, hombre que estaba fuera
de su tiempo. De igual manera debe sentirse Rousseau en su tiempo, un
desajustado por sus ideas y por su contrariedad perpetua a los avances de la sociedad,
la ciencia, las artes, acompañada de su decadencia política y moral aunado a
una extensa desigualdad desde todos los puntos de vista. Se inicia a sus ojos
el estadio social donde las injusticias se agravarán, las clases se
diferenciarán más, los hombres vivirán en la humillación y en la apariencia, estableciéndose
un grado de conflicto colectivo gracias al nuevo modo de explotación, de propiedad y de acumulación del capital. No
queda sino esperar, sus palabras parecieran anunciar lo inevitable, el
acercamiento a pasos con botas de siete leguas, de la Revolución Francesa unos
diez años después de su muerte. Con la Revolución Francesa se entró en ese
estadio del estado de naturaleza donde por exceso de corrupción se toma el
poder pero se convierte el primer magistrado (Robespierre) en el asesino
colectivo a punta del suave y aceitado deslizamiento de la hoja de la
guillotina sobre los cuellos de la
nobleza, el clero y el pueblo llano (qué
fue quien más sufrió las consecuencias).
Toro Sentado, fotografía Edward Curtis
Del
hombre del estado civil o aparece el salvaje artificial. El
estado civil lleva a transformar el alma y las pasiones humanas de tal manera
que se alteran insensiblemente cambiando su naturaleza o condición de ser.
Igualmente en cada estadio social los placeres
y necesidades cambian de objetos
con el tiempo. Y ello lleva a diluir, esfumarse el hombre original, o la originalidad natural del hombre: la sociedad ofrece ya tan sólo a los ojos del sabio un agregado
de hombres artificiales y de pasiones facticias que son obra de todas estas
nuevas relaciones y no tienen ningún fundamento verdadero en la naturaleza. Este
hombre, caído en la atmósfera civil de una sociedad injusta y corrupta no podrá
regresar al estadio del salvaje o del hombre primitivo puro del estado de naturaleza pasado. Ahora, viviendo entre un
sincretismo civilizado y natural, es decir, donde la desigualdad hace sus galas
y la ley de la fuerza se impone, le queda convertirse, para no ser un mero
esclavo sumiso, en un salvaje pero artificial (Bartra). La civilización es una
buena fábrica que construye hombres que terminan siendo salvajes artificiales,
ejerciendo la ley de la fuerza de forma igualitaria
ante aquel que se le anteponga como obstáculo, sabiendo que él también recibirá
la fuerza del otro por el conflicto
permanente que se establece dentro de la sociedad injusta y desigual, asesina y
corrupta. El salvaje artificial tomará el camino del crimen y se organizará en
sociedades para con ese fin, estableciendo que las leyes no responden, que las
instituciones se dominan por la influencia del más fuerte, donde la autonomía
de los poderes no existe y que todo
poder termina siendo un ejercicio de fuerza y arbitrariedad. Mirarnos en estas
conclusiones a las que nos lleva a Rousseau es entender lo que vemos frente a
nuestros ojos, un mundo de guerra, de conflictos civiles, de carencias, de
desastres naturales, de ecosidios en nombre de la libertad, del progreso y de
dictaduras bajo el mando de la legitimidad electoral democrática corrupta.
Rousseau sigue ofreciendo tela con qué cortar en relación al vestido social por
el que todos transitamos hoy.
Volvamos a su distinción del hombre original y del
hombre civilizado. Que hoy pudiéramos ya calificarlos como el salvaje natural y
el salvaje artificial, por ambos llevar su vida en función de la ley de la
fuerza pero a través de medios y fines distintos. El salvaje artificial podrá
diferenciarse a su vez en dos condiciones, el primero que se somete a la fuerza
externa esperando que en un futuro el pueda también someter a otros; y el
segundo tipo de salvaje artificial es el que se erige en criminal, sabiendo que
si no destruye al otro lo destruirán a él pues la justicia no existe y es
arbitraria cuando la hay.
Guerreros Crow partiendo para la guerra
Sociedad
y desigualdad. En la visión imaginada por Rousseau el hombre
salvaje natural vivirá en sosiego y en
libertad, donde sus máximas aspiraciones
es seguir viviendo y permanecer
ocioso, y casi viviendo en la ataraxia
estoica, es decir, indiferencia ante el mundo exterior. Lo contrario de él será el ciudadano, (o como
lo hemos llamado, el nuevo salvaje artificial actual, donde ya no tiene visos
de civilidad en él), que siempre está activo, suda, se agita, se angustia, se
atormenta en busca de ocupaciones aún más laboriosas: trabaja hasta la muerte,
corre incluso hacia ella con objeto de situarse y vivir, o renuncia a la vida para adquirir la inmortalidad (es
decir, adquirir el cielo prometido por
el credo cristiano o musulmán). En su
actuar como animal sometido, adula a los otros hombres que considera que son
grandes, pero a quienes odia en su mente, e igualmente pasa con los ricos, a
quienes desprecia. Su búsqueda está en no escatimar en servir de forma sumisa, se jacta orgullosamente de su propia bajeza y de la
protección que de ese modo recibe, y ufano de su esclavitud, habla con desdén
de los que no tienen el honor de compartirla. La cobardía y la pérdida de
dignidad vendrán a ser los parámetros morales de este ser civilizado, donde lo
último a que aspira es recobrar su autonomía
y libertad. A la final pareciera ser que un nativo indígena (Rousseau
refiere a la etnia de los caribes (Kariña), de Venezuela, qué paradoja!), serán
más libres y humanos que cualquier
ministro; la comparación no es inactual, pero la ambición de poder lo desea
todo, aún por encima de la calidad de
vida física y psíquica. Nuestro autor no deja ahí su especulación: ¿Cuántas
muertes crueles no preferiría ese
indolente salvaje al horror de una vida
semejante que por lo general ni siquiera
se ve atemperada por el placer de obrar bien? Estos hombres salvajes naturales, (hombres silvestres, los llamará el
antropólogo belga-venezolano Marc Civrieux), no llegan a comprender lo que
realmente significan los conceptos de poder
y de reputación; los hombres civiles no comprenden otro modo de vida que
el dominio y la humillación, hay una
clase de hombres que estiman … que son felices y están contentos de sí mismo por el testimonio ajeno más que
por el propio. El buen
salvaje vive en sí mismo, el hombre sociable siempre fuera de sí. He ahí toda
una propuesta de cambio terapéutico filosófico del alma respecto a nuestras
vidas, vivir para sí o vivir fuera de sí, asumir la condición del autodominio
personal o de la humillación y dependencia al mundo externo a sí. El hombre moderno vive en función de la
opinión de los demás, y sólo del juicio
ajeno, por decirlo así, extrae el
sentimiento de su propia existencia. En un mundo como el nuestro donde
todo está reducido a las apariencias (más el añadido actual del mundo virtual), todo se vuelve artificioso y
simulado; y como ya dijimos, en un estado en que no hay justicia y vivimos en
función del regreso a un estado de naturaleza degradado por la permanente
corrupción los hombres comunes se convierten en salvajes artificiales,
desprendiéndose de su naturaleza por estar horadados sus mentes por lo externo,
la posesión, la apariencia, y el uso de
la fuerza como condición normal de las relaciones humanas. Artificial y simulado será todo lo referente
a honor, amistad, virtud e inclusive a los vicios mismos, de los que se
vanagloria. Se vive con una fachada
engañoza y frívola; sin tener la capacidad de interrogarnos al respecto
nosotros mismos: hay que ocultar todo debilidad, siendo débiles ya por
elección, al perder la libertad. Para
casi concluir Rousseau imprime estas palabras:
“Me basta con haber demostrado que no es ése
el estado original del hombre, y que son el espíritu de la sociedad y la
desigualdad que ésta engendra los que cambian y alteran de tal modo todas
nuestras inclinaciones naturales[2].
Es la búsqueda imaginaria, inspirada en los contactos europeos de su
momento con las culturas indígenas americanas,
africanas y asiáticas de otras latitudes, que
le darán base para llevar a cabo este suizo-francés a establecer la
diferencia entre los hombres de allá y de
acá. En su odisea del hombre natural (puro)-social (desigual)-artificial (corrupto),
dejará claro cuál ha sido esos tránsitos insoslayables por la civilización
europea respecto a las demás, aunque claro está, toda sociedad que proponga la
desigualdad terminará igualada a este fresco societario moderno, donde surgirán
repetidas revoluciones que, por medio de esgrimir la palabra libertad ante los
demás obtendrán una nueva forma de esclavitud que será vivida como si fuesen libres, sin reconocer las
nuevas cadenas establecidas.
Las sociedades políticas contienen en sí el germen de su destrucción,
la desigualdad por medio del abuso y la fuerza. Para Rousseau nos dibuja un
hombre silvestre, viviendo en el estado de naturaleza, donde la desigualdad está reducida a un
mínimo. La desigualdad saca su impulso por
el desarrollo de nuestras
facultades, llevando a estabilizar legalmente la institución de la propiedad y
de las leyes. Advierte que la desigualdad moral, apoyada en el derecho positivo, es contraria al derecho natural, e incurre en la desigualdad de igual
forma que la física. Rousseau encuentra que las sociedades modernas, civilizadas,
vendrán en su seno a reinar una profunda
desigualdad, yendo de forma manifiesta contra la ley igualdad, que para
Rousseau es garante de igualdad. Una desigualdad donde pueda verse que un niño mande a un anciano, que un imbécil guíe a un
sabio y que un puñado de favorecidos rebosen superficialidades mientras que la
multitud hambrienta carece de lo necesario. Los platillos que anunciaban la
revolución francesa estaban a punto de sonar: el hambre y los caprichos de una decadente
monarquía absoluta hicieron que apareciera el nuevo estado natural negativo, surgido de la
corrupción, la diferencia, la injusticia y la arbitrariedad. No menos pareciera
estar sucediendo en muchos lugares en la actualidad, aún a pesar de que tales
estados se consideren por decreto
revolucionarios.
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